La impostura
Florence Aubenas publicó en 2010 Le Quai de Ouistreham —El Muelle de Ouistreham, libro en el que relata los meses en los que trabajó como aseadora en los transbordadores que cruzan el Canal de la Mancha, un trabajo precario, ingrato y mal pagado como es limpiar retretes a matacaballo por un salario de miseria. Periodista y escritora, para integrarse en ese medio tan lejano al suyo, imposta otra identidad y prueba a vivirla a fondo mientras que sus nuevos colegas ignoran que Aubenas los observa de cerca para escribir un libro sobre ellos.
Emmanuel Carrère adapta ahora ese relato al cine, confía el papel de Aubenas a Juliette Binoche y deja el resto de los papeles en manos de actores no profesionales próximos al medio en el que transcurre el relato. Binoche es una actriz consumada y salva el desafío brillantemente. El equipo de limpiadoras también lo hace muy bien.
Hay varias cuestions que asoman por este filme —la precariedad laboral de 20 por ciento de los trabajadores franceses es el más evidente— y otras que se mueven en el trasfondo. De estas últimas, tal vez la impostura, un asunto muy presente en la obra del escritor francés bajo diversas formas, sea la más significativa. ¿Qué mueve a una periodista prestigiosa como Aubenas a impostar ser una anónima trabajadora precaria? El imperativo profesional, afirma ella, conocer de primera mano la realidad de las trabajadoras precarias para sacarlas del anonimato y llevar sus vidas a la esfera pública. El éxito profesional, sin duda —el libro ha vendido más de 120 mil ejemplares y ha sido traducido a varios idiomas. Y algo más, probablemente, algo más difícil de precisar: las ganas de ser otro, de vivir otras vidas, de entrar en la vida de los demás e instalarse allí intensamente para luego salir más o menos incólume.
Una parte de sus colegas durante la aventura así lo entiende cuando se desvela la verdad en el momento de la publicación del libro. No es el caso de las dos mujeres con las que la periodista vivió una relación más cercana e intensa, que no le perdonarán el engaño. El filme es implacable en ese punto y este es uno de sus principales méritos.
Las mañanas
Todas las mañanas del mundo es un buen título, y el éxito del filme hizo que el libro epónimo se leyese y la música que emite se escuchase con renovado interés, de todo lo cual nos alegramos en su momento.
El título sin embargo mejora cuando se lo conoce completo: Tous les matins du monde sont sans retour, dice el inicio del penúltimo capítulo. Todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno, traduce la versión en español de la novela.
Todas las mañanas del mundo no tienen vuelta, diría yo, buscando apoyo en el lenguaje hablado. Porque como se sabe una cosa no tiene vuelta cuando no hay vuelta que darle.
Para la mañana de hoy el aforismo tiene una cara estimulante: es ahora que la vida se presenta. Para las mañanas del pasado, en cambio, es devastador. Como dijo el babuino para sus adentros, nunca más.
Más sobre el primer amor
La literatura y el cine se han regodeado con el asuntillo del paso de la niñez a la edad adulta, esa montaña más o menos difícil de escalar. Cómo no también, si hay, en ese momento de la vida, en ese desapego que se siente y en esa distancia que se pone con el mundo de los adultos, combinado con las ganas de hacerse con los mandos, claro, un especie de agujero negro que aspira todo lo que se mueve en torno, o bien una montaña a la que llevar la piedra arriba para verla caer. El primer amor, la primera transgresión, el primer vértigo son experiencias totales y definitivas —disculpas por las palabrotas.
Dicho esto, digo al mismo tiempo que no pasa gran cosa al pie de esta Montanha, primer largometraje de João Salaviza. Nada que no sea el discurrir de la amiga y el amigo de un muchacho y su familia—una madre que va y viene, un padre ausente, un abuelo en el hospital, su hermana pequeña. Y de un barrio de Lisboa semi vacío, casi una prefiguración de los confinamientos recientes, junto al aeropuerto, que está en la propia ciudad, lo que hace que una parte de Lisboa la sobrevuelen constantemente aviones a baja altura.
Una vez en un tiempo que ya comienza a parecerme una vida anterior me encontraba en una sala del hospital donde transcurre en parte Montanha. La sala tenía un gran ventanal abierto al jardín del ala de psiquiatría. Veía a los pacientes paseando por el parque y en el cielo a los aviones descendiendo hacia el aeropuerto. Imágenes extrañas que habían ido quedando atrás en la memoria y reaparecieron con las imágenes de esta Montanha.
Entre la guerra y la paz está la posguerra
¿Son peores las guerras que las posguerras? Me lo pregunto después de ver Alemania, año cero, de Rossellini.
