Atención a la acetona
LA REALIDAD CAMBIA constantemente aunque muchos cambios son imperceptibles hasta que un día te saltan a los ojos. Así fue como una mañana vi que se instalaba en mi pueblo una especie de PELUQUERÍA PARA UÑAS. Al día siguiente vi que se instalaba otra y en menos de una semana el pueblo estaba lleno de esos curiosos locales que, ellos también, estaban siempre llenos. Unidades de cuidados y embellecimiento de UÑAS. El ser humano y la ser humana son un ente incomprensible pero ignora uno hasta qué punto.
Días atrás, el público presente en un cine de Bruselas comenzó a sentirse mal. Náuseas, vómitos, intensas cefaleas, desfallecimientos. Ambulancias, traslados a las urgencias. Superado el peligro, recuperados los enfermos, la investigación da con lo flagrante y lo evidente: el cine —que, por cierto, se llama Aventure— está al final de una galería comercial ocupada ahora por estas peluquerías para uñas. La concentración de acetona, ese líquido volátil que se usa para despintar las uñas, produjo el estrago. Copar de peluquerías para uñas un pasaje mal ventilado es una idea que tuvo el mercado y que el propio mercado resolverá, no faltaría más.
Entretanto, atención a la acetona.
La primera gota
Sequía en Bélgica.
Un país sobrepoblado como éste sólo es viable con lluvias continuas, escribí hace unos días. A veces escribo cosas de las que no tengo ni idea. Para informarme y opinar con sensatez debería cruzar la línea férrea e ir a entrevistar a un profesor de bioingeniería, uno de aquellos que construyen modelos conceptuales de exportación. Pero hace muchísimo calor y yo estoy de vacaciones.
Así es que desgrano las horas escrutando el cielo a ver si llueve. El mundo es un lugar muy curioso. Pasamos años reputeando a la lluvia que nos aguaba la fiesta cuando habíamos puesto la mesa con el mantel de la abuela en la terraza y sin decir agua va el cielo se cerraba a llover. Y ahora deja de llover tres semanas y el cielo se nos cubre de presentimientos funestos. ¿Y si no llueve en agosto? ¿Y si no llueve en otoño?
Para despejarlos me pongo a imaginar la marca que dejará la primera gota en la mano tendida del personaje de la fuente que está frente a la iglesia de San Nicolás en el centro de Bruselas. La estatuilla es obra de Jos de Decker y la escena está tomada del cuadro de Bruegel, «Los Ciegos», que ilustra la parábola evangélica que dice que si un ciego se deja llevar por otro ciego los dos caerán en el mismo hoyo. Pero la lectura que hace De Decker es menos pesimista y a ella me aferro mientra estiro yo también la mano esperando la primera gota que no viene.
Con una mano en el corazón
Con una mano en el corazón, anoche me dije que finalmente lo mío con Bélgica va en serio.
El aeropuerto
En Zaventem, el que me queda más cerca, las llegadas están en la planta baja y las partidas en el primer piso. Un piso para las despedidas, el otro para las bienvenidas.
Tengo visto y resentido que la emoción de la bienvenida es abierta y breve, mientras que la de la despedida es demorada y contenida. «No somos para despedirnos», me dijo una vez Joaquina y lo recuerdo cada vez que hay que pasar por el trance.
Para muchos, el aeropuerto no es más que un lugar de tránsito, un espacio para reuniones, un supermercado. Bienaventurada la gente que vive alegremente la vida al ritmo de los vaivenes. Me gustaría ser como ella pero yo no soy para despedirme.
La pipa
Tres salas ciegas en tres niveles, el museo Magritte en Bruselas.
Magritte comenzó ganándose la vida creando afiches publicitarios. Y en cierta medida nunca dejó de hacerlo. Tanto más cuanto que fue perfeccionando la técnica. Andando el tiempo, sus pájaros voladores que llevan el cielo puesto fueron adoptados como reclamo por la difunta Sabena, la compañía aérea de los años dorados del reino flamenco-valón.
Lo suyo era combinar la representación de unos pocos elementos dispares —mujeres, pájaros, piedras, lunas, árboles— y retener así la atención del espectador a través de unos acertijos visuales. Enigmas estos reforzados por la imposición de unos títulos marcadamente arbitrarios —decía Magritte que titulaba las telas sólo para facilitar la conversación.
Todo esto sobre la base de formas y colores puros, tal como los de Hergé con Tintín —la línea clara—, los de Warhol con las benditas sopas e incluso los de Dalí con otras sopas. Con todo, la fórmula de Magritte es —para usar uno de sus términos fetiches— más mental que las citadas, más elaborada conceptualmente, incluso si el producto resultante sea formalmente simple.
El rendimiento en términos museísticos es un éxito mayúsculo de concurrencia. Hay que ver cómo se agolpa el público para intentar resolver concentradamente esos acertijos visuales casi siempre resultones y a veces, sólo a veces, cuando el sexo asoma la nariz, graciosos.
Por mi parte, creo haber resuelto el acertijo principal: la famosa pipa —que no es una pipa— es un pito. Ya lo sabía pero había que ir al museo Magritte para comprobarlo.
El destino
Iba poca gente en el vagón que volcó al mediodía del sábado pasado en Lovaina. En cuanto los pocos pasajeros maltrechos y aturdidos miraron a su alrededor, notaron un detalle que anunciaba la tragedia: alguien había perdido las zapatillas.
Nadie podía ver al muchacho aplastado por el vagón volcado, pero ahí estaban sus zapatillas señalándolo.
