Voy y vuelvo
Diario de Chile
LA FAUNA
Paso el mes de noviembre en Santiago de Chile y unos días de ese mes en una bahía frente a cuya caleta está la Isla de los Locos. En la isla aún quedan unos pocos locos, algún lobo de mar, uno que otro chungungo y unos cuantos pingüinos de Humboldt. Cuando los pescadores arrojan los restos del pescado faenado desde el muelle, los pelícanos y las gaviotas se dan un festín hasta que asoma el lobo y se acaba la diversión. Los chungungos, los mamíferos marinos más pequeños, son escurridizos y ni por ésas se asoman pero a mí me basta con saber que existen. Lo mismo con las bandurrias y los pilpilenes que anidan en esas dunas. Pondría unas fotos con huellas de pilpilenes en la arena pero tampoco quiero exagerar con el jainismo.
Ese verso de JT: Aún quedan en el barro pequeñas huellas del queltehue que murió esta mañana.
LA FLORA
Era la primavera en noviembre y será el verano ahora. Maravilla de ceibos, jacarandas y gravilleas en flor. El ánimo se abre, se florea, se perfuma. Reabro y releo libros que leía cuando cabrito buscando los árboles y su relación con el ánimo. En El Lobo estepario, HH se emociona cuando mira la araucaria tan bien cuidada junto a la puerta de la que imagina ser la casa que podría acogerlo. Al otro extremo, Sartre resiente ante la raíz sobresaliente de un castaño la famosa náusea.
Merino me muestra el ombú que asoma por el muro de la Quinta Montolín, ahora un liceo municipal, donde en los años treinta vivía Edwards Bello.
Releo también Negra espalda del tiempo, en cuyas páginas Marías confiesa que no hay ni una sola hoja de árbol en sus novelas. Impresiona releerlo porque, ahora lo veo, es el libro que Marías escribió para que los lectores lo releyéramos cuando él muriera.
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LAS HISTORIAS
En el avión de ida estoy viendo Drive my car cuando asoma el azafato con el desayuno y me pregunta si quiero una omelette o algo que no entiendo. Le pido que repita lo que no entiendo y de nuevo no lo entiendo y así hasta que me sugiere que me quite los audífonos.
En el vuelo de regreso veo Un mundo para Julius, basada en la novela de Brice Echenique, que hace un cameo como invitado a su fiesta de cumpleaños cuando niño, no está mal como morisqueta al tiempo perdido. Un Upstairs, Downstairs filmado en Lima, donde los ricos son malísimos y los pobres buenérrimos, salvo el protagonista que es rico pero comunica mejor con los pobres. Visualmente es como una película de Wes Anderson, pero sufre si la comparamos con Roma, que va de lo mismo, pero va con más punch.
Veo también otra cinta argentina, Sublime, sobre una banda de rockeros adolescentes, un ejercicio à la Rohmer en tono menor sobre el bello despuntar del vello y de los sentimientos contenidos de un Principito de Saint-Ex, de un Paul McCartney aterrizado en una ciudad costera. Una variación sobre ese tema tan bonito de Chico, En la flor de la edad: Carlos amaba a Dora que amaba a Rita que amaba a Dito que amaba a Rita que amaba a Dito que amaba a Rita que amaba a toda la bandita...
En Santiago, la Flo está produciendo una película en la que el protagonista es un profesor de yoga argentino que llega a Santiago y se cae en un hoyo. Me imagino perfectamente el hoyo.
También en el avión de ida leo este librito. Cuando me lo regaló Montano me dijo que los mejores textos eran el primero y el último. El primero es de Azúa sobre Deshonra. Y sí, nada que objetar. Un detalle, sin embargo: porque Coetzee describe a la Soraya de la novela como honey-brown, Azúa entiende que es una persona de color. Pero la miel no es oscura, objeta, ni siquiera la miel de brezo. Por mi parte, no he probado todavía todas las mieles africanas pero las que sí he probado son morenas, morenazas incluso.
