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Camino de Santiago
20 février 2023

Profundidad del ombligo

CRUZANDO A NADO la laguna Chiu Chiu me acordé de estos versos que escribió Marcelo Castillo cuando éramos cabritos: «Cómo decirle al pez de la pecera que el mar es ancho y el río largo y el lago contenido en un ombligo de la Tierra es inmenso hacia adentro». Cuando llegué a la orilla —no tardé mucho, el agua estaba fría y la laguna es pequeña— me dijeron que el comandante Cousteau la había explorado sin encontrar el fondo. Chiu Chiu es una laguna superficialmente pequeña pero profundamente profunda

Así el ombligo, una cavidad que ocupa poco espacio físico pero mucho espacio espiritual, puesto que el centro anatómico del ser humano es la sede del ensimismamiento y también su metáfora. No serían Eva ni Adán quienes acuñaran tal metáfora porque en estricta lógica carecían de ombligo. Se cuenta en cambio que allá por el año de la pera unos monjes meditaban con la cabeza gacha, lo que los hizo blanco de las críticas por pasarse el día supuestamente mirándose el ombligo. De entonces ahora se llama ombliguista al egocéntrico, cuya actitud nadie ha descrito mejor que el cantor Lenorman: «Tengo ganas de abrir la ventana para verme pasar por la calle».

Marcelo Maturana llamó recientemente a su columna El ombligo vacío. Entiendo la idea pero creo que el ombligo está lleno de contenido puesto que las líneas que nos deja la separación de la madre, los detalles de esa cicatriz, componen un mandala que dice mucho sobre lo que nos espera y nos desespera. El hinduismo hace radicar allí, en ese centro del centro, el chakra más poderoso. Tanto así que tal vez tenían razón aquellos monjes. Si te miras concienzudamente el ombligo puede ser que acabes comprendiendo cómo funciona el universo porque para entender esto último hay que haber entrenado suficientemente la capacidad de concentración.

Pensando en estas cosas del ombligo me acordé también de un gran momento del periodismo universal. En los años en que Luis Alberto Ganderats dirigía la Revista del Domingo del diario El Mercurio, en plena dictadura, escribió un reportaje en el que conspicuas personalidades de la vida pública de aquel entonces se explayaban sobre su relación con su propio ombligo. La revista ya estaba impresa y encuadernada y su portada, en la que se veía, cómo no, el primer plano de un flamante ombligo, olía a tinta fresca, cuando el director y propietario del periódico se enteró del asunto y hasta ahí no más llegamos.

Eran años ésos de censuras y secretismos, el episodio fue comentado sotto voce y desapareció rápidamente de los mapas físicos y de los radares mentales. Iba a escribirle a Ganderats para preguntarle si cuarenta años después conservaba un ejemplar del ombligo censurado y si quería contar ahora algún entretelón, algún pliegue de esa cicatriz, cuando me entero de que murió hace unos meses. 

Vuelvo a mirarme el ombligo y creo que no me arrepiento de nada, aunque sí lamento un poco no haber hecho algo entonces con esa noticia, algo así como un análisis abstruso o un llamativo pastiche.

Sátiros_atlantes_-_sec_II_-_Louvre

Sátiros mirándose el ombligo, Roma, sII

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