Como cantaba Ringo Starr
Hay que ser muy pasmado para seguir hablando del pulpo Paul un mes después de terminado el Mundial. Pero cada cual sigue su camino y el mío es empedrado. Así es como me propongo profundizar en el asunto.
Théodore Monod decía que, tras la explosión atómica, el candidato mejor calificado para sobrevivir y enseñorearse por el chamuscado mundo es el pulpo. Tiene tres corazones, ocho brazos y nueve cerebros, y vive en las profundidades abisales.
Se cuenta también que Ringo Starr compuso su famoso Octopus Garden en Cerdeña, una vez que ordenó su consabido fish and chips y le trajeron pulpo. Lo probó de mala gana y acabó gustándole. Luego, el capitán del barco le contó una historia según la cual en los fondos marinos los pulpos recogen piedras preciosas para construir su jardín. Con eso y tres acordes, Ringo hizo su contribución a la historia de la música submarina.
Pues bien, que los pulpos son inteligentes ya lo sabíamos. Los científicos son más proclives a trabajar con monos, conejos y ratas, pero quienes lo han hecho con pulpos ya han dado su veredicto: los pulpos son inteligentes porque aprenden rápido.
Y no han ido más lejos hasta ahora por una triste condicionante biológica. Hacia los tres años de vida los pulpos se aparean y reproducen. La madre pone sus huevos en una grieta y los cuida hasta que se abren. Durante ese periodo no come ni duerme, de tal forma que en cuanto los pulpillos se echan a nadar la madre muere de agotamiento.
No hay así posibilidad de socialización, de transmisión del acervo de la especie. Los pulpos comienzan una y otra vez la historia desde cero. O sea, se dejan atrapar por redes y arpones y acaban en el plato de Ringo Starr.
Si las madres pulpo pudiesen enseñar a su descendencia lo que ellas han aprendido, el jardín del pulpo sería más grande y más prolífico. Y tendría, como todos los jardines, un enano a su cuidado, un enano que cantaría al piano esta bonita canción:
Oh what joy for every girl and boy
Knowing they're happy and they're safe.