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Camino de Santiago
4 novembre 2017

El hombre de la chaqueta amarilla

VISTA La Pasión Van Gogh.

La película comienza por preguntar por qué se mató Van Gogh. Tras examinar algunas hipótesis —la madre, el padre, su hermano Theo, Gauguin, las mujeres, el alcohol, los amigotes, la locura, la falta de dinero y de reconocimiento—, acaba abrazando la tesis de uno de los médicos que examinó al holandés en su lecho de muerte: Van Gogh no se mató, lo mataron.

Para demostrarlo, el filme pone sobre los últimos pasos del pintor al hombre de la chaqueta amarilla, Armand Roulin, hijo del encargado del correo de Arles, a quien su padre envía a entregar a Theo Van Gogh la última carta escrita por Vincent. De entrada, el hombre de la chaqueta amarilla desprecia al holandés, al que considera un debilucho, pero poco a poco se va identificando con él. Un esquema de historieta, en suma.

800px-VincentVanGoghArmandRoulin1888 

Empeñado en ese punto, del filme sólo aflora un detallazo. Quien se quedó con buena parte de la obra de Van Gogh, el doctor Gachet, fue copiando una a una las telas, lo que obligó luego a los expertos a discernir cuál era el original y cuál la copia. Pues bien, el doctor Gachet admiraba y probablemente envidiaba a Van Gogh porque él mismo era un pintor contrariado y el padre de la mujer que el holandés amaba. Además, el doctor y el pintor se parecían físicamente. Un conflicto mimético donde los haya.

En el plano formal, La Pasión Van Gogh opta por un procedimiento novedoso y celebrado que consiste en pintar la película a mano, a la manera de Van Gogh. Lo que está bien, en la medida en que permite al espectador ver los lugares filmados como si de telas del holandés se tratase. Eso sí, al cabo de un rato la fórmula satura. 

Me apuro en decir que el filme me interesó. Le doy cero almohadas, porque en ningún momento me dormí. No obstante, y teniendo en cuenta de que hay ya más de una docena de buenos filmes sobre Van Gogh —sobresale el de Pialat—, la pregunta es ésta: en los últimos ocho años de su vida Van Gogh pintó más de 800 telas que como conjunto y muchas de ellas por separado están en lo más alto de la historia de la pintura. Y sin embargo, en vida sólo pudo vender una.

Desde ya digo que la explicación al uso, según la cual el artista se adelanta a su tiempo, no me convence. (Y al decirlo estoy pensando, cómo no, en mi amigo Rodrigo Lira, de quien Roberto Careaga acaba de escribir esta biografía).

Así es que vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Quién mató al pintor? Fuenteovejuna, señor.

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