vendredi 28 octobre 2022

¿Qué es peor, tener un hijo asesino o una hija asesinada?

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V13, POR VIERNES 13*, por aquel viernes 13 de noviembre de 2015 en que el terrorismo islamista atacó París por tres frentes —el Estadio de Francia, el teatro Bataclan y las terrazas de varios cafés y restaurantes— con un saldo de 130 muertos y más de 400 heridos, muchos de ellos muy graves porque los ataques fueron cometidos con armas de guerra.

Cinco años después, la justicia francesa enjuició a veinte acusados en calidad autores y cómplices, en un juicio que se extendió por nueve meses y por el que desfilaron cientos de víctimas y testigos y 350 abogados, proceso que Carrère siguió del primer al último día y del que fue publicando semanalmente unas crónicas en varios medios de prensa que ahora reúne en este libro. 

El libro se divide en dos partes: las víctimas y los acusados. Sobre la relación entre unos y otros Carrère formula una pregunta que le surge de la lectura de otro libro que describe el cara a cara entre el padre de uno de los terroristas y el padre de una de las víctimas mortales, una pregunta tremenda: ¿qué es peor, tener un hijo asesino o una hija asesinada?

Los terroristas se repartían en tres grupos de tres individuos teleguiados por el Estado Islámico desde Siria. Un primer comando llegó hasta el Estadio de Francia, donde se jugaba un partido entre Francia y Alemania en presencia del presidente de la República de entonces, François Hollande. Los terroristas pretendían introducirse en el estadio y saltar por los aires entre la multitud, lo que habría provocado una masacre mayúscula. Pero se enredaron por el camino, llegaron cuando el partido ya había comenzado y se encontraron con las puertas del estadio cerradas y unos guardias que les impidieron entrar. Contrariados por el percance, fueron lo suficientemente cons —Carrère dixit— como para activar los explosivos en los accesos al estadio, despoblados a esa hora. Aun así las tres explosiones provocaron una víctima mortal e hirieron gravemente a una decena de personas.

A Marilyn, por ejemplo. Así la describe Carrère: «Marilyn lleva siempre consigo en un pequeño tubo de plástico la esquirla de 18 mm que le extrajeron de la mejilla. La saca de su bolso frente a la Corte y dice: no me importa mostrarla pero no me separo de ella. La guarda y se va, y otros 250 testimonios que vendrán después harán olvidar el suyo, pero aun así, a Marylin alejándose, sola, elegante y triste, tan triste, con su esquirla en el tubo, yo no lo olvidaré».

Hacía buen tiempo en París esa noche de noviembre, las terrazas de los cafés y restoranes desbordaban de gente. «Era como una primavera precoz —recuerda una sobreviviente— y la gente se veía feliz. Yo tenía 27 años y mis amigos 29 y nos preguntábamos qué haríamos para celebrar cuando cumpliéramos los 30». En ese momento tres terroristas descendieron de un coche y comenzaron a tirar a matar. En veinte minutos asesinaron a 39 personas y dejaron 32 heridos graves. Uno de los terroristas activó su cinturón explosivo y los otros dos escaparon y fueron encontrados cinco días después en un suburbio parisino y abatidos por la policía.

Lo peor todavía por venir y lo provocaron minutos más tarde otros tres terroristas en el Bataclan. En medio de un concierto de rock irrumpieron dando tiros y vivas a Alah y en diez minutos mataron a 90 jóvenes e hirieron gravemente a más de 200. Hasta que uno de los terroristas fue abatido sobre el escenario por un policía que tuvo el coraje de interrumpir la masacre pistola en mano, mientras que los otros dos activaban sus chalecos explosivos.

De la masacre del Bataclan se deduce una cosa siniestra. Después de las primeras ráfagas, cientos de personas yacían amontonadas en el suelo, muertos los que estaban encima, vivos los que estaban debajo. Si uno de ellos se movía o se le escapaba un quejido, los terroristas fríamente lo remataban. Si sonaba un móvil también. Y esto es pavoroso porque a esa hora los familiares y amigos de los jóvenes atrapados en la sala comenzaban a enterarse de lo que sucedía y su primer reflejo era marcar el número del amigo o del familiar que estaba allí dentro. Y el sonido de ese celular lo acallaban los islamistas a balazos.