Cuando los rusos abren las puertas de Auschwitz cualquiera cree que el calvario de Primo Levi termina allí. Y de eso nada. Porque «la paz no estalla» como sugiere el título de la novela de Gironella. Entre la guerra y la paz está la posguerra.
En el Berlín de la posguerra transcurre la vida del niño Edmund, el protagonista de Alemania, año cero. Rossellini filma con actores aficionados en escenarios naturales y luego a fuerza de montaje y de música enfática mete la historia en el formato del cine.
La historia del niño Edmund, qué miseria.
La vida es breve y el vino es generoso
La lectura del Diario de Raúl Ruiz me ha acompañado durante las últimas semanas. Lo acabo ahora y ya lo estoy echando de menos. Son 1200 páginas que cubren los últimos años de su vida, de 1993 a 2011.
Lo que escribe Ruiz casi a diario es siempre interesante y su manera de dialogar con el lector deja suficiente libertad a ambas partes. Fue un cineasta prolífico e hizo más de 120 películas, la mayoría sobre la base de textos literarios. Su Diario es a la imagen de su obra y combina cine, literatura, estética y filosofía con cenas y vinos a menudo en buena compañía.
Sobre cine, la noción de reomodo, que así la explica: Un gato persigue a un ratón. En la lengua usual hay tres elementos: gato-ratón-persecución. El reomodo consiste en envolver los tres elementos en un solo movimiento. También hay que decir que la relación entre un realizador y los productores es algo paradójica: el productor permite filmar, al mismo tiempo que impide hacerlo con la soltura que el director quisiera.
Y un par de consideraciones sobre pintura y cine: «Se me había olvidado que los cuadros tienen guión, como un filme, escrito por guionistas afamados». «Un cuadro de Van der Weyden nos mira doquiera que nos hallemos. Y nos mira a los ojos y nos evalúa: si estamos furiosos, trasluce furia; si reímos ríe. El cuadro asume la forma del que lo mira». Y la más resultona, ésta: «Fui a la inauguración de una exposición y había tantos cuadros que no se veía la gente».
«La vida es dura y moriremos sin entender gran cosa». «El cuerpo no me acompaña a ninguna parte». «La vida es breve y el vino es generoso». En la frase corta Ruiz es de primera.
Ya lo que se permite decir Ruiz sobre Chile no me permito yo ni siquiera pensarlo. Fui poniendo una banderita chilena junto a cada párrafo en que habla de Chile, a menudo mal y veces pésimo, aunque, quién sabe, con la socarronería chilota nunca se sabe bien de qué se está hablando. Las banderitas las dejo para la vuelta, que allá vamos...
Continuará
A pito de las estatuas
En una secuencia de «J'accuse», dos oficiales de inteligencia se citan en el Louvre para intercambiar información y a pito de las estatuas terminan discutiendo sobre la diferencia entre una falsificación y una copia. En otra escena que incluye un cameo del propio Polanski, un grupo de civiles y militares celebra mientras los músicos arrancan con el quinteto n° 2 de Gabriel Fauré. El presidente de la República francesa por ese entonces era Félix Fauré, pero no parece que fuesen primos él y el músico. Los oficiales franceses involucrados en el caso (representados por buenos actores, la mayoría de ellos miembros de la Academia) llevan todos el bigote con las puntas subidas propio de la época. La justicia y la presión civil le recorta trabajosamente y sólo en parte el bigote a la cúpula militar.
«J'accuse» cuenta con precisión el affaire Dreyfus, un caso clave en materia de antisemitismo en la Francia de fines del XIX. No es fácil meter el caso en un filme. Aparte de algunos momentos redondos, como los juicios que se suceden y la publicación del «J'accuse» de Zola en L'Aurore, el caso Dreyfus se estira por años y no acaba con un cierre único y definitivo. Se estira en el tiempo y llega hasta nosotros.
Provenzal e imprevisible
El Diario de Raúl Ruiz cubre desde 1993 a 2011, el año de su muerte.
He visto unos cuantos filmes de Ruiz pero estoy lejos de haberlos visto todos (probablemente suman más de 100 y menos de 200) y hasta ahora no había tenido el impulso de buscar las películas que iba filmando Ruiz mientras escribía su diario. Hasta ayer, en que me di una vuelta por la mediateca del pueblo, a ver si encontraba alguna. Y curiosamente encontré la que filmaba por los días que voy leyendo ahora en su Diario, los del año 2000.
Se trata de Las Almas fuertes, basada en una novela de Jean Giono. Uno ve moverse a la Casta Laetitia y a su gente por la Provenza del XIX como si bailaran un baile conocido y al mismo tiempo imprevisible. Cuenta Ruiz que la Casta se las vio negras para asumir su papel, que la producción le quería imponer un coach que ella rechazaba y tal y cual. Y sin embargo el resultado es que todo fluye y nada chirría. Pura magia del montaje y de la maestría.
