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Camino de Santiago
24 mars 2013

El retrato

Daniel Mordzinsky, fotógrafo de escritores, guardaba su archivo fotográfico en un despacho que Le Monde cedía al corresponsal de El País en Francia. La semana pasada, el diario parisino quiso dar a ese lugar otro uso, dice haber avisado al corresponsal concernido de la medida y, como éste no dio señales de vida, haber ordenado a un empleado que desocupara el despacho, lo que éste último hizo y de paso arrojó el archivo fotográfico de Mordzinsky a la basura. Miles de retratos de escritores tomados durante varias decádas de trabajo desaparecieron de un plumazo.

El lamentable incidente ha incendiado las redes sociales, que son tan inflamables como extinguibles. De entonces ahora, otros incendios las mantendrán inquietas. Aparte de lamentar el sucedido, como hace hoy Vargas Llosa, me he acordado de un percance de otro cariz, el del colchón inflamable.

También, de los libros que Javier Marías ha dedicado a los retratos de sus colegas (Vidas escritas y Miramientos), de los que hablábamos en este blog recientemente. A uno de esos retratos, el de Beckett en 1964, de Jerry Bauer, le dedica unas líneas Coetzee en su Diario de un mal año. «¿Realmente decidió Beckett por su propia y libre voluntad sentarse en un rincón, en el cruce de tres ejes dimensionales, mirando hacia arriba, o el fotógrafo lo persuadió de que se sentara ahí?», se pregunta Coetzee. A partir de ese retrato y, probablemente, de su propia experiencia como material retratable, Coetzee extrae la siguiente conclusión paradójica: cuando más tiempo tiene el fotógrafo para hacer justicia a su modelo, tanto menos probable es que le haga justicia.

O, dicho de otra manera, el mejor retrato suele ser el del pasaporte.

B

 

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Commentaires
M
En cualquier caso, lo que sí me gustaría leer pronto sería una biografía del irlandés, cuya vida algunos dan por gris pero fue en muchos sentidos brillante. A propósito del gris, se cuenta que fue él mismo quien eligió el color de su lápida. Que sea de cualquier color, pidió, siempre que sea gris.
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J
«Si no fuera por los zapatones, lo único que importaría, como en cualquier otro retrato de Beckett (escribe Javier Marías sobre el retrato de 1964, aquel en que Beckett parece acosado por el fotógrafo), serían la cabeza y los ojos de águila, que miran al frente con expresión efectivamente animal, como si no comprendieran a qué se debe la búsqueda de ese momento de eternidad, por qué alguien lo quiere fotografiar». Esos ojos que, por tratarse de un muerto reciente (el texto de Marías fue publicado en 1992 y Beckett había muerto en 1989), «todavía se aparecen más vivos que los de los demás».<br /> <br /> <br /> <br /> Confieso que lo he leído poco y mal. Vi representado Godot hace años y se me quedaron grabados un par de diálogos («He desparramado mi vida en la arena y me pides que me detenga a observar los matices»), y, movido por la admiración que Coetzee tiene por él, leí Watt. Me pareció, en efecto, próximo al cerebralismo de mi querido sudafricano pero sin el calorcillo que se desprende de la escritura de Coetzee.
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S
Vaya gesto severo gastaba mi tocayo, ya desde cachorro.
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M
Retrato del artista cuando cachorro, Beckett a los 14 años: <br /> <br /> <br /> <br /> http://flavorwire.files.wordpress.com/2013/03/beckett.jpg?w=480&h=685
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