Torné escribe una carta que su alter ego dirige a Claudio López, editor de La Edad de hierro. Que López haya fallecido entre la escritura de la misiva y mi lectura añade extrañeza a esta carta al editor en la que se pone en duda la generosidad de la protagonista del relato de Coetzee para con un vagabundo. Tal vez Torné derribe una puerta abierta pero lo hace con gracia. Distanciarse del autor, un señor que vive lejos y tiene fama de distante, y cortacircuitarlo por la vía de dirigirse al editor es lo mejor de la fórmula.
LA GENTE
Nos tomamos unos helados de maravilla con una maravilla de persona. ¿De dónde sale tal gente?, se pregunta Caetano. Se lo pregunto a la Molly, que nos cuenta con su naturalidad desarmante y su dicción perfecta que su abuela tiene 104 años, su madre 74, ella 44 y su hija 14. Me trae de regalo el timbre que ha hecho con el Juan de Pareja de Velázquez que me pongo de sayo en Twitter. Los mejores regalos son los inmerecidos, los inesperados. El mejor regalo es el de generosidad contagiosa. Me pregunta de dónde me viene la onda con el arte. Te lo deben de haber preguntado muchas veces, añade. Y no. Es la primera vez que alguien me lo pregunta. Respondo echando mano a una historia familiar. Cuando niño mi hermana me llevó a una exposición de pintura donde vi una imagen que me impresionó, La Sensación de transformarse, un cuadro de Dalí. Me interrumpo. Voy a tratar de ponerlo por escrito, le digo. Tengo el ojo ávido. Salgo de los museos, como salgo de algunos lugares, exhausto, siempre queriendo retener una última imagen. La sensación de transformarse por obra de la imagen tal como la sentí cuando niño nunca más me abandonó.
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La perseverancia con la que mi hermana mayor me ha guardado durante estos años unas camisas y la prolijidad con que mi hermana menor las dispone, ¿cómo se llaman en alemán, en japonés, en sánscrito?
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Mi madre me cuenta que una vez que ella llevaba luto pasó un lisonjero y le dijo: Quién pudiera poner las manos donde las puso el difunto...
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En la mitad del viaje se muere la Gal Costa. Esto es un sinvivir, no quedará nadie con vida. Gal será siempre para mí la moza a la que se le rompe un cuerda de la guitarra en 1971 y dice «acontece».
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Estoy tan moreno por el sol que si le hablo a un haitiano me responde en criollo. El gran fenómeno social en Chile hoy, más que el famoso estallido, es la llegada masiva de la inmigración caribeña. La mayoría de los trabajos de primera línea —camareros, dependientes, choferes—, los ocupan venezolanos o colombianos. Tanto así que, como a mí todavía me gusta hablar con la gente, en el ecuador del viaje dejé de preguntar: ¿usted de dónde viene? y pasé a preguntar simplemente:
—¿Cumaná o Bucaramanga?
Florilegio de respuestas: ¡Pereira!, ¡Barquisimeto!, ¡Chichiriviche!
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Encuentro con unos compañeros de colegio a los que no veía desde hace años. Hablamos de esto y lo otro y pasamos revista a los ausentes. Nos despedimos prometiéndonos que nos volveremos a ver. Y de hecho después de despedirnos nos volvemos a ver en la fila para entrar al baño. El rencuentro es cómico y da para contar un chiste, el del resumen de la vida del hombre: Cuando joven va repitiendo SEX-SEX-SEX. Cuando hombre, MONEY-MONEY-MONEY. Cuando viejo, TOILET-TOILET-TOILET.
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Es el penúltimo día del mes, el 29, y Miguel nos invita a comer ñoquis y a poner unas lucas debajo del plato, siguiendo una tradición que manda comer de esa comida barata el día en que escasea la plata justamente para que no falte.
