Las mejores novelas de Coetzee ordenadas de muy buenas a magistrales
DESDE 2017, AÑO de la última foto, dos novelas y tres nouvelles han caído y hoy que es el cumpleaños n° 83 del maestro toca actualizar la pirámide. Abajo las muy pero muy buenas. Arriba las magistrales.
Nocturno para una única oyente
ALARGO la lectura de El Polaco, la reciente novela de Coetzee. Es breve y no quiero que acabe tan pronto.
Es la historia de un amor que la protagonista no reconoce como tal hasta la última línea. Al contrario del polaco, que se reconoce enamorado a primera vista y contribuye con todos los tópicos del género del artista enamorado. Porque es un artista nuestro polaco, un intérprete de Chopin.
Coetzee describe limpiamente los impulsos y los frenos en el fuero interno de la protagonista. Así como la manera cómo ésta detalla las limitaciones que el polaco inevitablemente exterioriza. Lo paradójico del caso es que ella critica el exceso de romanticismo del polaco y al mismo tiempo espera secretamente que vaya más lejos en esa dirección.
También el paralelo entre lo que puede dar de sí el polaco como amante y la manera cómo interpreta a Chopin está muy conseguido. El polaco es un intérprete austero del maestro romántico y ella le reclama más de lo que justamente dice querer huir, más énfasis, más romanticismo...
(A Coetzee también se le suele reprochar ser austero).
El Polaco no es una sinfonía ni una obra coral. Es un nocturno para una única oyente. Por cierto, magistral.
La traducción, sin embargo, parece mejorable. Lo digo a pesar de que antes de sentenciar habría que leer la versión original, cosa que aún no es posible. Como se sabe, Coetzee prefiere publicar sus libros en español antes de dar paso a la edición original en inglés. Además de en español, por ahora el libro sólo está disponible en alemán y neerlandés.
A propósito de eso, éste es un amor que tiene que desplegarse en inglés entre dos personas, un polaco y una española, para las cuales el inglés es el único idioma que tienen en común. En ese terreno ella también es exigente y él muy consciente de sus limitaciones. El es viejo y ella no.
Voy y vuelvo
Diario de Chile
LA FAUNA
Paso el mes de noviembre en Santiago de Chile y unos días de ese mes en una bahía frente a cuya caleta está la Isla de los Locos. En la isla aún quedan unos pocos locos, algún lobo de mar, uno que otro chungungo y unos cuantos pingüinos de Humboldt. Cuando los pescadores arrojan los restos del pescado faenado desde el muelle, los pelícanos y las gaviotas se dan un festín hasta que asoma el lobo y se acaba la diversión. Los chungungos, los mamíferos marinos más pequeños, son escurridizos y ni por ésas se asoman pero a mí me basta con saber que existen. Lo mismo con las bandurrias y los pilpilenes que anidan en esas dunas. Pondría unas fotos con huellas de pilpilenes en la arena pero tampoco quiero exagerar con el jainismo.
Ese verso de JT: Aún quedan en el barro pequeñas huellas del queltehue que murió esta mañana.
LA FLORA
Era la primavera en noviembre y será el verano ahora. Maravilla de ceibos, jacarandas y gravilleas en flor. El ánimo se abre, se florea, se perfuma. Reabro y releo libros que leía cuando cabrito buscando los árboles y su relación con el ánimo. En El Lobo estepario, HH se emociona cuando mira la araucaria tan bien cuidada junto a la puerta de la que imagina ser la casa que podría acogerlo. Al otro extremo, Sartre resiente ante la raíz sobresaliente de un castaño la famosa náusea.
Merino me muestra el ombú que asoma por el muro de la Quinta Montolín, ahora un liceo municipal, donde en los años treinta vivía Edwards Bello.
Releo también Negra espalda del tiempo, en cuyas páginas Marías confiesa que no hay ni una sola hoja de árbol en sus novelas. Impresiona releerlo porque, ahora lo veo, es el libro que Marías escribió para que los lectores lo releyéramos cuando él muriera.
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LAS HISTORIAS
En el avión de ida estoy viendo Drive my car cuando asoma el azafato con el desayuno y me pregunta si quiero una omelette o algo que no entiendo. Le pido que repita lo que no entiendo y de nuevo no lo entiendo y así hasta que me sugiere que me quite los audífonos.
En el vuelo de regreso veo Un mundo para Julius, basada en la novela de Brice Echenique, que hace un cameo como invitado a su fiesta de cumpleaños cuando niño, no está mal como morisqueta al tiempo perdido. Un Upstairs, Downstairs filmado en Lima, donde los ricos son malísimos y los pobres buenérrimos, salvo el protagonista que es rico pero comunica mejor con los pobres. Visualmente es como una película de Wes Anderson, pero sufre si la comparamos con Roma, que va de lo mismo, pero va con más punch.
