Festival de cortos
Hace unas semanas actué en un cortometraje, donde hice el papel de un malo muy malo pero discreto. Hace unos días asistí al estreno del corto en cuestión, en el marco de un festival de cortos.
El de los cortos me parece un género muy cómodo. En cuanto empieza uno a aburrirse, el corto termina y todos contentos. Aplausos.
Estos cortos que veo tienen todos una estructura similar: el planteamiento de una dificultad y su resolución inesperada. En general, todos tratan de la comunicación. O de la falta de comunicación. O algo así.
También, de la frontera difusa y permeable entre ficción y realidad. O, más bien, de la ficción que está siempre yendo y viniendo por los mil y un canales de la programación actual.
Son historias que se dan entre madres e hijos, entre novios, entre amigos, entre pacientes y sicológos.
El corto ganador cuenta de un hijo crecido que aún vive con su madre. Busca trabajo. Y novia. Así concurre a un bar donde se ha dado cita con varias novias eventuales a través de internet. Todos los contactos son insatisfactorios hasta que aparece la última candidata, que es su propia madre. La madre no lo ve, por un defecto óptico aguzado por la coquetería de no llevar anteojos. La madre está encantada de tener a alguien a quien hablar. Perplejo, el hijo se entera de que su madre está sola. El corto termina con una reconciliación vía el teléfono móvil. Es obvio el edipismo de la situación, a la que no le falta ni siquiera la ceguera.
En fin, me extiendo y aún no digo nada del filme en el que soy un malo discreto. Continuará...