No es fácil resumir un juicio como éste pero Carrère lo consigue dando cuenta de sus grandes líneas y de los detalles reveladores, como este inicio del interrogatorio del presidente del tribunal a Salah Abdeslam, principal inculpado y único sobreviviente del comando terrorista (del que nunca sabremos si el cinturón explosivo que iba a activar se trabó o si lo que se trabó fue su osadía):

—¿Estado civil?

—Alah es grande y Mahoma es su profeta.

—Bueno, ya veremos luego... ¿Nombres de su padre y de su madre?

—Los nombres de mi padre y de mi madre no tienen nada que hacer aquí.

—¿Profesión?

—Combatiente del Estado Islámico.

—...En mis notas dice «interino».

Este intercambio le valió al presidente del tribunal dar con el tono con el que impondría su autoridad durante el largo proceso. Finalmente el tribunal repartió penas un peldaño por debajo de las pedidas por la acusación y lo argumentó de tal suerte que los acusados comprendiesen que si apelaban obtendrían un aumento de sus condenas. La justicia es humana pero funciona. 

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*El viernes 13 en la cultura gala es un equivalente al martes 13 en la nuestra, una fecha marcada por la suerte, mala según la mayoría, que ese día se anda con cuidado, buena según otros, que ese mismo día juegan a la lotería.

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vendredi 25 février 2022

Los ayurvédicos

A fines de 2004 un grupo de suizos alemánicos practicaban en un hotel de Sri Lanka una cura ayurvédica que incluía yoga y verduras cocidas. Vino la ola mortífera del sunami y el hotel, que está en una colina cercana a la playa, se convirtió en un improvisado hospital de campaña. En medio de escenas desgarradoras de gente rota por la tragedia, los suizos ésos continuaban impávidos midiendo la profundidad de su ombligo. Emmanuel Carrère, que compartía con ellos el hotel, los bautizó «los ayurvédicos». Lo cuenta en De vidas ajenas y lo vuelve a contar en Yoga.

He recordado a veces a los ayurvédicos durante la pandemia. Mientras los ancianos morían por miles en la primera ola le escuché decir a una ayurvédica local que la gente contraía el coronavirus porque estaba «asfixiada por su propia vida».

Yo procuro no hablar mucho de yoga sino más bien practicarlo porque creo que todo el tiempo que le dediques es poco contando con lo que te aporta. No se me escapa, eso sí, que entre algunos de sus promotores hay unos cuantos cretinos patentados. Como el propio primer ministro indio, Narendra Modi, que promueve el yoga en su país y en el resto del mundo y sin embargo llegó al poder en parte gracias a una masacre de musulmanes que orquestó cuando era gobernador del Estado de Gujarat en 2002.

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Y vuelvo recordar a los ayurvédicos ahora cuando veo cómo desplegamos nuestras estrategias para pasar por la agresión a Ucrania tratando de no salpicarnos moralmente. Para no hablar de los que la justifican y se niegan a admitir la diferencia entre el agresor y el agredido. Estos suelen ser agresores emboscados detrás de un falso perfil de agredidos.

No queda más remedio que neutralizarlos. Como venimos haciendo desde el parvulario.

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PS/ Visto el tradicional compadreo entre la India y la Unión Soviética, era previsible que al gobierno indio le costase condenar la agresión de Putin a Ucrania. Pero abstenerse de hacerlo, como ha votado hoy en las Naciones Unidas, cubrirá de vergüenza a Narendra Modi durante varias reencarnaciones. 

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samedi 15 janvier 2022

La impostura

Florence Aubenas publicó en 2010 Le Quai de OuistrehamEl Muelle de Ouistreham, libro en el que relata los meses en los que trabajó como aseadora en los transbordadores que cruzan el Canal de la Mancha, un trabajo precario, ingrato y mal pagado como es limpiar retretes a matacaballo por un salario de miseria. Periodista y escritora, para integrarse en ese medio tan lejano al suyo, imposta otra identidad y prueba a vivirla a fondo mientras que sus nuevos colegas ignoran que Aubenas los observa de cerca para escribir un libro sobre ellos.

Emmanuel Carrère adapta ahora ese relato al cine, confía el papel de Aubenas a Juliette Binoche y deja el resto de los papeles en manos de actores no profesionales próximos al medio en el que transcurre el relato. Binoche es una actriz consumada y salva el desafío brillantemente. El equipo de limpiadoras también lo hace muy bien.

