La llamada
Ahora mismo se reúnen en Santiago quienes eran mis compañeros cuando fuimos colegiales. No he podido estar con ellos, pero he seguido los preparativos a través del correo. Habrá misa, oficiada por el que se hizo cura, aperitivo, cena y bajativos en el casino del colegio.
No han sido las redes sociales las que han reunido al grupo de veteranos sino la voluntad de celebrar la fecha y el recurso al correo electrónico. A través del intercambio de mensajes, me he enterado de un par de fragmentos de la vida de unos y otros. B tenía un hermano, también llamado B, que acaba de morir. B está muy triste, naturalmente, y además está en la bancarrota, que es otra forma de tristeza. Como dice el sambista, tristeza é uma coisa sem graça mais sempre fez parte da canção.
Años atrás, por estas mismas fechas, hubo una celebración equivalente. A la hora de los bajativos, a los presentes les dio por recordar a los ausentes y decidieron hacer uso del teléfono. Sería la medianoche en Santiago, las cinco de la madrugada en mi casa. Cuando el teléfono suena a esas horas, el soñoliento no puede impedirse imaginar tragedias. Me tranquilizó, por lo tanto, escuchar esas achispadas voces remotas. Por suerte, después de hablarme durante una media hora tenían todavía que llamar al negro U, que vive en Australia, así que me dejaron solo frente a la ventana viendo el amanecer.
Ese sábado fui el primer cliente de la panadería. Compré magdalenas.