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Camino de Santiago
23 octobre 2023

Los árabes de las marismas mean en cuclillas

LOS PROFESORES DE HISTORIA nos llenaron la cabeza con historias de asirios y de sumerios en las míticas ciudades de Ur y Babilonia donde se inventó la escritura cuneiforme y advino la civilización. Si bien que sabemos más sobre esa tierra de entonces que sobre el Irak de ahora, a pesar de que Sadam Hussein y el Estado Islámico hayan hecho lo imposible por mantenerlo en las cabeceras noticiosas.

Por no saber, yo no sabía nada de las marismas que se extienden al sur del país en las desembocaduras de los ríos Tigris y Éufrates en el Golfo Pérsico, esa región conocida como la cuenca de Chat El Arab, ni de los hombres que allí viven en casas de juncos y aldeas lacustres, a los que se les conoce como los árabes de las marismas, maadans, en su lengua.

Entre ellos pasó largos periodos Wilfred Thesiger en los años cincuenta y escribió este libro que reseño, Los árabes de las marismas. Un explorador inglés que se acerca al modelo de Lawrence de Arabia y rinde culto a la fraternidad sin perder de vista su alteridad radical y se convierte en improvisado médico de esos hombres aislados del mundo urbano del que desconfían y por la fuerza de las cosas en circuncidor de mozos en edad de merecer y por cierto en el cronista de un tiempo y un lugar ricos de algo parecido a la eternidad y tal vez ya perdidos para siempre. 

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Como los mudhifs, esas construcciones hechas de juncos entrelazados, suertes de casas comunitarias de acogida a los visitantes y celebración de bodas y ceremonias. Según Thesiger existen desde hace cinco mil años y es probable que, vía los griegos, la forma de sus arcos y ventanas hayan influido en la construcción de las catedrales medievales. (Los únicos monumentos que levantaron los mongoles de Genghis Khan, en cambio, eran pirámides de cráneos humanos, dice Thesiger, que se conoce que nos les tiene cariño).

Y asimismo es probable que ahora mismo o dentro de 50 años ya no quede ningun mudhif y no sólo porque el petróleo hiciera emigrar a miles de maadans a la periferia de las ciudades a lo largo de la segunda mitad del sXX sino también porque Sadam Hussein intentó secar esas marismas para castigar a sus habitantes por haber albergado a los desertores de su calamitosa guerra contra los ayatolás iraniés.

Y también porque las condiciones socioculturales (¡uy!) que durante siglos hicieron que se levantaran esas construcciones se han evaporado. Todo se evapora, claro. Hasta ayer yo no sabía que existían los maadans, de modo que hoy no voy a llorar su desaparición, o no mucho, sino más bien consignar un par de curiosidades que estos llevaban consigo.

Porque los árabes de las marismas pescan a los barbos drogándolos con semillas de estramonio. Y nadie dice que tras comerse esos peces drogados no sintiesen ellos mismos los efectos  del chamico. Y dan a sus hijos nombres ridículos —Rata, Cacas— para protegerlos del mal de ojo. Y mean en cuclillas. Y juegan al corre el anillo. Y sazonan la comida con el sudor del que lleva la olla. Y sus jefes pueden ser autoritarios y arbitrarios pero obedecen al deber de hospitalidad acogen y dan de comer a los visitantes y el jefe tribal come el último de todos.

No sé si estas cosas hay que ponerlas en pasado, porque existían cuando Thesiger escribió su libro y ya no existen, pero las pongo en presente que es el tiempo del relato y tal vez porque me gustaría que aún existieran y también porque el presente es perpetuo.

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