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Camino de Santiago
2 avril 2006

Gente que se cuenta por millones

Mil millones de personas de todo el mundo se relacionan sentimentalmente a través de internet. Mil millones de personas no tienen agua potable. Mil millones de personas fuman como chimeneas. A ese trote se agota pronto la entera humanidad, la multitud que conformamos seis mil millones de personas. El uso y abuso de las cifras produce un efecto contraproducente. No sorprende ni alerta, más bien atosiga. Más vale fijarse entonces en detalles en donde a penas caben las cifras, como en la imagen de un niño que cuenta las bolitas.

Fijarse, por ejemplo, en la gente que va sola al cine. Despierta simpatía la gente que va sola al cine. Y aguanta en solitario las miradas de las parejas, de las familias, de los grupos de amigotes que observan en la penumbra de la sala y se dicen : pobre. Porque igual se equivocan y al supuesto solitario lo rodean luego los amigos que se habían retrasado, lo palmotean, le piden que les cuente el principio de la película, que les detalle las sinopsis, los réclames y la cara de tontos de los mirones que lo creían un solitario perdido para el mundo.

Gente que lleva la camiseta brasileña. No son necesariamente brasileros, para nada, son una tribu transnacional, una secta tal vez, como los desvestidos de Spencer Tunick, los viejos hippies y las señoras con permanente.

Gente que vota por Berlusconi. Aparte de quienes se han enriquecido en base a cambullones, vota por Berlusconi la gente que ve demasiada tele y se ríe con los chistosos que se ríen de caiga quien caiga, es decir de cualquiera menos de Berlusconi, que les paga el sueldo.

Gente que dice que da lo mismo votar por Berlusconi o por Prodi. O por Aznar o Zapatero. O por Lavín o Bachelet. Porque la política la hacen los inversionistas, los accionistas, los gerentes, dicen. No dejan de tener razón, salvo que se equivocan en lo principal. La socialdemocracia se funda en la idea que para producir riqueza hay que comenzar por distribuirla. Y no al revés. La riqueza es como el agua, que alcanzaría para todos de estar bien distribuida. En el terreno de la distribución, el capitalismo es analfabeto. Y el resto es propaganda berlusconiana, peinetas para calvos y bailarinas al ritmo de la musicaca.

Gente que dice que todo da lo mismo. De nada sirve, dicen. No dejan de tener razón. Salvo que suele ser gente a la que le sirven a la mesa. Y luego le sacan los flatitos. Y luego le lavan los platitos.

Gente que piensa con la boca abierta, como la mamita del líder en la carrera para las elecciones presidenciales peruanas, Ollanta Humala, quien propone fusilar a los homosexuales para terminar con lo que en su opinión es un grave problema moral. O el presidente vitalicio de Turkmenistán, Saparmurat Niazov, quien declara que toda persona que lea tres veces su obra literaria, Toukhanam, “alcanzará la riqueza espiritual, se hará más inteligente, conocerá la existencia divina e irá directamente al paraíso”.

Gente que no responde a los mensajes. Está ocupada, tiene tantísimo trabajo. La vida es dura, siempre hay algo más urgente que hacer que responder a un peregrino mensaje de un remoto remitente.

Gente que llora en los trenes. Con ojos que se ve que han llorado. Nada hay más triste que la gente llorando. Sobre todo si el causante del llanto es uno mismo, de tan tarado que es.

Gente que tira envases, colillas y chicles por la ventanilla, por el tubo de escape, por el desagüe. Cadáveres a la acequia, relave al río y petróleo al mar.

Gente que recoge los desechos. Sin aspavientos, sin contarlo en el blog ni llamar a los camarógrafos. Son los que más se acercan a lo que Borges llamó “los Justos”, aquellos que cultivan un jardín, como quería Voltaire, y prefieren que los otros tengan razón.

La Nación de Santiago de Chile,  4 de abril de 2006

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