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Camino de Santiago
16 mai 2006

La reina de Gualeguaychú

Resulta que la reina del carnaval de Gualeguaychú se paseó en traje regional durante la sesión de fotografías de la cumbre euroamericana de Viena, la semana pasada, y consiguió una sonrisa benévola de parte de los mandatarios y la portada de los diarios del mundo. Protestaba por la construcción de unas papeleras en la frontera uruguayo-argentina. Por su parte, la mujer que protestaba, frente a Bush y Hu, en Washington, por la represión a la religión Falun Gong en China, a la que hacía referencia hace un par de semanas esta columna, tuvo muy distinta suerte. Fue sacada de foco por los propios fotógrafos. Cierto es que la pobre señora estaba completamente vestida.

Una lectora me escribe para que le ayude a sacar a luz esta verdad : Para salir en el diario, hay que enseñar la rabadilla. O mostrar el culo, o como se diga. Me parece que la señora tiene razón. No sé bien qué se puede añadir a esta evidencia, aparte de que a lo que hoy se llama « top » cabe mirarlo por el reverso. « Top » es, palindrómicamente, de atrás pa' delante, « pot ». Lo decía Octavio Paz, analizando la « Venus frente al espejo », de Velázquez: cara es culo. La bella mira en el espejo su retrato, pero lo que de verdad observa es la cara del espectador que contempla su posterior. Nadie ha dejado tan clara esta materia cuanto Brigitte Bardot, quien en las primerísimas escenas de « El desprecio », de Godard, le preguntaba al espectador: « Y mis nalgas, ¿qué te parecen mis nalgas? ». Por menos que eso, Raúl Hasbún, un presbítero que hablaba modosamente por la tele en los años del terrorismo de Estado, se declaró a sí mismo « víctima del terrorismo anal ».

Otra lectora muy querida me escribe a propósito de los « lectores contagiosos », aquéllos que cuando les gusta un libro lo abandonan en el banco de una plaza para que otra persona lo lea y lo disfrute. Me dice textualmente : « Esperaba que su tío Pepe hubiese encontrado en algún banco de su pueblo a Harry Potter 7 ; reconozco que fue algo ingenuo de mi parte ». Le traslado la inquietud a mi tío. Éste se echa a hablar como un poseso de Harry Potter, de su amiga Hermione y de la señora Rowling, que ha escrito ya seis libros, de los que se han hecho cuatro películas y media. Reparo en que Pepe ha integrado a su léxico algunas expresiones de la saga adolescente. Por ejemplo, a las personas que suelen acarrear problemas las nombra « Voldemort », para no llamarlas, precisamente. Me confiesa que, sin embargo, no ha leído ni una sola línea de las aventuras del aprendiz de brujo y, por no ver, no ha visto ni siquiera las sinopsis de sus películas. Según Pepe, a los best sellers no vale la pena leerlos, porque de cualquier manera uno se entera de todo y así se ahorra el tiempo de la lectura y puede dedicarlo a asuntos más interesantes. Esto vale también para el « Código da Vinci », que sale todos los días en los diarios, y esto sin necesidad de que el Opus Dei se desnude. Al menos, que se sepa.

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Otro lector se interesa por la fotografía que ilustró esta columna la semana pasada, una reunión del Consejo de redacción de La Nación en los años cuarenta o cincuenta, presidida por Joaquín Edwards Bello. Aparecen en ella quince señores perfectamente vestidos y una solitaria señora. ¿Quién será la señora, bendita sea entre todos los hombres?, se interroga mi corresponsal. ¿Una pionera del periodismo escrito? ¿La señora de uno de esos periodistas, que solía pasar a buscarlo al diario los días jueves? Afortunada ella, que no tuvo que desvestirse para salir en el diario.

La Nación de Santiago de Chile, 31 de mayo de 2006.

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