Félix y el oso
—Qué cara traes, guaje —lo saluda Amador. Parece que habías visto un oso.
—No uno, dos —responde Félix. O era el mismo y lo he visto dos veces.
Félix y Amador son primos por parte de padre y tío y sobrino por parte de madre. Contra las apariencias —Félix tendrá unos trece años y Amador diecisiete—, Félix es el tío y Amador el sobrino. Una herencia mal repartida hace que las familias se detesten.
—He subido porque una vaca mía va a parir. Es primeriza. Pero no la encuentro —explica Amador.
—Está en la avellaneda —dice Félix. La he visto subiendo.
—Vamos a por ella —propone Amador.
Echan a andar hacia la avellaneda, de prisa, buscando los atajos.
—¿Es verdad que marchas a América?
—El mes que viene, si Dios quiere.
—¿A dónde vas?
—A ver si adivinas…
—¿A Cuba?
—No, muchos negros.
—¿A México?
—Tampoco. Muchos tiros.
—Entonces a Argentina.
—Menos. Muchos italianos.
—Pues entonces no sé.
—Rapaz, piensa un poco. ¿No tenéis acaso un mapa en la escuela?
—¿A Chile?
—A Chile. Adónde iba a ser.
—A Chile quiero marchar yo también. Mira que ya me sé las ciudades: Arica, Santiago, Punta Arenas.
—Y Valparaíso.
—¿Llegarás a Valparaíso?
—A Buenos Aires. Y allí cogeré el tren que cruza unos montes más altos que el Pierzu. A Chile irás cuando le pierdas el miedo al oso. …¿De veras lo has visto? —pregunta Amador, mordido por la curiosidad.
—Lo que he visto es un petirrojo —responde Félix. Y ha comido en mi mano. Y lo he dejado ir.
Cuando llegan a la avellaneda, la vaca está pariendo. El xatu ya se sostiene sobre sus patas cuando Félix se atreve a preguntar:
—Primo, ¿me escribirás desde Chile?