La sensación de transformarse
LA CONFIDENCILIDAD DE este espacio tiene varias ventajas. Una de ellas es poder contar que alguna vez me gustó un cuadro de Dalí. En mi descarga puedo decir que entonces yo era impúber y que Dalí pintó ese cuadro en la época en que trabajaba con Buñuel.
Que me gustó quiere decir que me detuve frente a él y lo miré largamente y retuve su nombre y sus formas y muchos años después recuerdo con muchos detalles aquel día remoto en que mi hermana me llevó a ver una exposición de pintura.
La exposición mostraba una buena selección de pintura del XIX y el XX, y era una curiosidad en esa ciudad del fin del mundo donde yo vivía. De lo que vi ese día me gustó mucho algún Matisse, el Cézanne que prestaba su imagen a la publicidad de la exposición, un par de Mirós y ese Dalí del que hablo, que me retuvo por la intensidad de los colores y la sugestión de las formas. El cuadro se llama «La sensación de transformarse» y es de 1930.
Lo miro ahora e intento averiguar por qué me llamó tanto la atención. La respuesta está en el nombre. Esa transformación que parecía posible entonces en el espacio de la imaginación y ahora tal vez lo sea únicamente en el reducto de la memoria.