Hay varias cuestions que asoman por este filme —la precariedad laboral de 20 por ciento de los trabajadores franceses es el más evidente— y otras que se mueven en el trasfondo. De estas últimas, tal vez la impostura, un asunto muy presente en la obra del escritor francés bajo diversas formas, sea la más significativa. ¿Qué mueve a una periodista prestigiosa como Aubenas a impostar ser una anónima trabajadora precaria? El imperativo profesional, afirma ella, conocer de primera mano la realidad de las trabajadoras precarias para sacarlas del anonimato y llevar sus vidas a la esfera pública. El éxito profesional, sin duda —el libro ha vendido más de 120 mil ejemplares y ha sido traducido a varios idiomas. Y algo más, probablemente, algo más difícil de precisar: las ganas de ser otro, de vivir otras vidas, de entrar en la vida de los demás e instalarse allí intensamente para luego salir más o menos incólume.

Una parte de sus colegas durante la aventura así lo entiende cuando se desvela la verdad en el momento de la publicación del libro. No es el caso de las dos mujeres con las que la periodista vivió una relación más cercana e intensa, que no le perdonarán el engaño. El filme es implacable en ese punto y este es uno de sus principales méritos.

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vendredi 4 septembre 2020

Unos polvillos minerales

Hay tres lugares o espacios en Yoga, de Emmanuel Carrère:

El paraíso perdido, el tiempo inmediatamente anterior al relato, los diez mejores años de la vida del autor-personaje, durante los cuales escribió sus mejores libros, un tiempo y un espacio que quieren prolongarse en un nuevo libro «sutil y sonriente» sobre el yoga. Para escribirlo, el autor se apunta a un cursillo de meditación en la región forestal de Morvan, en el centro de Francia, cursillo que acaba para él intempestivamente. Son los días de la matanza de Charlie Hebdo.

El infierno o una temporada en el infierno, esto es una temporada en la sección de psiquiatría de un hospital parisino.

El purgatorio, en la isla griega de Leros, frente a la costa turca.

Y un epílogo sobre cómo se escribe un libro como éste, un libro de ficción-no-ficción.

Digo que se trata de un libro de ficción-no-ficción porque Carrère le hace un esguince a su principio de contar sus aventuras tales y cuales fueron. Lo explica más o menos así: Yo controlo lo que digo de mí mismo pero los demás no pueden controlar lo que yo cuento de ellos. De lo que se desprende que algunas personas que deberían por la fuerza de los hechos aparecer en este relato le han impuesto al autor un silencio radical sobre esa presencia. «Y en cuanto comienzas a cambiar los nombres de los protagonistas la ficción toma el poder y (...) abres la puerta a todas las ventanas», concluye.

Sobre el paraíso perdido y la temporada en el infierno: «Una mitad de mí es enemiga de la otra mitad», dice el autor describiendo su personalidad bipolar. Para sacarlo de la depresión y ahuyentar las ideas suicidas su terapia se prolonga con la ingesta diaria de litio, sustancia que permite que las fases de euforia y depresión no sean tan acusadas. Es interpelante notar que una vida de introspección a través del yoga, el tai chi, la meditación y la escritura dependa de unos polvillos minerales...

Yo tiendo a señalar a la adrenalina como fuente de estos desarreglos. O a las hormonas, como prefieran. El autor quiere escribir un libro mejor que el anterior y como el género que cultiva es la autoficción —la ficción-no-ficción— se mete en líos. Por la misma vía, quiere conquistar a una mujer más joven y más guapa que la anterior. Y nuevos líos. Y así sucesivamente.

Eso sí, no entiendo cómo un libro como éste —un librito sutil y sonriente sobre el yoga, como dice su autor irónicamente— no hace referencia a un principio de base del hinduismo: la rueda del placer gira a la misma velocidad que la rueda del dolor. Elemental, mi querido Krishna.

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PS / Cuenta Carrère que cuando un ruso (él lo es a medias) se va de viaje se sienta junto a su ser querido un momento en silencio, tras lo cual se levanta y se aleja sin mirar atrás.

PS 2/ Debilidad por las islas. Tres momentos claves del libro transcurren en las Azores, en las Baleares y en las islas del Dodecaneso.

PS 3/ La lectura de un libro va dejando una lista de referencias a mirar más de cerca, una lista de cosas por hacer cuando lo acabes. En este caso, ver Rocco y sus hermanos. Y escuchar la Polonesa heroica n°6 de Chopin en la versión de Marta Argerich, o al menos ver el minuto 5'30 de esa grabación. Porque así como cuando uno lee una novela mira de vez en cuando la foto del autor en la solapa, en un libro de ficción-no-ficción buscará de repente la cara de alguna persona que asoma por el relato. Lo hice esta vez con Bernard Maris, asesinado en Charlie Hebdo. Lo conocía, claro, pero tras leer lo que cuenta Carrère de él quise volverlo a ver.

