Pobre país rico
Bélgica permanece empantanada bajo uno de esos cielos tan grises que hay que perdonárselos, como canta Brel. Apesta el charco en el que chapotean los negociadores desde que, en junio de 2010, los nacionalistas flamencos de la NVA ganaron ampliamente las elecciones, porque los dos principales partidos flamencos, mayoritarios en estos Países Bajos del Sur, no parecen tener mayor interés en formar Gobierno.
La NVA, porque a partir del momento mismo en que entre a formar parte de un Gobierno comenzará impajaritablemente a perder partidarios y porque el actual bloqueo se acomoda a su proyecto separatista. Los democratacristianos, porque quieren recuperar electores por esa misma vía y porque, a falta de nuevo Gobierno, son ellos quienes encabezan el actual Gobierno interino.
Estas condiciones llevaron a cerca de 5o mil personas a salir a la calle el domingo pasado a pedir... Gobierno, la expresión de una suerte de grado cero de la revindicación política. La respuesta del nacionalismo flamenco: Tras reclamar todo para ellos, para no moverse de donde están exigen ahora sólo una parte, pero hasta el fondo. Reducen la zona atingida por el tajo requerido pero lo profundizan. Less is more, que le llaman.
Esta es la cara de Bélgica que cruza la frontera y aparece en los medios extranjeros. Los medios locales componen, como es natural, una imagen más compleja, más completa, del lugar. Así dos informes recientes avisan que el porcentaje del territorio edificado (habitaciones, industrias, autopistas) alcanza ya un cuarto de la superficie total de Flandes, un quinto del conjunto del país. Véase o imáginese desde el aire: de cada cuatro metros cuadrados, uno es enteramente de cemento.
Y, hablando en metálico, cada uno de los habitantes de ese espacio tan construido dispone de un ahorro medio de 84 mil euros en cuentas de ahorro, acciones, obligaciones, seguros. Una familia de seis personas alcanza así el medio millón de euros en activos. Una cifra redonda en un medio tan cuadriculado.
Como las cifras admiten cualquier interpretación, se puede incluso intentar explicar con ellas, en parte al menos, la naturaleza de la manifestacion dominical descrita supra.
Mientras tanto y para entretenerse, la gente juega a darse miedo con la separación del país, sabiendo, como saben, que Bélgica existirá mientras estén intentando deshacerla. La separación comienza naturalmente con su representación corregida y aumentada. Este mapa, por ejemplo, lo diseñaron unos antuerpienses que convierten a su ciudad (Amberes tiene la culpa) en la capital de Flandes. Al centro, la región de Bruselas y aledaños se convierte en un gigantesco aparcamiento donde dejar el todoterreno antes de internarse en Plopsaland, antiguamente Valonia.