mercredi 15 décembre 2021

Uno de turrón y otro de Málaga

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El sol y la luna salen por el mar y por el mar se ponen. En invierno al menos. El color del mar al sol y al reflejo de la luna, el placer de la luz y del calor templado en la costa mediterránea del sur de España. Buscando cómo describirlos sin abusar de los adjetivos doy con esto: «Una luz cercana a la belleza o la belleza misma».

Buscando otra cosa llegamos a una playa de hippies. Son hippies septentrionales: alemanes, suizos o franceses, rubios, bien parecidos y aún con todos los dientes. Al mediodía tocan la guitarra, cantan y se mueven melodiosamente mientras los niños pequeños bailan a su alrededor. Una imagen tomada directamente de Woodstock medio siglo después. Al atardecer volvemos a verlos y siguen en lo mismo. The dream is over dijo Lennon en su día, pero no para los hippies de la playa.

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Se hace tarde para cenar, vemos un restorán hindú abierto y entramos. Los camareros son muy parecidos entre ellos. Les pregunto de qué región de la India vienen y resulta que no son indios sino bangladesíes. El restorán se llama Taj Mahal pero ellos afirman con orgullo la diferencia entre Bangladesh y la India. Son todos de la misma ciudad, su lengua es el oraon-sadri, y el que lleva más tiempo en España llegó hace cinco años. No me atrevo a preguntarles por qué no prueban suerte proponiendo comida bangladesí. O no lo hago porque creo saberme la respuesta: la cocina hindú es un nicho de mercado y la bangladesí pas du tout y ellos necesitan que entre gente al restorante.

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Encuentro con Montano en Torremolinos.

En Los Manueles, él prefiere el pulpo frito y yo a las brasas. Hablamos de pulpos, naturalmente. Del apuro que da comérselos siendo, como son, tan listos. Monod decía que si hay una especie con buenos números para sobrevivir al apocalipsis nuclear ése es el pulpo. Vive en cuevas protegidas en los mares abisales y tiene un cerebro muy bien puesto sobre sus ocho ágiles brazos. Un solo problema se le presenta para prosperar y es que los padres mueren tras el parto. Todos los pulpos son huérfanos, lo que hace imposible cualquier acopio de experiencia.

(Luego me entero por este libro de que hace años en el acuario de Málaga hubo un pulpo llamado Epaminondas. El príncipe Miguel de Grecia vivió su infancia y juventud en la ciudad y cada vez que visitaba el acuario el pulpo Epaminondas lo reconocía. Epaminondas es un nombre griego, claro).

Una chica en bikini sale del agua en la playa e inicia lo que Montano llama El baile del frío. La veo salir del agua y dentro de unas semanas la veo salir en el Dietario que el escritor malagueño publica el último sábado del mes en diario Sur.

Nos damos una vuelta por Torremolinos y el anfitrión me va contando la historia de esos lugares. El acelerón que se dio en la segunda mitad del sXX, como toda la costa malagueña, rebautizada Costa del Sol, cuando los pueblos de pescadores sin dejar de serlo fueron convirtiéndose uno a uno en balnearios. El tardofranquismo apostó por la apertura y cuando quiso frenar ya era tarde. 

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A esta araucaria le cayó un rayo en 1930 y la copa ardió durante un mes. Durante años sólo fue un muñón quemado recortado contra el cielo. Con mucha paciencia una rama verde ha venido a acompañar al tronco negro. Mi corazón espera otro milagro de la primavera, decía Machado.

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Almuñécar, c1911, Almuñécar, 2021

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En una veintena de puentes sobre la autovía que lleva de Almería a Málaga está escrito CUSTODIA COMPARTIDA con la ese invertida. No te distraigas cuando conduzcas pero no puedo impedirme imaginar este relato: Un padre reclama la custodia compartida de sus hijos a su ex, que se la niega. Como ella vive en Nerja y trabaja en Málaga tiene que recorrer a diario esa distancia y confrontarse repetidamente con la revindicación e intenta no mirar los puentes para que no le pesen en el ánimo. Se lo comento a mi mujer. ¿Y a ti quién te dice que es un hombre el que lo ha escrito?