Veo también otra cinta argentina, Sublime, sobre una banda de rockeros adolescentes, un ejercicio à la Rohmer en tono menor sobre el bello despuntar del vello y de los sentimientos contenidos de un Principito de Saint-Ex, de un Paul McCartney aterrizado en una ciudad costera. Una variación sobre ese tema tan bonito de Chico, En la flor de la edad: Carlos amaba a Dora que amaba a Rita que amaba a Dito que amaba a Rita que amaba a Dito que amaba a Rita que amaba a toda la bandita...
En Santiago, la Flo está produciendo una película en la que el protagonista es un profesor de yoga argentino que llega a Santiago y se cae en un hoyo. Me imagino perfectamente el hoyo.
También en el avión de ida leo este librito. Cuando me lo regaló Montano me dijo que los mejores textos eran el primero y el último. El primero es de Azúa sobre Deshonra. Y sí, nada que objetar. Un detalle, sin embargo: porque Coetzee describe a la Soraya de la novela como honey-brown, Azúa entiende que es una persona de color. Pero la miel no es oscura, objeta, ni siquiera la miel de brezo. Por mi parte, no he probado todavía todas las mieles africanas pero las que sí he probado son morenas, morenazas incluso.
Torné escribe una carta que su alter ego dirige a Claudio López, editor de La Edad de hierro. Que López haya fallecido entre la escritura de la misiva y mi lectura añade extrañeza a esta carta al editor en la que se pone en duda la generosidad de la protagonista del relato de Coetzee para con un vagabundo. Tal vez Torné derribe una puerta abierta pero lo hace con gracia. Distanciarse del autor, un señor que vive lejos y tiene fama de distante, y cortacircuitarlo por la vía de dirigirse al editor es lo mejor de la fórmula.
LA GENTE
Nos tomamos unos helados de maravilla con una maravilla de persona. ¿De dónde sale tal gente?, se pregunta Caetano. Se lo pregunto a la Molly, que nos cuenta con su naturalidad desarmante y su dicción perfecta que su abuela tiene 104 años, su madre 74, ella 44 y su hija 14. Me trae de regalo el timbre que ha hecho con el Juan de Pareja de Velázquez que me pongo de sayo en Twitter. Los mejores regalos son los inmerecidos, los inesperados. El mejor regalo es el de generosidad contagiosa. Me pregunta de dónde me viene la onda con el arte. Te lo deben de haber preguntado muchas veces, añade. Y no. Es la primera vez que alguien me lo pregunta. Respondo echando mano a una historia familiar. Cuando niño mi hermana me llevó a una exposición de pintura donde vi una imagen que me impresionó, La Sensación de transformarse, un cuadro de Dalí. Me interrumpo. Voy a tratar de ponerlo por escrito, le digo. Tengo el ojo ávido. Salgo de los museos, como salgo de algunos lugares, exhausto, siempre queriendo retener una última imagen. La sensación de transformarse por obra de la imagen tal como la sentí cuando niño nunca más me abandonó.
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La perseverancia con la que mi hermana mayor me ha guardado durante estos años unas camisas y la prolijidad con que mi hermana menor las dispone, ¿cómo se llaman en alemán, en japonés, en sánscrito?
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Mi madre me cuenta que una vez que ella llevaba luto pasó un lisonjero y le dijo: Quién pudiera poner las manos donde las puso el difunto...
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En la mitad del viaje se muere la Gal Costa. Esto es un sinvivir, no quedará nadie con vida. Gal será siempre para mí la moza a la que se le rompe un cuerda de la guitarra en 1971 y dice «acontece».
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Estoy tan moreno por el sol que si le hablo a un haitiano me responde en criollo. El gran fenómeno social en Chile hoy, más que el famoso estallido, es la llegada masiva de la inmigración caribeña. La mayoría de los trabajos de primera línea —camareros, dependientes, choferes—, los ocupan venezolanos o colombianos. Tanto así que, como a mí todavía me gusta hablar con la gente, en el ecuador del viaje dejé de preguntar: ¿usted de dónde viene? y pasé a preguntar simplemente:
—¿Cumaná o Bucaramanga?
Florilegio de respuestas: ¡Pereira!, ¡Barquisimeto!, ¡Chichiriviche!
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Encuentro con unos compañeros de colegio a los que no veía desde hace años. Hablamos de esto y lo otro y pasamos revista a los ausentes. Nos despedimos prometiéndonos que nos volveremos a ver. Y de hecho después de despedirnos nos volvemos a ver en la fila para entrar al baño. El rencuentro es cómico y da para contar un chiste, el del resumen de la vida del hombre: Cuando joven va repitiendo SEX-SEX-SEX. Cuando hombre, MONEY-MONEY-MONEY. Cuando viejo, TOILET-TOILET-TOILET.
