Otro 26 de diciembre
CELEBRAMOS la Navidad con los sobrinos. Los niños me despiertan la curiosidad por el futuro.
Hace un mes en Santiago compartíamos una animada mesa con un sobrino de Rodrigo Lira. Lira tenía curiosidad por el futuro pero decidió morir joven y no llegó a conocerlo. La curiosidad en el caso de la mesa de noviembre se daba en el sentido inverso.
Albert, que murió en noviembre en Madrid, escribió una vez que este blog existía para recordar la figura del amigo que eligió morir joven. Tenía razón, en parte al menos. Hoy y todos los 26 de diciembre, doble cumpleaños de Rodrigo Lira, la tiene doblemente.
Otro 26 de diciembre
Hoy hace cuarenta años que murió Rodrigo Lira.
He contado antes lo que recuerdo de ese día. También es verdad que buena parte de la obra de Lira ya está publicada. Faltan algunos pecios pero a saber en qué fondos abisales descansan.
Así es que prefiero recordarlo poniendo aquí una de las traducciones de sus textos que he ido haciendo y una entrevista virtualmente desconocida hecha por Maura Brescia en la primavera de 1981 pocas semanas antes de su muerte y en la que se escucha con fidelidad su expresión.
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CACHORRO
Perdonad la pelada y las chuletas
(esta calva es de tanto más turbarme).
Perdonad las patadas en las canillas.
Soy travieso, lo confieso: perdonadme
El escupo en la escudilla —el vómito—.
El arañazo en los ojos: los eructos y
Los gases; el asalto al despoblado, la
Avaricia y el despojo al descubierto.
Perdonadme
El balazo por la espalda —el mordisco— y los
Insultos, las injurias y calumnias
Venenosas, estas bromas tan pesadas y
Estos chistes tan re' fomes, los estupros
Traicioneros, el culatazo en los dientes
La estocada al moribundo y —además— las
carcajadas.
Soy inocente de todo, mas también soy mentiroso
Pero, en cualquier caso, os imploro
¡Perdonadme!
CHIOT
Pardonnez la calvitie et les favoris
(cette tête chauve est d'autant plus perturbante)
Pardonnez les coups de pied dans les tibias
Je suis coquin, je l'avoue : pardonnez-moi
Le crachat dans le bol —le vomi
Le coup de griffe dans les yeux : les rots et
Les pets ; les assauts en rase campagne, la
Cupidité et le dépouillement au grand jour
Pardonnez-moi
La balle dans le dos —la morsure— et les
Insultes, les injures et les calomnies
Vénéneuses, ces plasainteries si lourdes et
Ces si mauvaises blagues, les viols
Traîtres, la crosse dans les dents
Le coup porté au mourant et —en plus— la
Rigolade
Je suis innocent de tout, mais je suis aussi menteur
Mais, en tout cas, je vous prie
Pardonnez-moi !
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Rodrigo Lira en 1950 en brazos de su madre y cadete en la Escuela Militar en 1965
SER SOLTERO ES UN PROBLEMA
¿Qué recuerdas de tu niñez?