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Qué pueblo tan bonito, Frigiliana. Es día festivo y hay bastante gente, de modo que tardamos en encontrar mesa para comer algo. Pasamos delante de una panadería y el olor de las tortas de aceite recién salidas del horno nos mueve a comprar unas cuantas. Por fin encontramos sitio en un chiringuito atendido por una señora holandesa muy dinámica, dejamos el paquete de tortas sobre la mesa y mientras esperamos el pedido les damos algún picotazo. Cuando llega, la señora batava pregunta si cuando vamos a un bar a beber vino también llevamos el vino. Daniel le canta contundentemente las cuarenta pero cada cual tiene su fuerte y yo prefiero tomarle alegremente el pelo. Ella parece ser inmune a la ironía y tal vez lo sea. 

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Auguro que en el futuro toda playa será nudista, decíamos anteayer. También es el caso de la costa andaluza. Siempre hay una caleta donde desnudarse tranquilamente sin hacer sentir incómodo a nadie. Los desnudistas son mayormente mayores. El cuerpo joven se protege porque es deseable. El cuerpo ajado, en cambio, se siente liberado de las servidumbres del mercado.

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Al otro extremo extremo de la península también hay un Rincón Asturiano. Los camareros son él magrebí y ella eslava. Les pregunto quién es el asturiano del equipo y me dicen que la cocinera. Los chorizos a la sidra están deliciosos y les encargo que la feliciten.

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El billete de la Lotería de Navidad lo compramos en un estanco del pueblo y el turrón en el Mercadona. Hablando de supermercado queda confirmado que pagas en un pueblo andaluz por la cesta de la compra la mitad de lo que pagas en mi pueblo belga.

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Merino quiere saber por qué llamaban «de malagueña» a un helado que había en Santiago de Chile antiguamente y sabía a pasas con ron. Se lo pregunto a Montano y me dice que las pasas son malagueñas y se asocian al vino dulce, también típico de Málaga. En las heladerías malagueñas sigue existienedo ese helado, que los malagueños llaman «Málaga», sin más: «Póngame un helado de turrón y otro de Málaga». Tal vez Merino, habitué de una heladería, consiga que ésta reponga el helado de malagueña. De ser así, ya nadie podrá atreverse a decir que la literatura no sirve para nada.

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No se me escapan los problemas ni olvido mis privilegios pero a mí esta costa me sabe a pasas con vino dulce.

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Para Samuel

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mercredi 22 septembre 2021

Un lugar en el mundo

Diario del Ampurdán, 2

Casas de indianos en Begur y en La Bisbal. Un indiano es un emigrante que regresó a España desde América. En las casas que construían cuando volvían, los indianos integraban el aporte de lo aprendido al otro lado del océano a la tradición local. Los del Ampurdán volvieron mayormente de Cuba.

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La clase alta en Chile es rácana y come mal. N recuerda haber tomado en la casa de los Vascongados de Castilla una sopa insípida con cuchara de plata y servida por una mucama con cofia.

Nada de eso ha cambiado, me cuenta. La agencia que lleva mujeres filipinas a trabajar como mucamas para las familias pudientes se ha visto obligada a integrar una clásula en el contrato según la cual además de su salario las trabajadoras recibirán un pollo y un kilo de arroz por semana. De lo contrario no tendrían qué comer a mediodía porque el patrón come en el trabajo, los niños en el colegio y la señora con las amigas en el gimnasio. 

Mientras comemos un bacalao delicioso, pienso en la vieja oposición entre comer para vivir o vivir para comer. Al opuesto de aquella sopa insípida, está esto que escribió alguien en un muro: «No entiendo la vida pero sigo aquí porque me gusta comer». Que me recuerda esto otro que escribí en un papel allá por el año de la pera: «Esgrime, amor, conmigo tu cuchara: Vivan las sobras de esta triste sopa».