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Es el penúltimo día del mes, el 29, y Miguel nos invita a comer ñoquis y a poner unas lucas debajo del plato, siguiendo una tradición que manda comer de esa comida barata el día en que escasea la plata justamente para que no falte.
LA DESPEDIDA
Para no llorar en el aeropuerto me digo que me gustaría llevarme la imagen de la ciudad recortada contra la cordillera no en fotos ni en imágenes mentales sino en pintura. Quién pudiera...
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Para Albert
El truco del pincel
Coetzee comentando «El desvío a Santiago» de Noteboom. Sobre Velázquez:
«...Aunque pueden verse los cuadros como trucos con la pintura (igual que pueden verse los poemas como trucos con las palabras) y aunque gran parte de su propia crítica de arte consiste en detectar el truco del pincel detras de la ilusión de la verdad, ciertos trabajos artísticos parecen invitarnos a regresar al lenguaje de lo real y la verdad, un lenguaje que puede ser viejo y despreciable pero que sigue siendo el único apropiado para la tarea».
Y sobre Zurbaràn y Cézanne:
«...Zurbaràn se concentra en los enlucidos de tela y paño que para él constituyen un ensayo sobre la relación entre la luz, el color y el material como no se volvería a ver hasta Cézanne».
Costas extrañas, Ensayos 1986 - 1999
Zurbaràn como San Lucas
Todo Coetzee o nada
TIEMPO ATRÁS, MONTANO me dijo que debería escribir unas instrucciones para leer a Coetzee. Eché las cuentas y como me faltaba por leer Vida y época de Michael K le dije que para eso primero tendría que leer todo Coetzee.
Supongo que para no ponerme en el brete de tener que escribir las instrucciones para leer a Coetzee no leí Vida y época de Michael K durante todos estos años. Hasta hace unos días.
La novela es de 1984 y es la cuarta de las 16 escritas por Coetzee. Pero parece la última, la más reciente, la que habla de hoy. Copio la descripción que hace , porque me parece insuperable: «La novela trata de Michael K, un jardinero de raza no identificada que puede o no tener problemas mentales». Pues eso.
Tanto me ha gustado que me pongo a releerla. Wilde decía que si al releer un libro no le ves la gracia, quiere decir que no era necesario leerlo la primera vez. Voy a comprobarlo.
Por lo demás, prometido, escribiré la instruccciones para leer a Coetzee en cuanto haya releído todo Coetzee. No hay para qué precipitarse.
Contrariamente a la novela, ninguna portada de las muchas ediciones de «Michael K» me convence. Así que pongo esta imagen de la sexta de las nueve versiones de la novela que Coetzee escribió en 1983 sobre cuadernos hechos por él mismo en base a papel reciclado de la Universidad del Cabo. Como puede verse, la novela se llamaba para él simplemente «#4», la cuarta.
El joven John
Una tarde acabé de leer un libro, lo cerré, y puede ser que para combatir esa especie de pena que asoma cuando uno se separa de un buen libro, encendí la tele. Una película comenzaba, de la que ya habían quedado atrás los créditos. Reconocí en seguida el relato que yo acababa de leer, a pesar de que no eran imágenes descriptivas ni tampoco eran exactamente las imágenes que yo había «visto» mientras leía el libro.
Viene esto a cuento de que Coetzee cuenta en Infancia cómo eran sus padres, su casa y sus compañeros de curso, y sus lectores pusimos unas formas visuales a ese relato echando mano a imágenes de nuestro propio repertorio. Así hasta hace poco, porque últimamente alguien encontró en Ciudad del Cabo una caja con viejas fotos que tomó Coetzee cuando adolescente y en ellas podemos ver ahora esas escenas de una vida de provincias que el novelista había puesto por escrito.
Debo decir que no son muy diferentes a como las había imaginado. El colegio es tal como supuse —y en esto no tengo mérito ninguno, porque es igual a como era mi propio colegio—, el desierto de Karoo y la playa de Strandfontein, también. Sus padres, en cambio, eran más guapos y el niño John parece más triste y menos agraciado que la figura que yo me representé. Esto último se explicará por el cariño que le tengo.
Cincuenta cosas por hacer antes de morir
En un programa de radio en 1981, el admirable Perec propuso una lista de cincuenta cosas por hacer antes de morir. Cruzar el meridiano cero en el Pacífico para cambiar de día en pleno día. Ir de Uarzazate a Tombuctú en 52 días montado en un camello, el tiempo que tardó Stendhal en escribir La cartuja de Parma. Beber ron rescatado de un naufragio —como hizo uno de mi pueblo, el capitán Haddock.
