El niño que quería ser maquinista de tren
PARA conocerse a sí mismo, como mandaba Sócrates, para reconocer a los demás, también, y a los lugares donde la vida transcurre, no hay mejor camino que la escritura.
Llevado a contar su vida, Jorge Bravo escoge contar su infancia o, al menos, comienza por ella. De cuando era un diminuto pirata en la comparsa que consagraba soberana de la primavera a Rita primera, en los años del kindergarten, hasta el sexto de primaria, la época de las peleas a combos, los papes en la nariz y los cototos en las cejas. Entre uno y otro momento, las carreras en triciclo, los sabañones en las manos, la amistad infantil, las raras costumbres de los adultos, la certeza de la muerte.
Su vida transcurre en Peumo, un pueblo del valle central de Chile, durante los años sesenta. Un pueblo con su escuela, su farmacia, su ferretería, su imprenta y su procesión, conectado con el mítico sur de Chile por unos más que míticos trenes y unido por banales autobuses con el cercano pero remoto Santiago de Chile. Un pueblo de provincia, el lugar propicio para que un niño se entere de lo que hay para enterarse.
Jorge Bravo lo cuenta con naturalidad, sin cargar las tintas, y dejando aparecer el humor que acarrean las situaciones: Es el tiempo de los nísperos en el árbol que se encuentra pegado a la acequia que cruza la quinta. Llegan a bañarse la María Estela y la Liliana, el Tico insiste en que nos mostremos lo que nos tapan los calzoncillos y los calzones.
Los Peumas de Andrés comienza con unos textos con forma de poemas que se acomodan pronto a la forma de unos párrafos numerados, en los que unas cuantas frases se encargan de evocar una situación. Como la descripción de un día en la radio de entonces, esa caja del lenguaje: de las matinales Confidencias de un espejo hasta la nocturna e inquietante Tercera oreja.
El profesor de Peumo registra en una grabadora de cinta las respuestas a la consabida pregunta: ¿Qué quieres ser cuando grande? El niño responde: maquinista de tren. La cinta se perdió, sin duda. El tren ya no llega a Peumo. Jorge Bravo sí.