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Me recuerda también el miedo de los niños a los muertos. Cuando murió su abuela y la velaron en el salón de la casa, la prima no se atrevía luego a entrar a ese salón, ni siquiera a pasar sola por el corredor adjunto, y nos pedía que la acompañáramos y nos apretaba la mano en el trance. Luego murió su padre y fue el turno de su hijo de temblar antes de entrar en la habitación en la que había muerto su padre.

Días antes del primero de noviembre, mi madre iba a arreglar la tumba familiar. (Habiendo sido una de las mejores del pueblo, cayó más tarde en manos de una hortera que la pintó de colores amarillos). Mientras mi madre ponía flores en la tumba de sus abuelos, mi padre nos tomaba de la mano y nos iba mostrando las tumbas de dos o tres asturianines que habían muerto jóvenes y solos, éste de tuberculosis, el otro de accidente.

Es a los vivos a los que hay que temer, nos decía mi padre, son los vivos los que pueden hacer daño. Los muertos no, a ellos cabe recordarlos, y eso hacía contándonos sus historias, por tristes y trágicas que fuesen. Así fue como recordamos al primo que vivía en Martínez y murió tan joven en La Plata en un lejano domingo de 1973, dejando a su madre sumida en el desconsuelo. Y al mellizo que murió más tarde a los 18 años en Cangas, y era la alegría de la huerta. Llegué yo por allí meses después y los encontré a todos hechos polvo.

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 Ventana en Begur

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Qué poco sé todavía de los iberos... La ciudad íbera de Ullastret, el Machu Picchu catalán. Puesta en un colina y junto a un lago ahora seco en pleno Ampurdán, en un entorno precioso, 24 siglos después de su fundación las piedras siguen intactas. Aprendieron de los griegos, se defendieron de los romanos y se pelearon entre ellos: fueron cabalmente nuestros semejantes. Rendían culto al cráneo de sus enemigos abatidos, que clavaban en el umbral de sus casas para protegerlas. También podían ser refinados: escribían en una lengua hasta ahora indescifrable, llevaban elaboradas joyas y adoraban el penacho del dios Bes, que los fenicios difundieron por todo el Mediterráneo.

Según la famosa prueba del algodón yo soy más celta que ibero pero si me llaman panadero no me quejo.

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Un lugar en el mundo, el jardín botánico de Cap Roig. Y, enfrente, las Islas Hormigas.

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De paso por el golf veo moverse un perro o un zorro pero no es más que un robot cortando el césped. Me cuentan que los erizos de tierra tienen ahora un nuevo depredador en la persona de esas tijeras móviles, de las que aún no aprenden a desconfiar.

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Cuentan que en La Palma cuando la gente tiene que evacuar sus casas a la carrera porque llega ya la lava ardiente coge fotos y cuadros, imágenes ligadas a los sentimientos. Yo estaba leyendo en la playa cuando me sobresaltó una ola que trajo el agua hasta mis pies. Mientras me levantaba a la carrera alcancé a pensar en qué salvar de mis pertenencias: ¿la billetera o este cuaderno? Milagrosamente el agua se detuvo justo delante de mis dedos.

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Escucho en las calles de La Bisbal a los hijos de los inmigrantes hablar catalán. En sus casas hablarán urdu, bambara o dariya pero entre ellos hablan catalán. Es completamente normal y sin embargo nunca deja de sorprenderme.

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Continuará...

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dimanche 19 septembre 2021

Once días en el Ampurdán

Diario del Ampurdán

La playa es extendida y desde hace algunos años una franja es para los nudistas. Pero como en esta época hay poca gente o casi nadie algunos nudistas se pasean por toda la extensión de la playa como Pedro por su casa. Auguro que en el futuro toda la playa será nudista. Así va una pareja, morenos de pies a cabeza. El lleva un mazo de plumas que ha ido recogiendo. Seguro que las lleva para ponerse unas alas.

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Estoy en la que llaman Costa Brava, entre Barcelona y la frontera francesa, que de brava no tiene nada y es suave por donde la mires. Pueblos medievales, caletas, limpias playas y jardines, islas al alcance de la mano. Incluso los arrestos de algún indepe en pleno 11 de septiembre, día de la fiesta regional, parecen más bravuconadas que actos de bravura.