Supongo que estos desafíos buscan retardar la inminencia del viaje definitivo. Perec moriría pocos meses después, a los 45 años, y no lo sabía al momento de establecer la lista.
Así que me pongo desde ya a hacer mi propia lista. O más bien me propongo ir haciéndola y deshaciéndola, a ver si así dura algo más la entretención.
1. Jugar en la selección y marcar el gol decisivo.
2. Estudiar historia del arte y saltarme los capítulos malos.
3. Volver a vivir una hora de un día sábado de hace muchos años.
4. Caminar entre Conques y Cahors y luego entre Cahors y Rocamadour o Montauban.
5. Entrevistar a John Maxwell Coetzee y preguntarle por qué va cada año a Chile.
6. Navegar desde Valparaíso a Montevideo y vice versa.
7. Avistar la isla de Delos desde la cubierta de una embarcación.
8. Ir del Cabo de Gata al Finisterre andando.
9. Ordenar la bodega y encontrar algo perdido y olvidado y muy querido.
10. Ir desde mi casa hasta la boca del Guadalquivir por la línea divisoria de las aguas.
11. Subir al Pierzu y ver el mar.
Tres de Coetzee
Pregunté ayer en Twitter cuál de estas tres portadas es mejor:
Este es el resultado: 47% para la australiana, 45% para la francesa y 8% para la argentina.
El que pregunta no vota pero debo decir que comparto el resultado. Las dos primeras me gustan mucho y funcionan de diferente manera, creo yo. La australiana da por hecho que el potencial lector conoce al autor y se sentirá estimulado por el enigma que supone la presentación del título: doce signos ordenados simétricamente ocupan todo el espacio de la portada. Las nueve letras del nombre del autor y, abajo, en números romanos, la fórmula 1, 2, 3. Descomponer el nombre del autor en tres grupos de tres letras da como resultado que las iniciales aparezcan arriba. Lzs dos «palabras» que siguen connotan o significan: Zee, por ejemplo, quiere decir en neerlandés «mar». A falta de ser unívoca semánticamente, la imagen lo es visualmente. Es ingeniosa, además.
La edición francesa echa mano a una imagen de síntesis —y viene a cuento llamarla así: una isla donde caben tres paisajes diferentes: un macizo vegetal con su palmera —la isla del náufrago, la isla de Robinson Crusoe, tal como la hemos visto mil veces representada—, rodeado por una iglesia más o menos barroca y unos rascacielos. La isla «flota» en ese espacio visual que queda a veces entre el mar y el cielo.
Cabría preguntarse frente a la imagen si se ajusta al contenido del libro. El primero de estos tres relatos de Coetzee se llama «Una casa en España» y se sitúa en Cataluña. El segundo se llama «Nietverloren» —No está perdido o abandonado— y describe una travesía por el desierto de Karoo, en Sudáfrica. El tercero, «Él y su hombre», es su discurso de aceptación del Nobel en 2003, y se sitúa, por decirlo así, en la costa sur de Inglaterra. Para refirse a sí mismo, Coetzee se apoya en uno de sus clásicos, Daniel Defoe. La isla como metáfora cabe, así, en la imagen de la portada, junto a los tres paisajes contenidos: la naturaleza más o menos intemporal, el pasado y el presente.
La edición argentina funciona sobre la misma base que la francesa, pero está menos conseguida. La fotografía muestar una casa que podríamos encontrar en Cataluña, cierto, o incluso en el Karoo, pero que no nos dice por qué tendríamos que interesarnos por ella.
Los días de Davíd en la escuela
Le pregunto a la persona a la que tengo por responsable de las constantes escapadas de Coetzee al Cono Sur qué le ha parecido la novela y me dice que le ha parecido que no.
Que no debería Coetzee ir por allí sino por allá. Pero como es precisamente por allí que Coetzee ha ido creo incluso que perseverará y espero que alcance a contarnos la pasión del protagonista, David, cuando cumpla 33. Por ahora, el niño tiene cinco años en la primera entrega, La infancia de Jesús, y siete en esta segunda, Los días de Jesús en la escuela.
En ambas novelas la vida de David transcurre en un país en donde se habla español. El niño aprende a leer con un ejemplar del Quijote y así por delante. Incluso algún crítico sostiene que la sentenciosa prosa que utiliza Coetzee parece un inglés traducido del español. Y sobre eso hay un detalle que me encanta porque yo por esos detalles vivo y es que en su empeño por hispanizar seres y cosas el nombre del niño, David, Coetzee lo escribe así:
Davíd.
Te lo juro.