Nací el 26 de diciembre de 1949, a las 11.30 horas, en la Clínica Santa María, datos que sirven para levantar un «cielo de nacimiento», carta astral u horóscopo. En algunos círculos se le asigna importancia, como hace Sabato en Abaddon, el exterminador. En la fe de bautizo me pusieron Rodrigo Gabriel Juan Esteban. Mi padre es un coronel retirado del arma de Ingenieros del Ejército, dado de baja en 1966. Mi madre, Elisa, dueña de casa y jubilada de la Caja de empleados particulares, con años revalidados en Copec y el Senado de la república. Tengo tres hermanos: Ignacio, máster en física nuclear; Sebastián, músico; y Gonzalo, estudiante de geología. Cuando niño asistí a los entrenamientos de la brigada premilitar Eleuterio Ramírez del Ejército, cuyos ejercicios consistian en juramentos a la bandera, desfiles en la plaza de armas para el 21 de mayo y fiestas patrias. También tuve un premio al mérito de castellano, obtenido en un concurso histórico literario conmemorativo del Voto nacional en 1960, y participé en el grupo de lobatos y en la legión misional, organismo rival de los scouts. Cursé mis primeras letras en establecimientos de Tejas Verdes y Rancagua. De vuelta a la capital, estuve en el Verbo Divino, después un año en un colegio de Iquique, para volver a Santiago a cursar cuarto y quinto de humanidades en la Escuela Militar, y el sexto año en el Liceo 11 de Las Condes. Soy de un nivel cultural bastante elevado y poseo cierto don de lenguas. Hablo, leo y escribo inglés correctamente; leo francés fluidamente y me puedo dar a entender en esa lengua; puedo también leer en voz alta en alemán, sin entender casi nada pero pronunciándolo con corrección, y eso es también es válido para el portugués y el italiano, comprendiéndolos bastante mejor.
¿Cómo llegaste a la poesía?
Fue una vuelta bastante larga y rara. Primero estudié sicología, luego filosofía y después artes de la comunicación, todo en la Universidad Católica. Me salí para entrar al Departamento de publicaciones infantiles y educativas de la Editorial nacional Quimantú. De ahí me fui al norte para integrarme al grupo Arica. Más tarde ingresé al Centro de estudios de la realidad nacional de la Católica. Trabajé en la Librería de ciencias sociales y en el proyecto Mahuida, un parque nacional al interior de Santiago. Seguí con estudios de sicodanza con Roland0 Toro, además de siloísmo y filosofías orientales. Después entré a la Facultad de Bellas artes de la Universidad de Chile, inscribiéndome además en un curso de biología. En 1978 hice el programa de Bachillerato en lingüística, en el campus Macul de la Chile. Ahí participé en una notable cantidad de lecturas en público de poesía y varias publicaciones, como en las revistas Letras y Cactus. De ahí vendrían publicaciones en el Cuaderno de poesía joven, publicado con ocasión del primer Encuentro de arte joven, en 1979; en la revista Cuadernos marginales, en septiembre de 1980; en la Panorámica de la poesía chilena actual de Ganymedes; y en la revista La Bicicleta.
Se te percibe como alguien especial y solitario...
Esto de vivir solo y ser soltero es un problema. Los primeros versos que hice se los dediqué a una musa juvenil, pero no me hizo caso. Me considero un esteta: me atraen las mujeres armoniosas y cultas. No he tenido suerte porque, cuando me gustan, el interés no es recíproco y viceversa. Asistí a terapias de grupo y sesiones de psicoterapia y una vez que se dictaminó mi recuperabilidad me trasladé a vivir solo al departamento que aún ocupo. Mi historia tiene bastante que ver con mis dificultades para el contact0 personal directo, pero no tengo una personalidad agresiva. La dedicación que brindo a la poesía no ha tenido repercusiones de orden material, y a veces mi situación personal se ha deteriorado debido a la estagnación mundial y a las restricciones en el mercado ocupacional. Este año ordené mis textos poético-literarios. Por otra parte, he estado estudiando técnicas de vocalización. Creo que esto me puede dejar en buen pie para desempeñarme como locutor publicitario o radiofónico, como modelo para spots o fotografía publicitaria, como traductor inglés-español, francés-español o español-inglés. Como corrector de pruebas o editor, preparación y diseño de impresos, guía de turismo e intérprete para viajeros, clases de inglés a nivel avanzado (conversation o brush up), jardines, decoración de exteriores y producción de plantas. Lo que se llama creatividad es, en mí, más bien excesiva, y en tanto que no se canaliza puede lograr resultados impredecibles. Esto que puede resultar interesante en el terreno de las artes, puede ser incómodo en el de las técnicas de la comunicación o en otro campo en que la creatividad deba estructurarse por canales más ceñidos.