Merino dice que estoy en un lugar indeterminado entre Lovaina, Menorca y el sur de Francia, y en cierta medida es verdad porque los lugares por donde uno se mueve se superponen en la gastada conciencia. Tan gastada que me duermo una siesta de obispo y cuando despierto veo que estoy delante de las Islas Medas.

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No parece buena idea leer historias de aviones caídos arriba de un avión pero siguiendo un impulso compro en el aeropuerto Tintín en el Tíbet para llevársela a C y no puedo dejar de releerla de principio a fin, imantado por el trazado de la línea clara. Visualmente tal vez sea el mejor Tintín y finalmente no es mala idea releerla junto al ojo del buey del avión por donde asoman los Pirineos.

El joven Tchang, el único sobreviviente de la caída de un avión de Air India en el Himalaya, es secuestrado por el abominable hombre de las nieves. Cuando Tintín rescata por fin a Tchang de sus manotas, el Yeti queda sumido en la melancolía. Nunca más, se dice.

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Ya en tierra me leo la Teoría general del olvido, de José Eduardo Agualusa. Una portuguesa se queda atrapada en Luanda durante la guerra de independencia, en 1975, se enroca en su casa y sobrevive durante años sin contacto con el mundo. La rescata un niño huérfano. La leo en español porque es lo que hay y no puedo evitar leer la traducción, que es muy mejorable. Leí años atrás en la mera Luanda la primera novela de Agualusa, que ya era buena.

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Leo también unos cuantos capítulos de El Escarabajo de Wittgenstein, de Martin Cohen. En el capítulo llamado El caníbal de Santo Tomás, Cohen presenta las disquisiciones del filósofo escolástico para dilucidar si un individuo comido por otro individuo puede resucitar el día del Juicio final y si el caníbal debería resucitar dos veces, una vez por él mismo y otra vez por el individuo que se comió. Concluye que quien tal vez mejor resuelve este asuntillo es Avicena, para quien lo que sobrevive a la muerte es el ego metafísico o psicológico, por lo que el cuerpo sólo es esencial para crear la identidad y cuando ésta ya no depende del cuerpo para existir tal vez tampoco sea deseable que tenga que habitar un cuerpo. Escribo unas líneas intentado prolongar esta idea pero las dejo para el blog que tampoco lee nadie porque ése ni siquiera lo escribo.

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Una mañana rescato de la piscina a una lagartija. Nadar, nada pero la forma del bordillo le impide salir y está exhausta. Se aferra a una hoja que le tiendo y cuando siente que está en seco corre como una loca a meterse en un agujero sin despedirse. Pero la buena acción del día consiste en no filmar el rescate y correr como una loca a ponerlo en Instagram. Lo cuento aquí, lo que sólo cuenta como peccata minuta. Mi balance kármico va mejorando aunque por la noche haciendo yoga a la luz de la luna para bajar la cuenta de la luz piso una pareja de caracoles y mi balance kármico hace plich... 
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El césped que rodea la piscina y a fortiori el césped del golf están hechos de bonsáis. Algunos tallos sobrevivan al paso de la podadora y en cuanto los jardineros se marchan y cae el rocío o la lluvia se levantan y abren unas flores de colores al calor del sol.

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Pasa una barca de pescadores. La barca se llama García Lorca y los pescadores son tres. Dos están enamorados y el capitán está celoso.

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De las historias que me cuenta N emerge la figura del estafador que abandona a la mujer y a los hijos y deja clavada a la gente que en él confía para reaparecer años más tarde amparado por la prescripción del delito, reclamando y a veces recuperando el espacio perdido.

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Otra historia que me cuenta y me hace reír es la del bisabuelito. Un primo encuentra su documento de identidad y una foto. Pasmo en el whatsapp familiar. El abuelito era bien parecido, tal como nos había contado la abuela. Pero la abuela también nos había contado que era mayordomo y en el documento dice en cambio que era gañán. Así hasta que alguien se atreve a formular la pregunta de este modo: ¿en qué sentido hay que entender lo de gañán? 