LA DESPEDIDA
Para no llorar en el aeropuerto me digo que me gustaría llevarme la imagen de la ciudad recortada contra la cordillera no en fotos ni en imágenes mentales sino en pintura. Quién pudiera...
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Para Albert
¿Qué hago yo aquí?
«Creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje».
Genialidad ésta de Nicanor Parra que merecidamente circula mucho e inevitablemente a veces circula mal. En este caso sí que viene al caso. Lo mejor de la pintura chilena —lo que me interesa, o sea lo que más me gusta— son los artistas que pintaron Chile en tanto que paisaje, Antonio Smith, Onofre Jarpa, Pedro Lira.
La naturaleza en Chile, sobre todo en la cordillera y en la costa —y Chile es sobre todo cordillera y costa—, es áspera, abrupta, destemplada incluso. Los valles interiores están algo más domesticados, pero nunca tanto. Nunca tanto como el paisaje toscano, o borgoñón, o brabanzón, al que mis anteojos se han ido acostumbrando.
Su caracter destemplado le confiere al paisaje chileno identidad y belleza, le hace ser él mismo y diferir de todo lo demás. Y nadie lo ha pintado como Antonio Smith, quien nos pone frente al nacimiento de los ríos en la montaña o frente al océano en la costa y nos abandona en ese vértigo con esta pregunta: ¿Qué hago yo aquí?
Jarpa y Lira nos ponen frente a la quietud del valle, nos instalan en él, en ella. El valle nos da un respiro pero no despeja del todo la interrogación existencial: ¿Y ahora qué?
Antonio Smith, Crepúsculo marino y Río Cachapoal, c1860
Onofre Jarpa, Vista del valle con palmas chilenas, c1920
Pedro Lira, Atardecer en el estanque, c1900
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Smith y Jarpa, y Lira en parte, pintaron la Historia de Chile en tanto que geografía. Se podrían decir unas cuantas cosas sobre esta afirmación y sus límites pero esa lata mejor la dejamos para otro día.
Smith fue, tanto en su vida como en su obra, propiamente un romántico, un intrépido aventurero y todo lo demás. Jarpa, en cambio, fue un señor razonable. Lira estuvo probablemente entre los dos.
Reconozco la autoridad en esta materia de Antonio Romera, murciano de Chile.
Para Lucio Anneo
La hora más larga
Los viajes largos se prestan a los relatos de viajes y a las confidencias. En un trayecto de esos mi madre nos contó su viaje de bodas. Conducía una de mis hermanas, que perdió el rumbo y acabamos en unos arrabales improbables.
Era un día de verano a orillas de un lago. Un lago rodeado de boscosas montañas sobre las que se empina el cono imponente de un nevado. Un lago cristalino y calmo. Paseaban mis padres por la ribera, guapísimos como eran, todo hay que decirlo. En una playa solitaria un botero alquilaba su bote. El botero se ofreció para remar pero mi padre prefirió hacerlo él mismo. Era un día espléndido y era un placer internarse en el lago, respirar hondo y apreciar el coleteo juguetón de algún salmón.
De pronto y sin que nada lo anunciaria el cielo comenzó a cubrirse y se levantó un viento del sur que en un dos por tres les hizo perder de vista la costa. Mi padre bajó la cabeza y remó con todas sus fuerzas pero el viento podía más. No sé cuánto duró la zozobra. Sólo sé que no dijo ni una sola palabra durante esa hora larga, decidido a no perder fuerzas en nada que no fuera llevar a mi madre de vuelta a la ribera. Supongo que en esa hora sellaron ellos un pacto más sólido que el que habían jurado pocos días antes.
Cuando por fin alcanzaron la costa, exhausto, mi padre se tendió sobre la tierra y cerró los ojos. Si el viento hubiese sido más fuerte ese día el mundo no habría cambiado de rumbo. Nadie contaría esta historia tal como me la contó mi madre y la cuento yo ahora pero eso qué más da. En su lugar, tal vez una emoción difusa estaría tratando de asomar la cabeza por algún recoveco del agua.