Otro 26 de diciembre
Un retrato de Rodrigo Lira con la cordillera en la mano, con la imagen de la caja de fósforos Los Andes como decorado cordillerano en la mano. Lo digo porque hoy es otro 26 de diciembre.
Dos niños caminando por Santiago
Un mediodía de domingo de 1960 dos niños caminan por una calle de Santiago de Chile. Tienen once años. Ese día participaban en un paseo al campo organizado por los scouts de su colegio. Pero se portaron mal y como castigo los animadores los enviaron de regreso en un autobús. Están de vuelta y caminan en dirección a sus casas, resignados a tener que contar a medias lo sucedido.
Son Rodrigo Lira y Sebastián Piñera. Andando la vida el primero se convertiría según su propia definición en un hábil manipulador del lenguaje. El otro, en el empresario que introdujo en Chile las tarjetas de crédito y más tarde en presidente de la républica. Hoy asume su segundo mandato.
Lo cuenta Roberto Careaga en su Vida de Rodrigo Lira.
Otro 26 de diciembre
Los años se suceden y no siempre son iguales y así es como hoy se cumplen 68 años del nacimiento de Rodrigo Lira y 36 de su muerte. Treinta y seis en francés coloquial quiere decir «ene», cualquier cantidad.
Este 2017 ha traído la novedad de la publicación de una biografía de Lira, escrita por Roberto Careaga. Lira no escribía propiamente libros sino textos con formato variable en función de la circunstancia. Pero es comprensible que para dar a conocer su obra y su vida el libro pase a ser el formato socorrido.
Sobre Lira también se escriben textos académicos, sesudos engrudos que a veces incluso resultan ser plagios de textos académicos anteriores.
Lira se burlaba de los formatólogos y demás cuadrilla de impostados loros, caterva que incluye naturalemente a los plagiarios, quienes se pliegan al formato de la peor de las maneras, reproduciéndolo acríticamente para obtener una mera ventaja instrumental.
Este texto poco conocido de Lira, de 1979 ó 1980, publicado en La Bicicleta, va por esa vía y se llama justamente LA VÍA UNIVERSITARIA PARA RESOLVER LOS PROBLEMAS.
El hombre de la chaqueta amarilla
VISTA La Pasión Van Gogh.
La película comienza por preguntar por qué se mató Van Gogh. Tras examinar algunas hipótesis —la madre, el padre, su hermano Theo, Gauguin, las mujeres, el alcohol, los amigotes, la locura, la falta de dinero y de reconocimiento—, acaba abrazando la tesis de uno de los médicos que examinó al holandés en su lecho de muerte: Van Gogh no se mató, lo mataron.
Para demostrarlo, el filme pone sobre los últimos pasos del pintor al hombre de la chaqueta amarilla, Armand Roulin, hijo del encargado del correo de Arles, a quien su padre envía a entregar a Theo Van Gogh la última carta escrita por Vincent. De entrada, el hombre de la chaqueta amarilla desprecia al holandés, al que considera un debilucho, pero poco a poco se va identificando con él. Un esquema de historieta, en suma.
Empeñado en ese punto, del filme sólo aflora un detallazo. Quien se quedó con buena parte de la obra de Van Gogh, el doctor Gachet, fue copiando una a una las telas, lo que obligó luego a los expertos a discernir cuál era el original y cuál la copia. Pues bien, el doctor Gachet admiraba y probablemente envidiaba a Van Gogh porque él mismo era un pintor contrariado y el padre de la mujer que el holandés amaba. Además, el doctor y el pintor se parecían físicamente. Un conflicto mimético donde los haya.
En el plano formal, La Pasión Van Gogh opta por un procedimiento novedoso y celebrado que consiste en pintar la película a mano, a la manera de Van Gogh. Lo que está bien, en la medida en que permite al espectador ver los lugares filmados como si de telas del holandés se tratase. Eso sí, al cabo de un rato la fórmula satura.