PS 4/ ¿Por qué las portadas de los libros sobre yoga son tan feas?

PS 5/ Sobre bipolaridad y arte, este poema de Ferreira Gullar que me sé de memoria.

PS 6/ Marc Bassets sugiere que Carrère le hace este esguince a la no ficción para ganarse el Goncourt que, como se sabe, premia sólo libros de ficción.

PS 7/ «Si dejas asomar lo que hay en ti, lo que asome te salvará. Si no lo dejas asomar, lo que no asome te matará». El epígrafe, tomado del Evangelio apócrifo de Tomás.

PS 8/ Los libros de Carrère ordenados de izquierda a derecha de muy buenos a buenos no más:

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lundi 4 mai 2020

Yo antes era de Pedro y ahora soy de Pablo

A la entrada de la biblioteca de mi pueblo hay una estantería donde quedan disponibles los libros que descatalogan. Llegar y llevar es la consigna. A la iniciativa se suman algunos lectores que dejan allí los libros que creen que estarán mejor en otras manos. Como esa estantería hay unas cuantas más por todo el pueblo, pero fue en la de la biblioteca donde ocurrió lo que quiero contar. Y es que un día encontré allí una corrida de libros que me pareció que me estaban todos destinados. Ninguno lo había leído y todos los quería leer. Como si la selección la hubiese hecho alguien que me conocía perfectamente bien.

Entre esos libros estaba éste.

 

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Cuando leí El Reino, de Emmanuel Carrère, me di cuenta de que la idea que yo me hacía de Pablo de Tarso estaba completamente fuera de lugar. A pesar de haber oído cuando niño en decenas de misas sus Epístolas, yo creía que Pablo era una especie de escudero de Pedro, su Sancho Panza. Y no, en absoluto. Pedro y Pablo fueron más bien rivales o, al menos, se repartieron la tarea de llevar la buena nueva por dos mundos diferentes. Pedro, a los judíos. Pablo, a los gentiles, los paganos, los griegos y romanos. La intuición genial de Pablo fue ésa justamente, que el cristianismo sólo prendería si conseguía convencer fuera del marco estrecho del judaísmo. Y para lograrlo se permitió unas cuantas libertades con la ley judía, como la de no imponer a los conversos el doloroso sacramento de la circuncisión.

(Gracias, Pablo).

Y sin embargo Pablo circuncidó con sus propias manos a su secretario, Timoteo. Pero es que por lo visto Pablo se alimentaba de sus contradicciones y era probablemente una mezcla explosiva de intelectual abstracto y de redomado pragmático. Lo mismo en cuanto a su relación con la ley judía, una institución harto más amplia de lo que uno podría creer de buenas a primeras, ley que respetaba cuando estaba entre judíos y se pasaba por el aro en ámbitos más amplios. ¿Un mestizo culturalmente hablando nuestro Pablo? ¿Un pionero en materia de sincretismo cultural? Y no sólo porque consiguió cristianizar a helenos y romanos sino también —y éste era tal vez el prerrequisito de la operación— porque logró helenizar el cristianismo.

Pablo fue el altavoz que el mensaje de Cristo necesitaba. Jesús se expresaba en parábolas sobre cuestiones que su público comprendía, aunque a veces se sintiera desconcertado. Y lo hacía en arameo para gente que hablaba arameo. Cuando fue llevado frente a Pilatos, Jesús no dijo ni una palabra porque ambos no tenían un lenguaje en común. Jesús era un profeta de andar por casa, que Pablo tradujo a las tres lenguas principales de su tiempo y de su espacio, el hebreo, el griego y el romano, que él dominaba, así fuese trabajosamente.

Otra que deja caer Ben-Chorin es que Pablo era feo y Jesús también. Pablo, según un apócrifo del sII era «un hombrecillo calvo, narizudo, cejijunto y con las piernas torcidas». En cuanto a Jesús, éste no tenía «ni buen aspecto ni prestancia». Y con esos materiales y tanto menos, Pablo convirtió a medio mundo a un Cristo pantócrator más o menos wagneriano —menos el del madero que el que anduvo en la mar. Un pablismo en toda la línea.

