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Camino de Santiago
2 janvier 2007

Secreto a bordo

The Secret Sharer, Joseph Conrad, Gallimard, 2005

¿DÓNDE RADICA EL suspenso en las narraciones de Conrad, en este Compañero secreto en particular? Más allá de saber si el marino escondido por el capitán del velero será descubierto por la tripulación, más acá de temer que la maniobra azarosa que el capitán del barco exige de sus hombres no tenga éxito y el barco acabe encallado y con él las esperanzas del protegido de huir y hacer tierra. El suspenso pasa de una a otra circunstancia y no decae.

¿Y dónde radica lo que se da en llamar, convencionalmente, la intriga psicológica en este relato? ¿Por qué un joven capitán de navío inglés arriesga su posición recientemente adquirida para proteger al segundo oficial de un velero similar al suyo,  quien se dio a la fuga tras haber asesinado a un tripulante? ¿Qué empuja al capitán a ese extremo? Algo que va más allá de la mera identificación mimética, una exigencia que le lleva lejos en la osadía. ¿Qué es? ¿Descubrir quién es, hasta qué punto es diferente de sus oficiales, diferente aun de sí mismo?

No llega a conocerse en este relato el nombre del barco del capitán osado, como sí se conoce el nombre del barco del que huye, el Sephora, y en la literatura en torno a la obra de Conrad se conoce el nombre del barco que inspiró la anécdota, el famoso Cutty Sark. De la misma manera que se conoce el nombre del compañero secreto (Leggat) y del capitán del Sephora, aquél que persigue al marino fugado (Archbold), pero no el nombre del capitán que narra la acción. ¿Es esta una pista que apunta en alguna dirección? Lo secreto (lo sin nombre) está del lado el propio capitán, quien lo descubre mientras lo vive.

Lo cierto es que Conrad no sólo enhebra anécdota, suspenso, sicología. Además, consigue describir con maestría la superficie del agua, los gestos de los marineros, la sensación de proximidad, de distancia, de soledad, de riesgo. Y las ridículas patillas del segundo de a bordo, a juego con el lenguaje del personaje.

El velero, como el relato, podría llamarse El club de Tobi (no se admiten chicas). Este detalle complacía grandemente a Conrad. Saberlo neurótico («su carácter fue siempre un enigma para quienes lo rodearon», escribe Javier Marías) y descubrirlo misógino, ¿le quita una onza de genio?

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