La vida es breve y el vino es generoso
La lectura del Diario de Raúl Ruiz me ha acompañado durante las últimas semanas. Lo acabo ahora y ya lo estoy echando de menos. Son 1200 páginas que cubren los últimos años de su vida, de 1993 a 2011.
Lo que escribe Ruiz casi a diario es siempre interesante y su manera de dialogar con el lector deja suficiente libertad a ambas partes. Fue un cineasta prolífico e hizo más de 120 películas, la mayoría sobre la base de textos literarios. Su Diario es a la imagen de su obra y combina cine, literatura, estética y filosofía con cenas y vinos a menudo en buena compañía.
Sobre cine, la noción de reomodo, que así la explica: Un gato persigue a un ratón. En la lengua usual hay tres elementos: gato-ratón-persecución. El reomodo consiste en envolver los tres elementos en un solo movimiento. También hay que decir que la relación entre un realizador y los productores es algo paradójica: el productor permite filmar, al mismo tiempo que impide hacerlo con la soltura que el director quisiera.
Y un par de consideraciones sobre pintura y cine: «Se me había olvidado que los cuadros tienen guión, como un filme, escrito por guionistas afamados». «Un cuadro de Van der Weyden nos mira doquiera que nos hallemos. Y nos mira a los ojos y nos evalúa: si estamos furiosos, trasluce furia; si reímos ríe. El cuadro asume la forma del que lo mira». Y la más resultona, ésta: «Fui a la inauguración de una exposición y había tantos cuadros que no se veía la gente».
«La vida es dura y moriremos sin entender gran cosa». «El cuerpo no me acompaña a ninguna parte». «La vida es breve y el vino es generoso». En la frase corta Ruiz es de primera.
Ya lo que se permite decir Ruiz sobre Chile no me permito yo ni siquiera pensarlo. Fui poniendo una banderita chilena junto a cada párrafo en que habla de Chile, a menudo mal y veces pésimo, aunque, quién sabe, con la socarronería chilota nunca se sabe bien de qué se está hablando. Las banderitas las dejo para la vuelta, que allá vamos...
Continuará
Las banderas
Sin teléfonos con cámara los muertos en Chile desde el 18 de octubre de 2019 no serían 23 sino cientos, escribía alguien en Twitter.
El poder de la imagen también opera en otro sentido y hay quien cree que mostrar imágenes de gente subida a una estatua o destruyéndola constituye una incitación al odio.
El asalto a la casa de Gobierno y la demolición de la estatua de su jefe es lo que tradicionalmente se espera de una revolución. Hasta ahora en Santiago las manifestaciones se mantienen o son mantenidas a distancia de La Moneda. Algunas estatuas, en cambio, han sido sometidas a escarnio o «intervenidas», como hubiese dicho un lenguaje curatorial en desuso, o derechamente destruidas.
Es verdad que el poder mimético de la imagen hace que el mero hecho de verla parece representar una forma de adhesión o al menos de aceptación de lo que muestra.
Una estatua bien situada sirve como soporte para echar a flamear banderas durante las manifestaciones. Es el caso de la estatua del general Baquedano en la plaza Italia de Santiago, un espacio abierto al borde del río que divide la ciudad en múltiples segmentos.
Las banderas que flamean sobre los hombros del general Baquedano por estos días son variopintas. Se ve mucho un emblema mapuche de creación reciente, frente al cual la bandera chilena pierde protagonismo.
«No necesitamos banderas» cantaban Los Prisioneros durante la dictadura de Pinochet. No parece ser el caso para muchos manifestantes en Chile hoy que, en cambio, sí corean con entusiasmo otra canción del mismo grupo, «El baile de los de abajo». Entiéndase «los de abajo» tanto por los habitantes de las partes bajas de la ciudad como por aquellos que no se suben a la estatua de Baquedano.
