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Camino de Santiago
17 février 2024

El cazador de sombras

5-20

LOS ONAS llamaron mankacem, cazador de sombras, a Martín Gusinde por su obsesión por fotografiarlos. De allí el título de esta reseña de un libro que bien podría llevar este titulo, El cazador de sombras, si no llevase otro titulo mejor.

Se llama Huesos sin descanso porque ése es el asunto que trata principalmente, el de los indígenas de la Patagonia que fueron conducidos a fines del sXIX a Europa para ser civilizados y devueltos a sus islas con la esperanza de que las civilizaran a su vez y entretanto fueron exhibidos en en calidad de salvajes remotos en los zoos humanos que prosperaban por aquel entonces en París y Londres. Aún hoy hay más de cien cuerpos de fueguinos repartidos por diferentes museos europeos.

También trata de los cirujanos que a través de la Historia se han dado a la tarea de desenterrar cadáveres para diseccionarlos y contribuir a la ciencia de la anatomía y han acabado muchos de ellos a su vez víctimas de la maldición inscrita en la tumba de Shakespeare: «Y maldito sea quien mueva mis huesos». La misma que Thomas Browne formula como pregunta: «¿Quién conoce el destino de sus huesos o cuántas veces habrá de ser enterrado?».

Martín Gusinde fue un cura austriaco que llegó a Chile a enseñar geografía en el Liceo Alemán de Santiago y se descubrió una vocación de antropólogo en la Patagonia. Según sus datos, de los cerca de tres mil quinientos onas que se desplazaban por Tierra del Fuego cazando guanacos y focas hacia 1880 sólo quedaban 250 medio siglo después y el censo de 1946 registraba apenas 17 en toda la Patagonia. Onas, yaganes y alacalufes eran los principales grupos de indígenas patagónicos. 

En cuanto a si eran o no convertibles en ingleses es verdad que los hábitos se atrapan y se pierden rápido. Darwin describe en su Diario a Jemmy Button, el joven yagán que volvía con él a Tierra del Fuego en el Beagle tras pasar una temporada en Londres, como «bajo, grueso y en extremo presuntuoso. Le encantaba admirarse a sí mismo cuando pasaba por algún espejo». Años más tarde, Button fue acusado de encabezar la matanza de ocho misioneros ingleses que intentaban evangelizar su isla de Navarino. El siempre lo negó.

Leyendo Fueguinos en Londres, subtítulo del libro, se entera uno también de cosas interesantes como que mientras estaba retenido en Londres Pinochet mataba el tiempo visitando el Museo de cera de Madame Tussaud, donde se detenía a amonestar a la figura de cera de Lenin: «¡Usted estaba equivocado!». Apuntándolo con el índice, a la manera como Ricardo Lagos había hecho con él aquella noche de 1988 en la que medio Chile le perdió el miedo al lobo, según se decía. A propósito de los museos de cera, Joseph Roth sentenciaba que la grandeza y el horror terrenales resultan ridículos con sólo inmortalizarlos en cera.

Huesos sin descanso cuenta también buenas historias paralelas, como la de Elisabeth Siddal, modelo de los prerrafaelitas y mujer de uno de ellos, Dante Rossetti. Vale la pena mirar su imagen pintada por John Everett Millais en calidad de Ofelia flotando en las aguas. Lo mal que lo pasó Elisabeth Siddal en esa bañera da una indicación de lo mal que lo pasó en la vida. La vida nunca ha sido fácil para las modelos de los pintores prerrafaelitas ni para las cazadoras de guanacos, así fuese por diferentes razones.

Cristóbal Marín, autor del libro, se apega al consejo de Stendhal en el sentido de que de un lugar sólo hay que tomar lo que agrade. Y lo que más le agradó de Londres y de Berlín, donde pasó unos años escribiendo su tesis sobre estas materias, fue pasear por sus calles de día y de noche buscando lo que buscaba —cazando sombras— y encontrando lo que cuenta en estas páginas muy bien traídas y llevadas.

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¿Cómo llegué a este libro? Por el mismo ritual que repito cada vez que estoy en Santiago: le pregunto a Roberto Merino qué libro escrito en Chile recientemente hay que leer, me levanto del asiento y lo compro allí mismo en la librería Takk. Siempre acierta Merino, y esta última vez acierta particularmente.

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