Los huevos
Hace diez años, la llamada crisis de la dioxina conmovió a Bélgica. Para abaratar costos, un fabricante de piensos destinados a la alimentación animal incorporó a gran escala grasas industriales, y las dioxinas contenidas en esas grasas fueron a dar directamente a los huevos y a la carne de cerdo. Cundió la natural alarma entre la población, el Gobierno intentó negar el problema en un primer momento, pero acabó renunciando, forzado por la magnitud de la crisis. En las elecciones que siguieron, por primera vez en cincuenta años los democratacristianos quedaron fuera del Gobierno (volvieron cuatro años más tarde) y los ecologistas obtuvieron 20% de los votos, convirtiéndose en el principal partido verde europeo. La primera medida del Gobierno resultante fue la creación de una agencia estatal de control de la cadena alimentaria.
Lo extraordinario del caso es que la situación ha vuelto a presentarse en los mismos términos, esta vez en Alemania. Con una diferencia, eso sí. Ahora los consumidores alemanes pueden ingresar el código impreso en la cáscara y verificar desde su teléfono móvil si el huevo proviene o no de un criadero contaminado. Qué moderno.