El segundo milagro de Fátima
No alcancé a ver toda la Eurovisión anoche, pero vi cantar al ganador y al perdedor.
Antes había escuchado por la radio que el cantante portugués estaba enfermo y que su canción era «diferente». Pensé que ganaría. Era Fátima, el papa acababa de canonizar a dos pastorcillos, se estaba quedando una tarde estupenda para un milagro.
Por cierto, espero que el cantante se cure cuanto antes. Pero creo que su canción es diferente sólo en el sentido de que se presenta como tal: su diferencia radica en que va acompañada de un discurso sobre la diferencia, el que el cantante prodigó antes, durante y después de la canción, un discurso que no es mucho más que autoafirmación: lo mío es auténtico, lo de los demás es chatarra.
Y esa es manifiestamente la música que el público quería escuchar anoche. La fragilidad del cantante sentimentoso, con look de poeta extraviado en Las Vegas, cantando una canción compuesta por su hermana, compuso un relato ganador.
La presencia del papa en Portugal y la canonización de los pastores de Fátima ese mismo día hizo el resto. El segundo milagro de Fátima, o el primero de los pastorcillos a los que el papa canonizó ayer, estaba servido.
Al otro extremo, el pseudo reggae del cantante español y su banda de supuestos surfistas lo tenía todo para quedar último. Si el público optaba por la autenticidad de la canción sentimentosa nada más normal que condenase al último lugar a quien mostraba la actitud opuesta. Ayer era Fátima, sentaba bien dar un espaldarazo al doliente y empujar a la pileta de los tiburones al bañista inoportuno.