La Enormecita por la Alameda
En Perdidos en la noche, Rizzo, un vagabundo neoyorquino, enfermo de pulmonía, se abrigaba el pecho con hojas de diario. Mientras lo hacía, no podía evitar leer las añejas noticias. O quizá se contentaba con “revisar los titulares”. Más o menos por la misma época de esa película los diarios viejos se vendían al kilo a las carnicerías y, los que sobraban, se usaban para limpiar los ventanales con una mezcla de agua y parafina. Ocasiones múltiples para descubrir algún suceso olvidado o repasar un gol de Honorino Landa.
Se necesitaban entonces un par de semanas para juntar un kilo de periódicos. Ahora, algunos periódicos dominicales pesan directamente un kilo, a partes iguales la publicidad y algunos comentarios. Antes el papel era el papel, una materia prestigiosa, lo que no impedía colgarlo en el retrete. También es verdad que en el sur no se cosechaba el pino insigne a la velocidad con que se hace ahora. “En los ratos de ocio pasta sin cesar. Hay inmensos predios de periódicos” recomienda Octavio Paz al aprendiz del teclado. Y Kapuscinski, maestro reportero: “Para escribir una sola página de diario hay que haber leído mil”.
Los periódicos de este fin de semana se rindieron a los pies de la Pequeña gigante. Es comprensible el entusiasmo de la multitud (y de la multitud de reporteros) detrás de la marioneta. Representa una figura de estilo de varios metros de altura, una prolongada contradicción en los términos. Es grande siendo pequeña y a pesar de ser pequeña es grande. Parece filosofía a lo Mario Moreno, pero se entiende. También podría llamarse la Enormecita, la Gigantita o incluso la Interminablecita.
Desde siempre la multitud ha ido detrás de lo grande o de lo enaltecido, de la estatua sobre el pedestal, del líder en andas, de los monigotes carnavalescos. La energía de la multitud es capaz de engrandecer lo pequeño y Santiago no se resigna a la prohibición de su carnaval dictada por Bernardo O’Higgins y busca desde entonces un sucedáneo.
Pero no sólo a la Pequeña gigante se rinden los diarios, sino también a la fuerza de penetración del inglés, otro gigantito. Es decir, a éste no necesitan rendirse, están rendidos de antemano. Dicen playoff en lugar de desempate, dicen retail en vez de venta al detalle, repiten como clones la palabra clon, dicen enduro por aguante, llaman Miss Reff a la Reina de la Rabadilla. Ahora dicen bizarro queriendo decir raro, siendo que bizarro quiere decir valiente, lucido (lúcido es otra cosa, para eso están las tildes). Qué fly los habrá picado. Y dónde. Blest Gana llamaba “afrancesadas” a las elites del siglo diecinueve, pero hoy nadie se atreve a llamar esnobs, o derechamente tontines, a estos cañahuecas. Cuando Kapuscinski afirma que un periodista debería poder comunicar en varias lenguas no es precisamente a esa jerigonza a la que se refiere.
Los soldados norteamericanos que combaten en Irak van equipados con un programa de traducción oral y simultánea del inglés al árabe que les permite comunicar con sus homólogos iraquíes. Se sabe que toda la tecnología que utilizamos, hasta el más humilde anafe, hizo parte en su día del aparataje militar que, una vez desclasificado, se puso, vía la industria, al alcance de la gente común. No está así lejano el día en que para leer los diarios, en la carnicería o para limpiar los vidrios, haya que equiparse del aparatito bélico. Me temo que hace ya tiempo que el Diccionario de chilenismos que publicó don Zorobabel Rodríguez hace más de un siglo no sirva de mucho a la hora de entender la jerga candorosa de cierta prensa.
Al otro extremo de esa mezcolanza grumosa de la lengua vernácula con el chapurreo televisivo se situaba Violeta Parra, de cuya muerte se cumplen por estos días cuarenta años. Lejos de cualquier esnobismo y de toda engañifa, Violeta Parra recreó el habla de Chile y dejó escritas en sus Décimas y en sus Últimas composiciones algunas de las mejores páginas de nuestra literatura. Como dice su hermano Nicanor en su Defensa, de su voz salían rayos “hacia los cuatro puntos cardinales”. Que son, según Huidobro, tres: el norte y el sur.
¿Cuándo vuelve la Gigantita?
PS: Sobre el origen y el destino de la Pequeña gigante, para los santiaguinos huelgan las explicaciones, que quedan para los foráneos. "Pequeña gigante" es un oxímoron (como fuego helado, luz oscura, realidad virtual), lo contrario de un pleonasmo. Por el estilo, Octavio Paz, quien, según Nicanor, fue un surrealista diplomático, a no confundir con un diplomático surrealista.
Dudé frente al plural de cañahueca. Pedí opinión al maestro Echegoyen, quien se mostró también lleno de dudas. Zorobabel Rodríguez no lo repertoría, no es chilenismo. A Zorobabel, que además de lingüista era político, sus detractores lo llamaban Zorrobabel. A la sombra de su estatua, en el bandejón central de la Alameda, leía yo novelas hace treinta años. Qué lugar para leer novelas. El ejemplar del Diccionario de chilenismos que tengo conmigo me lo envió por correo en el año 87 Manolo Canales. Gracias Manolo.