El zancudo sigue ahí
Enciende la luz e intenta localizarlo. Se trata de un zancudo pequeño,
extraordinariamente móvil, al punto que parece contar con la facultad de
aparecer y desaparecer a su antojo. No hay manera de acabar con sus días.
También es verdad que él no está completamente despierto, lo que no quiere
decir que esté soñando.
Cuando escribió esto que precede, hace tres meses, estaba en el trópico y era verano y ahora está en los Países bajos y es pleno otoño. Pero el zancudo sigue ahí.
Lo escucha zumbar, siente casi la inminencia de su picadura. El mejor ataque es la defensa, piensa, y se cubre con la sábana.
Será un zancudo que se embarcó en un avión de línea recién llegado de África, sobrevió al insecticida que expanden las rubias azafatas, desembarcó en Schiphol, o en Zaventem, o en Charles de Gaule y recorrió la distancia del aeropuerto a su casa en menos de lo que canta un gallo.
También cabe la posibilidad (todo cabe) que éste ya sea un zancudo vernáculo, una criatura del cambio climático. Se sabe que los trópicos avanzan a gran velocidad hacia los polos mientras estos últimos se derriten en cámara lenta. Y este apocalipsis premeditado adopta la menuda forma de un zancudo.