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Camino de Santiago
14 novembre 2011

El camino

He estado mirando unas imágenes. No las he buscado, pero tampoco he podido dejar de mirarlas. Son imágenes de una piscina. Las he visto hasta la náusea. Cuando no puedo más con ellas, me levanto y salgo a caminar. Me detengo frente a una farmacia y entro a comprar tapones para los oídos. Los más eficaces. Me los pongo. Camino hasta dejar atrás la ciudad y dar con un camino de las afueras, buscando primero el río y luego  el bosque. No se ve ni un alma. Siento en sordina el ruido de mis pasos y el rumor de la ciudad que va quedando atrás. El camino es un trazado perfecto, no tengo más que seguirlo. Arriba, el cielo está despejado, el sol va bajando, las copas de los árboles se mueven con el aire. Hace calor pero a esta hora y con la brisa es un calor soportable. Me entran ganas de orinar y me acerco a un árbol, a un fresno. Cuando acabo, en lugar de sacudirme, me dejo la bragueta abierta y sigo andando. Me siento bien. Voy a gusto. El sol, la sombra, la brisa, todo está bien. Se trata de una sensación que he conocido en algún sueño, pero esta vez es real. Siento unos pasos detrás de mí pero no quiero cubrirme. Es un hombre que corre, que se entrena, lo veo pasar por mi lado sin detenerse. Sigo andando así, al descubierto, con los ojos puestos en las copas de los árboles. A lo lejos veo un puente de autopista bajo el cual mi camino pasa. No me aparto, decido continuar tal como voy, contento con mi manera de andar. No quiero romper esta sensación nueva. Por la autopista, se siente el paso de los coches. Bajo el puente, se ven rastros de un fuego hecho por alguien para calentar comida. Sigo avanzando, el camino pasa junto a unos matorrales y luego por un prado donde el río forma un remanso. Me acerco hasta el borde y me veo reflejado en el agua. Me gusta lo que veo, el reflejo confirma lo que estoy sintiendo. Siento el avance de una bicicleta por la espalda. Sigo andando, no me cubro. La bicicleta pasa, el ciclista no se vuelve. La ausencia de ruidos aumenta mi sentimiento. A lo lejos se ven venir dos personas, esta vez de frente. Tampoco esta vez me cubro. Son dos hombres, parecen venir hablando entre ellos. Cuando están a mi altura, uno de ellos me fija con la mirada. Pero no se detienen. Más adelante siento otra bicicleta por detrás. Me parece que el ciclista me saluda sin detenerse y yo respondo a su saludo. Sigo mirando la copa de los árboles, las formas de las nubes, los bichos, los reflejos sobre el agua en movimiento. A los lejos veo avanzar dos bicicletas. Esta vez se trata de una pareja. Pasan sin detenerse pero unos pocos metros después la bicicleta del hombre da un frenazo y una media vuelta, el tipo pone pie en el suelo y se planta frente a mí y me insulta. Con una mano sostiene la bicicleta y con la otra me da un golpe a la altura del hombro. Trastabillo pero sigo caminando. El golpe me perturba y sin embargo me es indiferente. El golpe y los insultos quedan atrás. Me duele el hombro pero sigo andando sin cubrirme. No me demoro nada en sentirme contento otra vez y camino así varios kilómetros. Pasan dos bicicletas en ambas direcciones, sin que nadie se detenga ni me insulte. El camino cruza ahora una zona poblada, se ve la parte posterior de algunas casas, las ventanas entornadas, los árboles frutales de los huertos. Ladran los perros. A lo lejos, en un cruce de caminos, parece haber un vehículo. Tampoco me cubro cuando veo que se trata de un coche de la policía. Dos policías me apuntan con un arma, me sacuden por el hombro adolorido, me obligan a abotonarme y me hacen subir al coche. Me parece que me llaman asqueroso.

P

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