Zurbarán, tela
Conocía a Zurbarán de haber visto algún cuadro suyo en El Prado y de las páginas que le dedica Nooteboom en su Desvío a Santiago. Y poco más. No estaba lejos de confundirlo, como hace el corrector, con Zurraban.
Así fue como salí de la exposición de Bruselas decidido a leer lo que cayera sobre el pintor extremeño. Y lo que puedo compartir ahora son un par de impresiones y tres o cuatro anécdotas pilladas al vuelo de la charla de los guías que recorren la exposición chaperoneando escolares.
Frente a San Francisco contemplando una calavera creí que el santo llevaba en las manos un botijo. El nombre del cuadro me sacó del error, pero ya no quise salir del todo. La contemplación de la calavera -el memento mori por excelencia- puede ser visto también como un impulso vital, el de atesorar agua fresca en un botijo para cuando haga falta. ¿No? ¿Por qué lleva el santo, si no, la calavera al revés?
En este cuadro está lo mejor de Zurbarán: la concentración simétrica, el equilibrio y la tensión. El santo està desnudo, cubierto de pies a cabeza por su sayo de fraile. A propósito del tratamiento de las telas, dice Nooteboom: el arte es una cuestión de pliegues y de géneros. (Bueno, no dice exactamente eso, pero para mejorar las citas hay que citar de memoria).
San Francisco... es del periodo sevillano, durante el cual Zurbarán pintó principalmente por encargo de los conventos hispalenses. Cuando el esplendor de la ciudad comenzó a palidecer (no duró nada el oro de América, alcanzó para dorar unos cuantos altares y en seguida subió por la Ruta de la plata hacia Londres y Amsterdam), el pintor se instaló en Madrid y se puso a pintar -más, no sé si mejor, para una clientela más amplia, hecha no sólo de conventos sino también de casas particulares-, un repertorio de escenas emotivas de las vidas de santos.
De éstas, mis favoritas son las de Jesús y la Virgen niños. En esta Virgen dormida cuando niña lo que la María lee, lo que la hace dormir, es su propia historia tal como la contarán más tarde las escrituras.