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Camino de Santiago
31 août 2021

El río San Francisco

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En el plató de Heysel en Bruselas se levantó en 1958 un curioso monumento, a medio camino entre la escultura y la arquitectura: la representación de un átomo a gran escala, el famoso atomium. Allí, al aire libre, entre el atomium y el palacio de exposiciones, fue el concierto de Caetano Veloso anoche.

Al aire libre se sentía el fresco de Bruselas, pero las canciones de Caetano no tardaron en templarnos. Por el cielo surcaban los aviones y, por un efecto óptico, uno de ellos pareció inscrutarse en el atomium iluminado. La gente no prestó atención al fenómeno, pendiente como estaba de la aparición de Caetano. Éramos muchos, un poco de todo había y sobre todo brasileras jóvenes, movedizas y locuaces.

Caetano apareció en el escenario con la mascarilla puesta y, viendo que el público no la llevaba, se la quitó, al revés de lo que suele ocurrir cuando uno se da cuenta de que no lleva la mascarilla al ver la del prójimo. El protocolo permitía estar a cara descubierta por tratarse de un espacio abierto, por el pasaporte sanitario y los tests de antígenos.

Yo soy caetanista viejo y me conozco las canciones que Caetano canta siempre en los conciertos pero las que más me gustan son aquellas que no canta nunca, o muy rara vez. Esta vez fue el turno de O ciúme, una canción tremenda que habla desde el puente sobre el río San Francisco, que une las ciudades de Juazeiro y Petrolina y separa dos estados, Bahia y Pernambuco. Un puente sobre el que estuve alguna vez cavilando —supongo que es imposible estar allí y no cavilar. Aliento a quien quiera escucharla a seguir el texto: basta con saber que «o ciúme» son los celos y que «o velho Chico» no es otra cosa que el propio río San Francisco.

De regreso a casa por las autopistas belgas, el río de autos fluía como el agua por el río San Francisco. Dos horas de canciones de Caetano —que acabaron con los consabidos gritos de «Fora Bolsonaro»— nos habían puesto otra vez a cavilar desde ese puente en pleno río San Francisco y ya tan lejos de él. 

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26 août 2021

Petrarcas de pacotilla

En Provenza sueles tener a la vista el más alto de sus montes, el Ventoux, y te entran ganas de subirlo, de subirlo por subirlo, como hizo Petrarca, para ver desde la cima la entera Provenza, la planicie que se estira por el oeste hasta los primeros contrafuertes del macizo central y los volcanes apagados de la Auvernia y, por el este, los Alpes y tras los Alpes Italia, la patria de Petrarca que, como se sabe, fue el primero en subir el Mont Ventoux por las ganas que tenía de subirlo y si no fue el primero al menos fue el primero que lo contó.

Subiendo hay que concentrarse porque el camino es sinuoso, los ciclistas movedizos y el paisaje tentador. Suben con esfuerzo los ciclistas y luego bajan con cara de velocidad. Estacionamos cerca de la cima y emprendemos el último tramo a pie, como Petrarcas de pacotilla. Llegados a la cima leemos en voz alta el capítulo que le dedica al Mont Ventoux el libro de Montano. Es precioso ese capítulo, con Petrarca, San Agustín y Duchamp codéandose con los ciclistas. Y a Diego le corresponde el honor de levantar el libro sobre la gorra y poner los dedos sobre el título. 

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En la cima hay flores diminutas, cagarrutas de conejo y un aire purísimo. Y con tres piedras alguien ha levantado una estatuilla. 

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Por la tarde bajamos el Ventoux y vamos a caminar por el lecho de uno de los ríos que lo rodean, el Toulourenc, otro ritual cumplido. Templos molidos bajo el agua, piedras arrastradas por el río, frases sueltas, versos perdidos.

Capture d’écran 2021-08-26 à 22

12 août 2021

Los mismos pájaros del aire pensativo

Pájaros

En el cercano más allá de las persianas
son esas sombras fatuas de los pájaros
los mismos pájaros del aire pensativo
que en el amanecer de la conciencia
contra el cielo empañado entre los árboles
dan la idea de algún ideograma.
Uno a uno en desdoradas ramas
en el silencio que el jardín decanta
entre acantos y astrales empedrados
parecen los llamados de un ausente.
Karma de los faroles encendidos
en la lluvia incipiente
y de las tapias de fondo indiferente
que ocultan lo perdido.

Birds

In the outerworld just beyond the blinds
these idle shadow-wisps of birds are
the same birds that with a pensive air
at the dawning of consciousness
against a sky blotted out between trees
bring to mind an ideogram.
One by one on tarnished branches
in the silence decanted by the garden
amid acanthuses and astral flagstones
they come like calls from the missing.
Karma of the lighted street lamps
in the rain now falling
and of the black-backed garden walls
hiding what is lost.

Des oiseaux

Dans le proche au-delà des rideaux
ce sont ces ombres infatuées des oiseaux
les mêmes oiseaux de l’air pensif
qui au réveil de la conscience
parmi les arbres contre le ciel brumeux
donnent l’idée d’un quelconque idéogramme.
Un à un sur des branches délavées
dans le silence que le jardin décante
parmi des acanthes et des pierres astrales
ont tout de l’appel d’un absent.
Karma des phares allumés
dans la première pluie
et des clôtures du fond indifférent
qui cachent ce qui a été perdu.

_____________________________

Pájaros, un poema de Melancolía artificial, de Roberto Merino, traducido por Neil Davidson al inglés y al francés por mí mismo.

Sobre la experiencia de traducirlo diría que mientras se traduce todo son obstáculos. Pero si la traducción queda bien conseguida —hablo de la versión de Neil Davidson, no de la mía— tal vez permita volver al original y apreciar algún matiz.

Inútil ilustrarlo, el poema desprende sus propias imágenes. O bien se deja ilustrar por una imagen del autor junto a unas imágenes de Carlos Bogni.

(Por otra parte, tal vez de una traducción lograda se desprendan las mismas imágenes que de la versión original. Dependerá de la recepción del lector, claro, hablo de un lector que entiende ambas versiones).

De llevar banda sonora, pondría esta Rêverie de Debussy.

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