Leyendo a Ben-Chorin se me confirma que su libro es una fuente principal de Carrère en la parte de El Reino consagrada a Pablo. No recuerdo si lo cita nominalmente —es una pena que no tenga mi ejemplar conmigo para verificarlo, se lo presté a una amiga y por allí andará. Lo cierto es que las historias que cuenta Carrère sobre Pablo son las mismas que cuenta Ben-Chorin.

De esas historias, mi favorita es la de Eutiquio. Ya la conté una vez pero la cuento de nuevo. Un muchacho griego, Eutiquio, estaba sentado en una ventana escuchando a Pablo, se quedó dormido, se cayó y se mató. O eso creyó la gente. Pablo, no. Pablo lo recogió y lo devolvió a la vida.

Ben-Chorin agrega una variante romana, la de Patroclo, el «échanson» de Nerón. Me levanto para abrir el diccionario y ver qué diablos es un «échanson». El que pone las copas, o sea. El Ganimedes de Nerón. Tal como Eutiquio el griego, Patroclo estaba escuchando predicar a Pablo desde una ventana, se durmió, se cayó, se mató y Pablo lo reanimó.

Pues bien, los celos y la furias de Nerón fueron tales al ver que su Ganimedes se unía a los conversos por amor a Pablo, que desató una matanza de cristianos, incluidos Pablo y Patroclo.

Lo dicho, yo de la oposición contra Nerón no me he movido, pero antes era de Pedro y ahora soy de Pablo.

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lundi 3 septembre 2018

Otras vidas y la mía

Más de una vez dije que no pensaba leer «D'autres vies que la mienne» (De vidas ajenas), de Emmanuel Carrère. He vivido un par de terremotos estrepitosos y por ese lado ya está bien. Hasta que, días atrás, sin querer queriendo me encontré con el libro en las manos y ya no lo cerré hasta que lo acabé.

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Contrariamente a lo que creía, el tsunami de 2004 no es el único asunto del libro, que se consagra principalmente a contar los últimos días de una jueza de provincias que muere de cáncer a los 33 años. Carrère relata la vida de esa familia desde el interior porque la jueza en cuestión es su cuñada. Cuenta también en qué consistía el trabajo de ésta y el asunto con más enjundia de los que trataba, los casos de familias endeudadas ante los organismos de crédito, los usureros del presente.

Lo que Carrère hace es reportear una o varias situaciones en profundidad y luego contar el resultado valiéndose de maneras propias de la literatura de ficción e integrando en el relato su propia presencia en tanto que narrador. Esto último es lo que menos me gusta de su propuesta, tal vez porque la combinación de narcisismo y exhibicionismo que inevitablemente exige el género me cansa pronto.

El título del libro debería ser más bien «Otras vidas y la mía». Bemol aparte, el resultado al que llega Carrère contando vidas ajenas es notable.

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samedi 4 août 2018

El Corán de sangre

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En 1996, Uday Husein, el hijo mayor de Sadam Husein, apodado el Diablo y conocido como el terror de Bagdad, sufre un atentado que lo deja al borde de la muerte. No muere, sin embargo, y su dictador de padre para agradecer al Altísimo el milagro ordena la confección de un ejemplar del Corán escrito con sangre, con su propia sangre.

Husein, como se sabe, abandonó el laicismo de la primera etapa de su dictadura y tras encajar varias derrotas de proporciones intentó mantenerse en el poder a costa de un mesianismo sunita progresivamente delirante. En 2003 Uday Husein muere a manos de las tropas norteamericanas durante el desplome de la satrapía de su padre y el Corán de sangre desaparece sin dejar rastro, o casi. Emmanuel Carrère y Lucas Mengel cuentan en la última XXI los días que pasaron recientemente en Bagdad buscando el Corán de sangre o lo que quede de él. Cerca anduvieron, sin llegar a dar del todo con él. El relato permite entre otras cosas hacerse una idea de en qué se ha ido convirtiendo la ciudad probablemente más machacada en los últimos treinta años, la misma donde alguna vez hace varios milenios se inventó la escritura.

No cuento más por ahora porque espero que el texto no tarde en ser traducido y publicado en abierto.

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samedi 16 septembre 2017

Apostillas al nombre de la pluma

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Quedamos en que los plumillas reempluman su nombre mayormente para subirse el pelo. Un poeta poético prefiere firmar sus odas con un nombre poético. Así Hernán Díaz pasó a llamarse Pablo de Rokha y Lucila Godoy, Gabriela Mistral. Y Filadelfio Gutiérrez, Rosamel del Valle. La explicación que daba este último era también poética: su primera novieta se llamaba Rosa Amelia del Valle.