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Nunca hay nadie en la piscina salvo una mañana en que aparece una pareja de rubicundos holandeses. Ella despliega un colchón inflable y se echa a flotar sobre las aguas. El entra en el agua y se le adjunta y con el celular en la mano a la altura de su cara redonda comienza a despachar.

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Todo esto sabiendo que toda alegría es provisoria.

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Continuará...

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mercredi 30 juin 2021

Ocho días en Gran Canaria

Hay lugares a los que se vuelve y yo vuelvo a Gran Canaria. No me había subido a un avión desde el inicio de la pandemia. Ahora que ya tengo la vacuna en el brazo y unos códigos QR en la mano llega la hora. Todo llega para el que no sabe esperar. Durante estos largos meses he entretenido la espera repitiéndome como un mantra lo que me dijo una doctora: «Dites-vous que vous êtes là». Hay varias maneras de poner en español esa fórmula cargada de subentendidos. «Podría no estar contándolo». O sea que mejor lo cuento. 

Estoy en el puerto de Las Palmas, donde mi padre hizo escala rumbo a América. Me voy a comprar un racimín de plátanos para celebrarlo, también porque los canarios son los mejores del mundo. Él me contaba que fue en esa escala cuando conoció los plátanos. Se encontró con uno en el plato del postre, con piel, tal como Dios lo trajo al mundo. Iba a llevárselo a la boca pero prefirió esperar a ver qué hacían los demás. Luego, como si lo supiera de toda la vida, lo peló y lo saboreó. En los primeros días de navegación, todo el mundo estaba malo por el zangoloteo del barco y dejaba sin tocar el desayuno. Él se tomaba varios cafés con leche y sus correspondientes medialunas que habían quedado intactas sobre la mesa y luego subía a la cubierta a cantar Mucho me gusta la sidra. Era un plato, decía el tío Tomás, que hizo con él el viaje a América.

En el paseo marítimo me aprendo de memoria estos versos de Saulo Torón: «De tanto mirar el mar / voy creyendo sólo en él / y olvidando lo demás».

Los belgas y abelgaos llevamos la lluvia puesta. Camino de la catedral, la lluvia nos pilla sin chubasquero ni paraguas y en dos minutos nos empapa. Nos refugiamos en un café y nos secamos la camisa en el secamanos del baño. La catedral está cerrada.

En la librería del centro comercial: Busco «Tomás Nevinson», de Javier Marías... Eh... ¿Cómo me dijo que se llama el autor, Tomás Nevinson?

Vamos buscando un lugar en el que comimos una vez hace cinco años. Tardamos en encontrarlo. Estaba en el primer oasis bajando de norte a sur pero ahora vamos de sur a norte y creemos verlo en todos los oasis que asoman por el camino. Por fin llegamos, está en el último oasis, como es lógico. Estamos tan contentos de haber dado con él que nos sorprendemos apenas de que parezca no haber nadie. Entramos por la terraza buscando a alguien y en la cocina encontramos a un señor mayor sentado en la penumbra. ¿El restorán está cerrado?, le preguntamos. El restorán se quemó, responde. Ah, claro, ahora lo vemos, todo está carbonizado. El señor es el cocinero y es napolitano. Hablamos un poco y me dice que el plato de ropa vieja que me comí entonces la preparó él. Nos dice que podemos comer bien en Fataga, en El Albaricoque, y así hacemos. Esta vez no pido ropa vieja sino verduras salteadas con gofio y miel. Y el ventero me pone un pan de leña con sabor a anís. Y un chupito de ron y miel.

Miro la playa de Maspalomas y veo a unos guanches mariscando. Pestañeo y veo que son bañistas. Un lugar siempre es ese lugar donde el tiempo va pasando.

El descubrimiento de este viaje está donde menos lo esperaba, en Arucas. Qué pueblo tan bonito. No sé que hago aquí habiendo como hay un pueblo como Arucas. Desde que lo vi, no tengo ojos más que para Arucas. Y mira que ver el Teide desde las alturas de Tejeda también tiene su qué. Y el Puerto de Mogán desde el mirador. Y el Jardín Canario y el barranco de Guiniguada. Y el Jardín del Huerto en Agaete. Pero Arucas, pero Arucas... Cuando te vuelva a ver no habrá más penas ni olvido.

