Sofía Filos
El primer pasmo le sobrevino pensando en la eternidad. Por los siglos de los siglos, había dicho el cura. Anda, siéntate y entiéndelo. En el pasillo de la casa colgaba un plato decorado con esta leyenda: 'De lo que se piensa, se dice o se hace. 1. ¿Es la verdad? 2. ¿Es equitativo para todos los interesados? 3. ¿Creará nuevas amistades y mejores relaciones?'. Luego vinieron las letras de las canciones. 'Es mi vida, qué puedo hacer si ella me eligió', cantaba Adamo. El único curso de filosofía escolar lo dictaba un joven de color cerúleo y barbita de chivo, a quien los alumnos llamaban precisamente El Chivo. No quedó de su charabia ni una palabra junto con otra. El primer curso de filosofía universitario lo daba un hombrón increpador, probablemente un informante de la policía, cuya ignorancia lo alentaba a llamar a Kirkegaard 'ese monumento al moco'. El segundo profesor era un hombre discreto. Pueden leer a uno de estos seis autores, les dijo. El escogió a Freud. Cuando iba a visitar a sus padres, solía escribir con el dedo en el espejo del ascensor 'Freud'. Así, hasta que alguien completó el grafito digital añadiendo 'Segismundo'. Se enamoraron, se casaron, se multiplicaron. Nunca más leyó libros de filosofía. Hasta ahora, en que se pregunta si todavía estará a tiempo.