La semana con dos domingos
Diario de semana santa
«El entierro de Cristo», Tiziano, 1559
Jueves
Al atardecer de los jueves santos de niño iba a la ceremonia de un convento de monjas de claustro. Dentro, las monjas estaban pero no estaban. Se sentía su presencia pero no se veían, quiero decir. Igual que los santos, que seguían donde mismo, pero estaban cubiertos por paños morados. Cuando volvía a casa, mi madre preparaba el bacalao para el viernes.
Viernes
Estoy trabajando y me acuerdo de mi abuela. Me contaba que por trabajar un viernes santo un hombre cayó con su carreta a la laguna de Aculeo y se ahogó él y ahogó los bueyes. Mi abuela ya no vive, la laguna de Aculeo se secó, no sé si habrá alguien más que recuerde esta historia. Tal vez por eso la cuento.
Sábado
Nada.
Domingo
Solo sin tilde desde hace días, veo que no busco presencia ni compañía. Como esos personajes de Coetzee, el magistrado, el profesor, el jardinero, que al final de sus vidas recubren con paños morados la presencia ajena. «Me acuerdo de haber sonreído cuando la puerta de la celda se cerró y la llave dio la vuelta en la cerradura. No me parecía un castigo tan pesado pasar de un existencia solitaria a la soledad de una celda, a la que me llevaba conmigo un mundo de recuerdos y de pensamientos», dice el magistrado de Esperando a los bárbaros. Coetziano soy, qué remedio, pero la mía sólo es una soledad de semana santa. El martes vuelve la diversión, vuelve la gente.
Lunes
En este pueblo el acento no cae en el calvario sino en la resurrección, no en el viernes santo sino en el lunes pascual. El viernes se trabaja, el lunes se celebra y se descansa. La gracia que tiene este modelo es que la semana santa acaba siendo una semana con dos domingos. No alcanzas a caer en la tristeza del domingo por la noche porque al día siguente también será domingo. Me vale así por ahora en que estoy, parafraseando a Unamuno, ungido con la esperanza recia de un prolongado domingo.