La sensación de que estás en España y también estás en Sudamérica. Y no es sólo el habla, es el paisaje, la gente. Y la impresión de que en América todo pudo ser de otra manera si los ingleses no hubiesen metido la mano, que la tienen larga, ni los franceses la nariz, que también. Pero la Historia no es para el reconcomio sino para la altura de miras, que es a la que yo aspiro cuando dé el estirón.

En el taxi que nos trae de regreso del aeropuerto escuchamos por la radio el final del Bélgica-Portugal (1-0). Me parece que los locutores funcionan como esa gente que está cegada por la ideología y confunde la realidad con sus deseos. En su atropellado relato no se entiende si el árbitro le muestra tarjeta roja a uno o debería mostrársela. Ni si el partido acaba ya o va siendo hora de que acabe. 

Acabo de una vez por el principio: hay lugares a los que se vuelve y yo quiero volver a Gran Canaria.

Tejeda

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dimanche 27 décembre 2020

Un huaynito de Albacete

Me acuerdo de que cuando niño si escribía un poema y me preguntaban qué hacía como soy vergonzoso decía que yo no, que yo nunca, que lo que escribía eran letras de canciones. Me acuerdo de esto porque días atrás en el centro comercial no sé en qué iría pensando ni qué tendría delante de los ojos porque me dio por componer un huayno, un huaynito albaceteño, helo aquí. Se entiende que se canta con ritmo de huayno y prosodia albaceteña. Para todo lo demás hay libertad de movimiento.

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Huaynito de Albacete

Culillos, culillos, dónde vais

Por qué me dejáis atrás

Culillos, culillos, esperad

Que la vida se me va

Que la vida se me va

Culillos, culillos, esperad.

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lundi 14 décembre 2020

La hora más larga

Los viajes largos se prestan a los relatos de viajes y a las confidencias. En un trayecto de esos mi madre nos contó su viaje de bodas. Conducía una de mis hermanas, que perdió el rumbo y acabamos en unos arrabales improbables.

Era un día de verano a orillas de un lago. Un lago rodeado de boscosas montañas sobre las que se empina el cono imponente de un nevado. Un lago cristalino y calmo. Paseaban mis padres por la ribera, guapísimos como eran, todo hay que decirlo. En una playa solitaria un botero alquilaba su bote. El botero se ofreció para remar pero mi padre prefirió hacerlo él mismo. Era un día espléndido y era un placer internarse en el lago, respirar hondo y apreciar el coleteo juguetón de algún salmón.

De pronto y sin que nada lo anunciaria el cielo comenzó a cubrirse y se levantó un viento del sur que en un dos por tres les hizo perder de vista la costa. Mi padre bajó la cabeza y remó con todas sus fuerzas pero el viento podía más. No sé cuánto duró la zozobra. Sólo sé que no dijo ni una sola palabra durante esa hora larga, decidido a no perder fuerzas en nada que no fuera llevar a mi madre de vuelta a la ribera. Supongo que en esa hora sellaron ellos un pacto más sólido que el que habían jurado pocos días antes.

Cuando por fin alcanzaron la costa, exhausto, mi padre se tendió sobre la tierra y cerró los ojos. Si el viento hubiese sido más fuerte ese día el mundo no habría cambiado de rumbo. Nadie contaría esta historia tal como me la contó mi madre y la cuento yo ahora pero eso qué más da. En su lugar, tal vez una emoción difusa estaría tratando de asomar la cabeza por algún recoveco del agua.

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mardi 24 septembre 2019

La venganza

«La naturaleza esta enfadada y te devuelve el golpe» avisa Antonio Guterres, el de la ONU.

Animistas somos todos, para qué vamos a decir una cosa por otra. Como sea, la fórmula de Guterres me recuerda la que soltó un brasilero en La Paz el año de la pera cuando se enteró de que la policía había arrancado los cactus San Pedro de las inmediaciones de la ciudad:

«Natureza vai se vingar».