Me apuro en decir que el filme me interesó. Le doy cero almohadas, porque en ningún momento me dormí. No obstante, y teniendo en cuenta de que hay ya más de una docena de buenos filmes sobre Van Gogh —sobresale el de Pialat—, la pregunta es ésta: en los últimos ocho años de su vida Van Gogh pintó más de 800 telas que como conjunto y muchas de ellas por separado están en lo más alto de la historia de la pintura. Y sin embargo, en vida sólo pudo vender una.
Desde ya digo que la explicación al uso, según la cual el artista se adelanta a su tiempo, no me convence. (Y al decirlo estoy pensando, cómo no, en mi amigo Rodrigo Lira, de quien Roberto Careaga acaba de escribir esta biografía).
Así es que vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Quién mató al pintor? Fuenteovejuna, señor.
Otro 26 de diciembre
Bolaño afirmó cierta vez que Rodrigo Lira se había suicidado para protestar contra la subida del precio del pan. Una boutade, por cierto. Aun así, un desacierto. Porque nada le quedaba más lejos a Lira que el realismo social. No es que lo desconociera o lo negara, es que no iba por ahí.
Rodrigo Lira, como se sabe, se mató el mismo día y a la misma hora de su nacimiento, un 26 de diciembre. Un día como hoy, el día siguiente de la Navidad, hace ya 35 años. Y por allí, por esa circunstancia escogida, sí que iba Lira.
Juntar «parto» y «parto» (parto de parir y parto de partir) fue el último calambur del artista. El último de su corta vida de anonimato relativo y el primero de su larga vida de celebridad también relativa. Porque en el propio momento de su muerte el Lira humano parió al Lira personaje. La conversión fue instantánea, como descubrieron quienes negaban su talento y se encontraron en su misa funeral con la plana mayor de la literatura chilena, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Claudio Bertoni, haciendo acto de reconocimiento.
Ahora bien, de la fama póstuma no te puedes defender y puede acabar por hacer de ti lo que no fuiste e, incluso, lo contrario de lo que fuiste. En el caso que nos ocupa, puede llegar a hacer de Lira un docente, como nos cuenta muy seriamente Poemas del alma. El bulo no tardará en dar el salto a las enciclopedias y de allí a la posteridad. Pos claro, cómo pudo escapársenos. Si el Pedagógico fue su nicho ecológico, sería que Lira era un pedagogo.
Los sesos a dos manos / Otro 26 de diciembre
Hoy es 26 de diciembre, fecha de nacimiento y fallecimiento de Rodrigo Lira.
De quien fui amigo durante ocho años, el último cuarto de su vida, porque Lira se mató al momento de cumplir 32 años. Escribimos a cuatro manos —y a seis también, con Roberto Merino. De vez en cuando, admiradores y tesinantes me escriben para preguntarme algo sobre su vida y obra. Lo agradezco y procuro responder, así sea para decir que ya lo he dicho casi todo aquí. El amigo Albert sostuvo con buen ojo que si abrí este blog fue mayormente para hablar de Lira.
Lo cierto es que tal vez hay algo que sí no he dicho, y es que me estorba que se reduzca a Lira a la posición del locatelli, del drogadito. Es verdad que Lira fumaba pitos y es verdad también que tuvo un historial siquiátrico, un largo tira y afloja clínico, una especie de menage á trois entre su madre, el siquiatra de turno y el interesado. Todo eso es innegable y está más que asumido por el propio Lira en sus escritos. Pero Lira también escribió esto sobre sí mismo: «Advierto que ni siquiera soy mucho más neurótico que el promedio de mis contemporáneos. Confieso, eso sí, que a veces tengo que tomarme los sesos a dos manos».
