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Camino de Santiago
26 avril 2007

El niño y el toro

Con una ayudita de la socialdemocracia, la humanidad ha conseguido extraer a los niños de las minas y ponerlos en las escuelas. De donde no ha conseguido bajarlos es de los escenarios. Ni sacarlos de los estadios. Ni de las plazas de toros. Por la memoria reciente corre todavía aquel niño desnudo entre los equilibristas de un circo de provincia. O llora la nadadora ucraniana, a quien su padre y entrenador propinó una paliza en los últimos mundiales de natación por no haberse clasificado para las semifinales.

Jairo_Miguel_3__foto_Angel_Sainos_

A ellos se suma ahora el niño torero Jairo Miguel, quien recibió el domingo pasado una cornada en la plaza de toros de Aguascalientes, en México, a una semana de haber cumplido catorce años. El puntazo le abrió el pecho y se quedó a dos centímetros de la aorta. Por fortuna, el torero niño se recupera, Virgen de los Milagros mediante, en el hospital de la ciudad.

Hijo de torero, su padre se vino muy joven a hacer la América. A México. Allí toreó, se casó, y no volvió a España hasta que el terremoto del 85 le echó abajo la casa. Andando los años, en 1993, en Cáceres, nació Jairo Miguel. El niño creció entre las patas de los toros, bestias a las que aprendió desde muy niño a desafiar. Como en España la ley prohíbe a los niños torear antes de cumplir 16 años, su padre se lo llevó a México. A los doce años se puso por primera vez el traje de luces. Un año después recibió su primera cornada, que le rompió la muñeca pero no le impidió seguir toreando hasta cortar rabo. En casi dos años en los ruedos mexicanos, Jairo Miguel ha matado 25 toros.

El domingo de la grave cogida en Aguascalientes toreaban también otros dos toreros menudos. Que un niño se ponga frente a una bestia de 400 kilos y la maree a punta de verónicas es gran atracción y aumenta el aforo. El más joven de entre los toreros de México tiene nueve años. Con su altura, se queda por debajo de los cuernos de la bestia.

El torero niño puede parecer una figura extemporánea, directamente sacada de las cavernas junto a su minotauro ensangrentado y, sin embargo, resulta ser perfectamente contemporánea. El y otros adelantados de la sociedad del espectáculo son sólo la cara visible de un ejército de esforzados púberes que se desloman a diario esperando turno para saltar cuanto antes a los estudios de televisión, a los céspedes de los estadios y a la arena de los ruedos.

Tal vez se pueda discutir hasta cuándo se es niño y se pueda también matizar en cuanto a que todas las criaturas no pierden los dientes de leche al mismo tiempo. Más difícil resulta negar, en cambio, que se necesitan unas normas comunes. No se trabaja con menos de tantos años. Pero ya se sabe que hecha la ley, hecho el atajo.

De tal manera que los niños que se pasan horas o incluso días esperando a ser contratados en los estudios publicitarios, trabajan. El candoroso niño que quiere ir a “hacer” donde el vecino, en el anuncio de papel confort, está trabajando, aunque no lo parezca. Los futbolistas impúberes, que entrenan varias horas cada día, juegan tal vez pero sobre todo trabajan. El boliviano Diego Suárez tiene 14 años y un récord, el de ser el futbolista más joven que haya disputado un partido de la Copa Libertadores de América. El doble de los años que tiene el niño brasilero Bruno Pellegrino, recientemente contratado por el Santos de Brasil. Detrás de estas figuras se esconde la faena de miles de niños anónimos.

Paradojas de la modernidad, nunca antes en la historia de la humanidad, con una ayudita de la socialdemocracia, eso sí, tantos niños han podido disfrutar de la niñez y, sin embargo, casi todos quieren convertirse cuanto antes en adultos. Lolita le va ganando la partida a Peter Pan.

No anda lejos un toro bravo. Y no todos los niños son duchos en el arte de la verónica.

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