Foto de Susana Hidalgo
Quebra-quebra en Chile
Impresiona ver un estallido social cuando y donde no se lo espera. En Brasil dan un nombre muy sonoro a estos reventones: «quebra-quebra». Una multitud pasa delante del supermercado con toda normalidad y súbitamente entra y lo rompe todo.
Es el caso de Chile ahora mismo, lo fue el de Ecuador hace unos días y el de Francia hace unos meses. En los tres casos, la causa inmediata, la chispa que provocó el incendio, fue el aumento del precio del combustible o de la tarifa del Metro, el encarecimiento de la movilización. En los tres casos también, los gobiernos no demoraron nada o casi nada en anular la medida en cuestión. Con resultados diversos. Inmediatos, en el caso ecuatoriano y relativos en el caso francés. Pero en Ecuador la anulación de la medida fue el resultado de una negociación directa con los líderes de los grupos movilizados, lo que en Francia sólo se dio a medias e indirectamente. En cuanto a Chile, es muy pronto para saber por dónde irá la cosa.
Para explicar el estallido chileno se abre camino la teoría según la cual en los países con ingresos medios las demandas sociales van más rápido que el crecimiento económico que permitiría cumplirlas. Apoyan esta idea muchos datos. Uno, para ilustrar: «Un 70% de la población gana menos de 770 dólares mensualmente y 11 de los 18 millones de chilenos tienen deudas». Es decir que si bien la mayoría adhiere al modelo (lo que llevó a esa mayoría a elegir como presidente a un empresario que prometía modelo para todos), el modelo no adhiere a la mayoría.
Puede que el modelo no alcance para todos, pero la minoría en el poder insiste en decirle a la mayoría que sí puede vivir como ella con la condición de que se levante más temprano y sepa comprar. Esto es lo que declararon recientemente sendos ministros chilenos: uno dijo que la gente podía levantarse más temprano para tomar el Metro con tarifa baja y el otro que no todo subía de precio, que las flores estaban más baratas. «Si quieren pan, denles tortas», habría dicho María Antonieta la víspera de la revolución.
Foto de Claudio Reyes
PS/ Si te explican lo que ocurre en Chile y lo entiendes es que te lo han explicado mal.
Un efecto maestro
Este video casero ha tenido mucha audiencia, con millones de visualizaciones en un poco más de un par de meses.
Yo veo un par de razones al menos para explicar el éxito del Chimuelo. El responso improvisado que el niño reza y con el que cumple con el viejo rito de enterrar a los muertos, otorgándole a un compañero toda la dignidad que se merece en su despedida, así sea éste una cotorra.
La aparición del perro, en seguida, ese giro imprevisto de la narración, como la mano que asoma de la tumba en la escena final de Carrie, el filme de Brian de Palma, un efecto maestro a cargo en este caso de la propia realidad, y por el cual el perro devuelve al pájaro a la animalidad, hasta donde el niño tiene que ir a rescatarlo en un combate cuerpo a cuerpo.
Todo esto sin perder de vista por cierto que se trata de una filmación hecha por dos niños para grabar el momento de la despedida de una de sus mascotas. Que haya roto tan naturalmente la esfera infantil y doméstica y la comente medio mundo es parte también de su gracia.
Las cenizas
Diario de Chile, y 4
Por todos lados se ve que la demografía le está cambiando la cara a Chile. Se ve y también se escucha. La demografía o el optimismo antropológico.
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Uno de los deportes nacionales consiste en contar espeluznantes historias de atracos. La más tremenda de las que he escuchado últimamente es la de un hombre que llega a su casa y encuentra la puerta forzada. Entra, recorre y va comprobando que los ladrones se han llevado todas las piezas de valor. Hasta que descubre con espanto que también se han llevado el ánfora que contenía las cenizas de su madre.
