Cornelius Berg
Le he oído decir a mi tío Pepe que él no lee libros de mujeres que no tengan nombre de flor, como Marguerite. Puede sonar a boutade machistoide pero, conociéndolo, apuesto a que se trata de un sincero homenaje a su admirada Yourcenar.
Me he acordado de esto porque llevaba algún tiempo con ganas de releer las Nouvelles orientales. Las leí cuando joven y mucho me impresionaron. Tanto, que me apresuré a regalarle el libro a un amigo (me parece que fue Sarte quien dijo que un libro leído es un cadáver que hay que arrojar cuanto antes por la ventana). Recuerdo haber leído las Nouvelles cuando se veía venir la guerra de los Balcanes, en cuya ocurrencia yo no creía, y tuve que cambiar en seguida de opinión.
El caso es que fui a la librería ayer y salí de allí con mi ejemplar. Como corresponde, comencé a leerlo por la última de la serie, La tristeza de Cornelius Berg, nouvelle que no tiene nada de oriental. Berg es un viejo pintor holandés, contemporáneo de Rembrandt, está de regreso en Amsterdam desde Italia, donde le tomó el gusto al vino, pinta poco y cada vez peor y cuando le piden que cuente sus aventuras por los países polvorientos de sol, Berg tiene que rendirse a la evidencia de que éstos son menos precisos en su memoria de lo que eran en sus proyectos antes de conocerlos.
Después de pasar la jornada pintando, Berg se dirige por la tarde al jardín de un viejo conserje que cultiva en Haarlem tulipanes (uno de esos veteranos que se recluyen en sus jardines a perseguir caracoles, como dice Roberto Merino). A la vista de un magnífico ejemplar de tulipán, cuyos colores hacen pensar en un iris, el viejo conserje dice que Dios es el pintor del universo. Sí, responde Berg, pasando revista a todo lo que ha visto y vivido, Dios es el pintor del universo. Es una pena que no se haya limitado a pintar paisajes.
Óleo de pintor desconocido