Algunos que tienen el pelo muy subido, en cambio, se lo bajan un palmo para estar más a tono. Así Vicente García-Huidobro se extirpó el García y Emmanuel Carrère d'Encausse se operó el d'Encausse. A un prosista le va mejor un nombre prosaico.

Estas operaciones podríamos llamarlas cosméticas, dicha sea la cosa sin carga despectiva.

Porque también están aquellas operaciones que tienen su punto de densidad existencial, no sé decirlo de otra manera. Tiempo atrás publicaba una columna en un diario chileno una chica estupenda que tenía un nombre perfecto. Las columnas eran buenas pero saltaba a la vista que las escribía un señor talludito. ¿Por qué? Vete a saber por qué, pero esas cosas se huelen. Lo que importa en este caso es que con la penectomía la carga expresiva aumentaba.

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dimanche 12 mars 2017

La resurrección

El Reino, y 10

El Reino son muchas historias. 

La historia de Marcos el evangelista que, según Carrère, podría ser el hijo de la mujer en cuya casa Cristo se reúne con sus discípulos la noche de su arrestación y presencia la llegada de los soldados a detener a Jesus, y es el único que no huye y los sigue a buena distancia hasta que lo descubren y le tiran de la capa que lo cubre, y huye desnudo y vuelve a su casa y se duerme y al dia siguiente no sabe si lo que vio lo vivio o lo soñó.

La historia del hijo pródigo, que sólo está en el evangelio de Lucas, como varias otras que serían, según sugiere Carrère, un aporte personal del evangelista griego. Tal como la cuenta Carrère, el énfasis recae sobre el hermano bien portado del hijo pródigo, el que nunca había fallado en su lealtad al padre y acaba por no entender las larguezas de éste con el hijo disipado al que acoge con banquetes y bailes, y se reconcome por ello, como se reconcomió Caín por parecidas razones.

La historia de la comunidad de griegos convertidos por Pablo por la vía de la promesa de la resurrección y, cuando muere el primero de esos conversos, lo velan impacientes por verlo resucitar. Y, en contra de lo esperable, a pesar de que el muerto no resucita no pierden la fe. Tal vez al alba que siguió a ese largo velatorio comenzó a caer el Imperio romano.

Tantas historias son las que cuenta El Reino que otro que intentó contarlas,  George Stevens, a la hora de titular su película la llamó «La más grande historia jamás contada». Carrère, por su parte, fue a buscar en Lucas el atajo que necesitaba para poder seguir contando historias, para mantenerse vivo como narrador.

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mardi 24 janvier 2017

Eutiquio y la resurrección

El Reino, 9

Esas pequeñas historias que otorgan verosimilitud al Evangelio, según Carrère. La historia de Eutiquio y la resurrección.

La resurrección, por cierto, no es ningún detalle. Al contrario, es la piedra angular del mensaje de Pablo y en gran medida en ella descansa el interés que los fieles ponen en la nueva religión: «La resurreccion es imposible y hete aquí que un Hombre resucitó», afirma Pablo. Esta es la gran cuestión y al lado de ella la historia de Eutiquio es un detalle. Pero es un detalle que contribuye a hacer del Evangelio algo más que el libro en que se funda una nueva fe, un relato de relatos.

La cuento como la recuerdo, sin releer.

Pablo llega a Tróade, la patria de Lucas, tras uno de sus numerosos viajes, y la comunidad se reúne excitada a escucharlo en la casa de la familia que lo alberga. Eutiquio, el hijo menor de la casa, por pura timidez se sienta en el alfeizar de una ventana a escuchar las palabras de Pablo, infatigable orador. Y se duerme. Y se cae de la ventana al duro suelo. Y muere. O eso creen los espantados cristianos primitivos de Tróade. Porque cuando Pablo los calma y toma a Eutiquio en sus brazos, el muchacho revive.

No resucita, como todos quieren creer, porque no ha muerto, sino que se recupera de haberse malherido y haber rozado la muerte. Y el problema de Pablo, que hasta entonces había sido convencer a los incrédulos del misterio de la resurrección, pasa a ser convencer a esos fieles crédulos que en este caso, en el caso de Eutiquio, lo que han presenciado no ha sido un prodigio sino el despliegue de la pedestre realidad.

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Lucas, Vladimir Borovikovski

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