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Camino de Santiago
7 mai 2023

El dedo del corazón

Diario de Benidorm, y 3

Isla_de_Benidorm,_España,_2014-07-02,_DD_58

EL DÍA EN que va a casarse, un mero trámite pero una boda al fin, M se encuentra con la calle cortada por una manifestación. Baja del coche y les explica a los manifestantes que si no consigue llegar al juzgado, al novio no lo vuelve a convencer ni por asomo. Como en un milagro bíblico, la barrera humana se abre. Convinimos en que se trata de una situación almodovariana. Hay que reconocerle al manchego el mérito de permitirnos identificar con su nombre ese tipo de situaciones de las que sales con bien para poder contarlo.

I ESCUCHA A una chica decirle a una amiga por teléfono: «Vente ya, estoy en la playa, frente a la isla». Hay que saber que la playa mide varios kilómetros y que en toda su extensión la isla siempre está al frente.

ES LO PRIMERO que ves cuando miras al mar por la mañana, lo que imanta la mirada, el punctum barthesiano. Y lo primero que ves cuando miras al mar en la oscuridad de la noche, porque si la has visto una vez ya la ves para siempre. La bahía es extensa, ya digo, en rigor es una bahía doble. Desde el levante, a la isla ubicua la ves de frente y desde el poniente te da la espalda, pura lógica geográfica.

SE CUENTA UNA leyenda sobre su origen. De las leyendas yo prefiero la versión corta, ésta. Un gigante se enamora de una preciosa pescadora, que un día enferma. Desesperado al ver que el sol no asoma para calentar el cuerpo entumido de la bella enferma, el gigante le da una patada al monte que rodea la ciudad y abre una ventana en la masa rocosa para dejar pasar el sol. El trozo de roca vuela por los aires, cae al centro de la bahía y se convierte en la isla de Benidorm.

LA LEYENDA SE encarna en tanta gente que llega a Benidorm convaleciente a curarse de la oscuridad. No voy a volver sobre la presencia de los desertores de la niebla, que atosigan. Sólo a veces hace gracia ver alguna despedida de soltero en la que el novio, un vikingo abundante, va cubierto por un bañador de señora.

HAGO AMISTAD CON dos castellanas. Son de Aranda de Duero, que yo confundo siempre con Miranda de Ebro. Se adivina en una de ellas una tristeza que ella explica así: estoy triste porque estoy sola. Iba a decirle que la cosa bien podría ser al revés, pero me digo que el mejor consuelo que puedo brindarles es un poco de compañía. Así que en cuanto las veo me detengo a charlar un rato. Sobre el Duero, sobre el Ebro o incluso sobre la isla de Benidorm.

ES UNA DOBLE bahía, como digo. En cada extremo siguen en pie las dos torres de vigía medievales, al centro está el puerto y a un lado y otro hay dos bahías simétricas, como dos almas gemelas. Cuando vino la explosión del turismo, se conoce que los inversores encargaban un edificio y con ese único plano les resultaba rentable construir dos iguales, uno al lado del otro. De modo que la ciudad está llena de edificios dobles. Como todos los edificios tienen nombre y la imaginación nominativa es limitada, unos cuantos se llaman Edificio Los Gemelos. Viéndolos, se me ocurre la historia del padre de unos gemelos que construye dos edificios, que más tarde heredan los gemelos, uno para cada uno. Lo curioso es que M e I me cuentan que ése es más o menos el caso de los edificios donde está el restaurante donde comemos, del que son habitués. La gemelitud planea sobre Benidorm. Es una forma de base, un molde que prolifera.

ESTOY TAN NEGRO por el sol que según D parezco un indio de Jaisalmer. Es la capital del desierto de Thar, agrega. Ah, si es la capital del desierto de Thar, entonces sí. Voy a la frutería del pakistaní a comprar una papaya y, como no la encuentro, le pregunto al pakistaní si no le quedan. El pakistaní me responde algo incomprensible. No es el frutero, es un cliente.

VIAJO A MURCIA un par de días para asistir a la presentación del capítulo japonés de la tesis sobre Pierre Loti que escribe D. Nos tomamos ritualmente unos marineros y unas marineras con unos vinos de Jumilla terrosos de tan sabrosos. Son unos días tan radiantes, coronados por la visita a la tumba del Rey Lobo recientemente descubierta, que será mejor que los cuente en un capítulo aparte.

CORTOMETRAJES. Un guiri trepa a una palmera para colgar una muñeca hinchable mientras la pandilla lo jalea desde abajo. Un golpe de viento se lleva la muñeca, el hombre cae al suelo y la pandilla corre a recuperar la muñeca olvidándose del hombre maltrecho. Están todos ebrios, claro. Cerca de allí, en la ventana de un autobús unas letras impresas indican la salida de emergencia. Un hombre con el cabeza rapada va sentado en ese sitio y la luz del sol refleja en su lustroso cráneo las palabras ROMPA CON EL MARTILLO.

EN LA ALMADRABA, la playa a la que voy a nadar a diario, se tolera el desnudismo de los cuerpos viejos. El de los jóvenes también, pero los jóvenes suelen ser púdicos y sus razones tienen. De modo que los desnudistas formamos un club de geometría variable que se saluda y cambia impresiones. Así llega uno de edad media al que acogen un par de conocidos. En seguida le reprochan la proliferación de tatuajes: «Pero hombre, ya no te hagas más, una persona con una cara guapa como tú no necesita de tatuajes para llamar la atención». El hombre se toma los reproches con humor y mientas los escucha se va desvistiendo. En cuanto acaba, se ve que el último tatuaje que se ha hecho son las dos máscaras del teatro, Talía y Melpómene, la tragedia y la comedia, una en cada cachete.

ME DETENGO CUANDO el agua me llega a las verijas. Miro el fondo y veo a un cardumen de peces que se acerca a mis pies. Vienen a saludar a Poseidón, les digo. Parece que me escuchan porque uno se acerca y me muerde el dedo gordo.

NUNCA HE LLEVADO sortijas pero tenía un agujero en un calcetín y pasé donde los chinos a comprar aguja e hilo. Salí con un set muy mono que por dos euros incluía una especie de dedal que me puse en el dedo del corazón a modo de anillo y ya no me saqué más, salvo para enjabonarme las manos. Cuando nadaba ponía cuidado de que no se cayera. Así hasta el último día, el de la despedida, en que justamente despidiéndome del mar hasta la próxima hice un movimiento con los manos y el dedal cayó al agua. Mi primer reflejo fue zambullirme a buscarlo, pero en seguida entendí que era un ofrenda al dios de la Almadraba que lo lucirá mejor que yo.

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