El diario dice que el muchacho muerto era un ángel. Y agrega que era originario de un pueblo —en la frontera entre Valonia y Flandes— marcado por otra tragedia ferroviaria. Hace quince años, dos trenes se dieron de frente en ese pueblo que se ordena en torno a la vía férrea, en parte porque los operadores, uno flamenco y el otro valón, no se entendieron. Una tragedia belga con saldo de ocho muertos.
Bien sabe uno que la realidad está compuesta de flujos que contienen sólo parcialmente el componente humano. Pero cómo no recordar al señor que escapó ileso del atentado en el aeropuerto de Bruselas en marzo pasado para resultar finalmente herido en la explosión consiguiente en el ferrocarril subterráneo.
Edward Hopper, Carretera en Maine, 1914
Conejos en la noche
El vuelo de ella salía de madrugada y las medidas de seguridad mandan presentarse tres horas antes del despegue. Así fue como llegamos al aeropuerto en plena noche y salvamos los controles militares con la compunción que la nueva situación impone.
De regreso, solo, tomé mal la salida en una rotonda y me encontré en una suerte de zona industrial sin industrias, en un paraje despejado y desierto a esa hora improbable. Se cruzaron dos conejos, luego cuatro, luego cuarenta. Tantos eran que disminuí la velocidad y me detuve a mirarlos. Cientos de conejos, todos iguales, corriendo en todas direcciones.
En esos momentos se mueven en uno dos fuerzas encontradas. La que quiere llevarte cuanto antes de regreso al buen camino y la que celebra la llegada de la sorpresa.
No queda más que echar mano a la pantalla grande y decir que la imagen era cinematográfica. En ese terreno, el cine es nuestra segunda naturaleza. Un hablante medio diría probablemente que la situación era surrealista. Pero tal vez baste con llamarla onírica, teniendo en cuenta la hora que era.
Ayer, hoy y mañana
Estreno mañana de la última de Woody Allen, la n° 45, El hombre irracional. El número no tiene importancia, ni el nombre, ni siquiera la película. En una entrevista en el diario gratuito de hoy, Allen dice que hace una película tras otra para no pensar en la muerte. Dice también que la filosofía distrae de la muerte pero no la evita. Que si celebrara su cumpleaños n° 80 tendría la impresión de bailar sobre su tumba. Y que si pudiera hacerlo sin ser descubierto, iría eliminando al prójimo uno a uno hasta quedarse solo sobre la faz de la Tierra.
Estreno también mañana del Principito, al que le han agregado, oh, sorpresa, la historia de una niña. En los cuarenta, Welles intentó llevarlo al cine con él como aviador, y sin niña, sin éxito.
Mañana también, primer miércoles del mes, es el día del museo de los impecunes, cuando mirar es gratis.
Ayer, en la tele, El transcurso del tiempo. Envejece la película —envejece rápido—, y el nombre va ganando con el transcurso del tiempo, justamente. Me dormí. Desperté unas cuantas veces y lo poco que vi estaba al borde del ridículo, lo que me parece bien.
Y ayer también en la tele, Ayer, hoy y mañana, de De Sica. No la vi, me arrepiento.
Hoy Tse recordaba que el Perro habría dicho alguna vez que no hay tonto sin blog. Me vine de cabeza a actualizar el mío.
Y ya que se han puesto de moda los leones, ayer tomé esta foto en Waterloo. Es la primera de una serie de cinco. Lo dejo botando.
Manifiesto dos estaciones
Lleno el tren de mañana, camino de Bruselas. Lleno de manifestantes contra la prolongación de la edad mínima para jubilarse que en Bélgica pasará a ser de 65 años hoy a 66 en 2025 y a 67 en 2030, vía la reforma en curso impuesta por el Gobierno de nacionalistas flamencos y liberales.
Hablo un poco con los manifestantes en el tren, manifiesto dos estaciones hasta llegar a la mía. La manifestacion transcurriría luego en el centro de la ciudad al mediodia.
Frank Vandenbroucke, entonces joven ministro SPA —socialistas flamencos— decidió hace veinte años dedicarle un doctorado en Oxford a la cuestión y afirma que sí, que es imperativo posponer la edad de jubilar, aumentar el tiempo de cotización a la seguridad social para mantener a flote el conjunto de las prestaciones sociales. No voy a contradecir. También es cierto que si los jóvenes consiguieran trabajar algo de equilibrio aportarían a las finanzas públicas.
En fin. No había jóvenes en el vagón como para prenguntarles su opinión. Los sindicalistas eran todos cincuentenarios. En los hechos, la edad media de jubilación en Bélgica es de algo menos de sesenta años. Los manifestantes del tren probablemente se jubilarán antes de los 65. En cambio, los jóvenes que hoy buscan su primer trabajo sí veran su derecho a la pereza pospuesto cuando decaiga la fuerza física.
Bueno sí, había un joven, al fondo. Al bajarme vi su imagen repetida, ya que se miraba en el espejo de la pantalla del móvil. Probablemente corregía su peinadillo o la línea de las cejas. Como si el vagón fuese un yate y los añosos manifestantes fuésemos su grupito de amigos.
Los Alpes, la Ardena
Dos imágenes sobre la tragedia aérea en los Alpes. La de ABC es grosera. La del Frankfurter Allgemeine es ligera, significativa. De hecho está hecha sólo de signos.
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El tren deja atrás la planicie brabanzona y se adentra por el bosque ardenés. Ver la Ardena por estos días confirma la evidencia de que entre el fin del invierno y el inicio de la primavera hay una estación intermedia que se parece más al fin del invierno que al inicio de la primavera.
Óleo de Camille Barthelemy