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lundi 22 avril 2019

La semana con dos domingos

Diario de semana santa

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«El entierro de Cristo», Tiziano, 1559

Jueves

Al atardecer de los jueves santos de niño iba a la ceremonia de un convento de monjas de claustro. Dentro, las monjas estaban pero no estaban. Se sentía su presencia pero no se veían, quiero decir. Igual que los santos, que seguían donde mismo, pero estaban cubiertos por paños morados. Cuando volvía a casa, mi madre preparaba el bacalao para el viernes.

Viernes

Estoy trabajando y me acuerdo de mi abuela. Me contaba que por trabajar un viernes santo un hombre cayó con su carreta a la laguna de Aculeo y se ahogó él y ahogó los bueyes. Mi abuela ya no vive, la laguna de Aculeo se secó, no sé si habrá alguien más que recuerde esta historia. Tal vez por eso la cuento.

Sábado

Nada.

Domingo

Solo sin tilde desde hace días, veo que no busco presencia ni compañía. Como esos personajes de Coetzee, el magistrado, el profesor, el jardinero, que al final de sus vidas recubren con paños morados la presencia ajena. «Me acuerdo de haber sonreído cuando la puerta de la celda se cerró y la llave dio la vuelta en la cerradura. No me parecía un castigo tan pesado pasar de un existencia solitaria a la soledad de una celda, a la que me llevaba conmigo un mundo de recuerdos y de pensamientos», dice el magistrado de Esperando a los bárbaros. Coetziano soy, qué remedio, pero la mía sólo es una soledad de semana santa. El martes vuelve la diversión, vuelve la gente.

Lunes

En este pueblo el acento no cae en el calvario sino en la resurrección, no en el viernes santo sino en el lunes pascual. El viernes se trabaja, el lunes se celebra y se descansa. La gracia que tiene este modelo es que la semana santa acaba siendo una semana con dos domingos. No alcanzas a caer en la tristeza del domingo por la noche porque al día siguente también será domingo. Me vale así por ahora en que estoy, parafraseando a Unamuno, ungido con la esperanza recia de un prolongado domingo.

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samedi 6 avril 2019

El mirlo

Tal vez el ritual del Chimuelo podría concluir con la plantación de alguna especie autóctona.

Cuando llegamos a esta casa la rodeaba un barrizal. A los pocos días el niño encontró allí un mirlo muerto. Bien que lo disimulaba pero me di cuenta de que estaba triste. Le dije entonces que lo enterráramos y plantáramos sobre él un cerezo que había brotado espontáneamente en una maceta. No siempre uno acierta pero el cerezo se convirtió en el árbol más alto del barrio. En verano nos ponemos morados de guindas y es una alegría ver cómo llegan mirlos y pichones a imitarnos. También es una alegría contarlo.

Ahora mismo está en flor el bendito.

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mercredi 22 août 2018

La moza que tiene piojos

En un par de viajes largos por carretera he vuelto a escuchar música brasilera.

Como todas las sensaciones, la música te pone en el presente, te recuerda quién eres, y puede que también te lleve a algún momento anterior y te recuerde quién fuiste. Lo cierto es que siguendo el balanço de Marisa Monte o el gracejo de Baby Consuelo me acordé de quién llegué a ser alguna vez escuchando música brasilera. En Brasil o lejos de Brasil. Buenos momentos la mayoría, aunque también hubo alguno agridulce. Y raro.

Un domingo por la mañana nos embarcamos en el puerto de Salvador rumbo a la isla de Itaparica. Una mañana solar, de esas en que se impone la luz y no le deja espacio a nada que no sea la luz. Eramos los únicos extranjeros en medio de una treintena de bahianos que iban a pasar el domingo en las playas y los pueblos de esa isla preciosa. En medio del silencio de la travesía y sin que mediara provocación alguna, de pronto los bahianos se echaron todos a una a cantar y bailar esta canción rijosa, La moza que tiene piojos. Señor, llévanos lejos.

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