Muchos artistas de su generación, y probablemente también algunos de las anteriores, experimentaron con drogas o se volvieron adictos y se las vieron en algún momento de sus vidas con la siquiatría. Y en sus casos no es eso lo que lleva o no a considerarlos, sino el valor relativo de su producción. ¿Qué fuerza entonces a que en el caso de Lira sea la etiqueta del malditismo y la casuística siquiátrica lo que prime? ¿El suicidio joven, la forma de ese suicidio, que llevó su muerte a las páginas policiales?
Probablemente, pero sólo en parte. También cuenta el hecho de que Lira desafió burlona y descaradamente a su tiempo y a sus representantes. La venganza de estos fue condenarlo a la interpretación siquiatricoide de sus textos. De donde pocos se han movido desde entonces. Como si el país en el que Lira escribió y murió, el de la dictadura y el apagón cultural, el de la picana eléctrica y los electrochoques, siguiese sumido en la misma tiniebla de entonces.
No se me escapa que treinta años después no se recuerda a nadie por buenos motivos y los recordados lo suelen ser por malas razones. (Kundera dedicó un libro a explicar el fenómeno, Los Testamentos traicionados). Aun así.
La mano muerta
Trasiego de niños disfrazados de inocentes monstruos. Recuerdan otros halloweenes, las jugarretas y ritos de iniciación macabros, esos sí, de los estudiantes de medicina. Rolando Toro —aprendiz de galeno en Concepción— se robaba un brazo del muerto en las autopsias, se lo ponía en la manga de la camisa y saludaba con esa mano muerta a quienes le presentaban.
Como en el juego de la mano muerta, en el que te arriesgabas que te dieran un cachuchazo.
Toro, a cuya escuela de biodanza concurría Lira mucho años después, era amigo del joven Jodorowsky, otro que bien bailaba. Subido al tejado de una casona de la calle Lira en Santiago de Chile, Jodo observaba a los locos de una casa de orates vecina vestido con una capa roja para impresionar a los orates tanto como estos impresionaban al titiritero, al psicomago en ciernes. En los conventillos de Matucana, allá por donde su padre tenía su negocio de calcetines, contaba Jodo, a las viejas taciturnas les salían escamas en los ojos de tanto sustraerlos a la luz.
El joven Jodo se inventaba estas historias entre dos lecturas de sus escritores favoritos, Borges y Kafka, a quienes por entonces aún no leía casi nadie. De Borges decía Jodo que era un edipo aferrado a las faldas de su madre, un masturbador compulsivo.
Lo cuenta Jorge Edwards en sus memorias, Circulos morados. Edwards se piñerizó durante la campaña presidencial de 2010 y el electo Piñera lo recompensó con la embajada en París durante su ridículo mandato. Para quien se contente con el costumbrismo y el anecdotario, como mi tío, sus memorias son un festival.
Jodorowsky
Mapocho abajo
Diez años sin haber leído D'autres vies que la mienne. En cambio, me entero de que, seis meses después de la ola que barrió Banda Aceh, la tasa de matrimonios en la ciudad se disparó. D'autres vies que la mienne, literalmente.
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Cuando iba al mercado persa en busca de marcos viejos, en Munich, Paul Klee dejaba a su hijo Félix frente a un teatrillo de marionetas. Así, hasta que él mismo fabricó para su hijo un teatro casero y creó los primeros personajes. De las cincuenta marionetas que llegó a modelar Klee, unas cuantas desaparecieron bajo las bombas inglesas en Wurzburg, en el 45. Quedan treinta.
Supe de ellas en Berna este verano y, hoy, 26 de diciembre, doble aniversario de Rodrigo Lira, cómo no recordar las marionetas de Lira -titiritero de por sí-, que conocí en la casa de la calle Hendaya y de las que nunca más tuve noticias. Me pregunto qué habrá sido de ellas, si estarán cubiertas de polvo en algún desván o habrán derivado Mapocho abajo.
Paul Klee y Galka Scheyer, 1922