En una palabra como en dos, una preciosidad.
PS/ Leo en las páginas siguientes que Ruiz lo pasó mal defendiendo su montaje frente a los productores. Estos estaban en desacuerdo con su versión y presentaron un montaje alternativo al festival de Cannes, que felizmente lo rechazó. Si entiendo bien. A no ser que el montaje que he visto, el que está en el DVD, sea el de los productores, y mis elogios arriba sean para ellos. No lo creo, pero no lo sé.
PS 2 / Sobre el acento provenzal de los protagonistas dice Ruiz con guasa: Se demora uno una hora y media en acostumbrarse, el tiempo que dura la película.
Olor a pobre
He llevado el vicio por el cine coreano al extremo de ir al cine a ver Parásitos.
En Corea, dónde si no, una familia de pobres consigue incrustarse en una casa de ricos en calidad de sirvientes, cómo si no, y adueñarse ilusoriamente durante un sarao de la posición de los patrones. Un sarao que terminará mal. Como en «Las sirvientas» de Genet, en más a lo bestia. Es verdad que historias de pobres parasitando el lugar de los ricos hay muchas, de La Cenicienta adelante... En este caso, la picaresca del pobre buscándose la vida se convierte pronto en una espiral mimética con final paroxístico. Porque Parásitos comienza como comedia y acaba en tragedia a punta de golpes de efecto y de utilización a destajo del suspense para dar paso a la catarsis final.
El hijo pobre convertido en profesor de la hija rica gracias a una superchería le toma el pulso cuando ésta pierde pie en un examen y le dice que ha fallado una respuesta porque ha dejado escapar el ritmo. Solo se aprueba en la vida gracias a un ritmo sostenido. Así también con la película y su guión supervitaminado. La exigencia de mantener al espectador con el aliento cortado la cumple tan ampliamente que la cumple un poco demasiado.
Tanto como el favoritismo de Bong Joon Ho por los pobres es acusado. La capacidad de adaptación de éstos es más darwiniana que la del camaleón —son más listos que el hambre— y sus defectos los hacen ser entrañables. Visto así, no se entiende por qué son tan pobres. Los ricos en cambio son lelos y neuróticos, por lo que caen redondos en las trampas que les tienden los pobres. Será porque se enamoriscan de ellos igual como hacemos los espectadores. Hay un único problema que llevará la historia por mal camino: el viejo pobre apesta. Apesta a pobre.
Es la primera Palma de oro coreana. Vendrán otras.
Una rusa kirsch
Iba a ver otra película coreana y finalmente vi una rusa. Una rusa rosa, o kirsch.
14 años, de Andrey Zaitsev, cuenta la historia del primer amor entre dos adolescentes de dos barrios diferentes de Moscú, y es como un cuento infantil con un esquema narrativo de base: estos son los que se oponen al amor y estos los que lo promueven y aquí van los protagonistas a consumarlo, como en un clip musical bien hecho.
Tras verla creo saber dos cosas sobre el alma eslava. Una es cómo beben los muy sedientos, y no sólo kirsch, pero eso ya lo sabía, y la otra es qué cara de pena ponen cuando van a por lo que quieren, cuando se acercan a la alegría y al placer, qué cara de pena ponen.
Se puede ver aquí, enteramente en ruso, el idioma en que la ven los valientes.
Quemando
El afiche muestra el clásico triángulo con jóvenes guapos. El primer plano para el muchacho pobre, hecho de buena madera pero ingenuo y testarudo. El intermedio para el pijo insoportable que se hace el interesante. El distante para la muchacha, tan alegre como triste, que va de uno al otro hasta que se hace humo. El filme, Burning, de Lee Chang-dong, despliega el triángulo y lo explora por varias aristas.
Todo esto en Seúl. No me acordaba de que Seúl estuviese a un paso de la frontera con Corea del Norte, desde donde se emite constantemente propaganda por altoparlantes. Con todo, la ciudad parece normalita, o tan normalita como puede serlo una gran ciudad contemporánea.
Luego te enteras de que al origen del entramado de Burning hay una nouvelle de Faulkner, Incendiar establos, reescrita por Murakami. O sea que el filme es muchas cosas —y por eso ha ganado premios— y también es una nota a pie de página a una nouvelle escrita en 1939.
También digo que los filmes se regrupan según el momento en que el jovencito se queda en pelotas. En este caso, al final.
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PS/ Una película dentro de la película, breve y bien llevada, el encuentro entre el muchacho y la muchacha, del coito inicial a la progresiva ausencia de ésta y las formas fantasmales de sus reapariciones. Un corto con esas imágenes, sin más contexto que el que las propias imágenes desprenden.
Ver la película en coreano sin subtítulos, volver a verla subtitulada y comparar.