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Otra historia de cenizas la ponen dos volcanes, el Calbuco y el Chaitén, que entraron en erupción en los últimos años y llevaron la nube de humo y cenizas por el borde atlántico, bloqueando aeropuertos argentinos y brasileños.
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Después de enterarme de la historia del robo del ánfora, creo que puedo ahorrarles mis lagrimones de aeropuerto. Y mis quejas por la baja calidad de la banda de sonido. Sobre esto último he llegado a pensar que el optimismo antropológico que mueve a Chile junto con la demografía se alimenta también de los raguetones.
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Sigo hablando de Chile en presente y hace ya dos semanas que estoy de vuelta en el invierno belga.
¿Qué será de la Beatriz Lapido?
Diario de Chile, 3
Al momento del despegue y si se da la circunstancia favorable, esto es si vas sentado al lado opuesto del sol, es bonito ver como la sombra va empequeñeciéndose sobre el suelo en la medida en que el avión gana altura.
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Trasiego de pájaros. Las gaviotas son las más numerosas y tal vez sean las auténticas pobladoras de esta bahía. Pero el vuelo de los pelícanos en formación es insuperable. Un tiuque vuela sobre mi cabeza haciendo un esfuerzo superior al de otros pájaros para recorrer la misma distancia, como si sus alas desplegadas fueran demasiado grandes con relación a su cuerpo. Más pájaros. Queltehues por todos lados, jotes en el camino. Y en la playa, compadreo con pilpilenes y bandurrias.
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Le digo que se ponga junto al cuadro de Bogni que ilustra su último libro y hago un par de fotos con el teléfono. No quedo conforme con la luz ni los detalles, pero sí con la mirada, la combinación exacta de proximidad y distancia, la misma que me dedicaba Parra.
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Sobredosis de empatía: la gente que repite el final de tus frases. También sobre el final de las frases: los germánicos esperan que el interlocutor termine sus frases no sólo porque son más educados sino porque, como el verbo va al final, hay que esperar ese final para entenderlas.
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Se supone que la gente habla como vive, pero el cineasta le da la vuelta a la teoría del lenguaje y en su película la gente vive como habla. Por si no se nota, he vuelto a ver la Palomita blanca. Y a todo esto, ¿qué será de la Beatriz Lapido?
Acuarela de Edward Gennys Fanshawe, 1851
Con flores a María
Diario de Chile
Hablando con AM y ante un giro de la conversación entono el «Con flores a María», lo que desencadena en ella el siguiente recuerdo:
Tendría AM 13 ó 14 años e iba a menudo a la iglesia a preparar una procesión para celebrar el mes de María. Un día, después de la misa, se quedó a ayudar al cura a cerrar la iglesia. El cura se llamaba don ER y vivía con su hermana, la J, aunque todo el pueblo sabía que la J no era su hermana sino su mujer. Una vez que cerraron la puerta de la iglesia y la nave quedó en la penumbra, el cura se sentó en una silla, tomó a AM por la mano, la sentó en sus sotanas y comenzó a acariciarle las piernas. A AM le repugnó el gesto y la circunstancia y se deshizo del cura como pudo. «Eso no es nada y es mejor que no andes por ahí contándolo», le dijo el párroco.
AM igual corrió a contárselo a su madre, quien le respondió: «Eso no es nada y es mejor que no andes por ahí contándolo». AM se lo contó entonces a doña L, que era su confidente, a quien solía llevar flores del jardín de su madre para que doña L le tocara alguna pieza al piano y le regalara una moneda de chocolate, y doña L le dijo: «Eso no es nada y es mejor que no andes por ahí contándolo».
Si bien que AM olvidó el episodio hasta hoy en que lo recordó cuando me escuchó entonar el «Con flores a María». Nunca más aceptó quedarse sola con aquel cura pero sí que sacó en procesión como previsto a la Virgen cubierta de flores cantando con su madre, doña L y las vecinas el «Con flores a María».
Daniel Seghers, c1650