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Camino de Santiago
4 mars 2012

Nadie quiere asaltar el Kremlin

No se me ha perdido nada en Moscú y desde que escuché cantar a Gilbert Becaud se me fueron las ganas de asaltar el Kremlin. Pero ahí está Putin y hoy toca que lo reelijan, y en su mano está aparentemente la suerte de los sirios. Decidí entonces ir el viernes a la Feria del libro de Bruselas a escuchar a Emmanuel Carrère. A ver qué decía sobre Rusia. Carrère es un rusista de toda la vida y su último libro, Limonov, trata también de eso.

William Burton, de Le Soir, lo entrevista. Bien. Carrère dice en síntesis esto: En Rusia ya hubo una revolución y nadie tiene ganas de recomenzar. La exigencia actual es el respeto de las formas. El juego de las sillas entre Putin y Medvedev (a quienes los rusos llaman Dolce & Gabbana) fue percibido incluso en la Rusia profunda como insultante. Las elecciones parlamentarias de 2011 fueron seguidas atentamente por la población y las pruebas gráficas de los fraudes evidentes circularon por la Red, de manera que las manifestaciones tomaron cuerpo. Antes del otoño 2011, en una manifestación en Moscú había más policías que manifestantes y éstos eran reprimidos a lo bestia sin mayores consecuencias. Ahora, en cambio, los manifestantes han pasado a ser muchísimo más numerosos que la policía y el poder ha decidido contener en parte la represión, al menos en esta víspera electoral.

Así es como manifestar se ha convertido en un deporte muy practicado en Moscú, pero a fines de año pasado llegaron las sagradas vacaciones y todo el mundo se fue a la playa. Porque nadie quiere asaltar el Kremlin. Salvo el camarada Limonov. Lo cierto es que tal como el famoso bloguero Navalny parece ser el Cohn-Bendit moscovita, las manifestaciones anti Putin tiene un aire de mayo del 68. Esta generación de rusos que tiene hoy menos de cuarenta años, estas clases medias emergentes que se manifiestan, van a tomar el control del país en las próximas décadas, tal como ocurrió después del mayo francés. 

P

Habla mucho y bien sobre Rusia Carrère. Sobre Francia, en cambio, no quiere casi hablar. Soy un periodista de reportajes, no un editorialista, se defiende. Y es verdad que la política francesa, la elección presidencial, particularmente, es el coto de caza del editorialismo. Se le siente escéptico, sin embargo, frente a Hollande, no ve por dónde pueda llegar a hacer lo que promete. A un tiempo quiere que ser elegido, dice, y debe de cundirle el pánico ante la idea de serlo. Expone, de paso, la idea de Emmanuel Todd sobre la posibilidad de hacer desaparecer de un plumazo la famosa deuda de los Estados europeos, como se hizo después de la Guerra, siendo que ahora el resultado es mucho menos calamitoso. Todo el mundo se equivocó y ya está. Borrón y cuenta nueva. Cuenta de su estadía en Davos durante este invierno. Mientras más desconectadas de la realidad, más optimistas son las élites: leur trip est très new age, concluye.

En la semana, Sarkozy había mencionado a Carrère en una entrevista radial. Para criticar la medida propuesta por Hollande de aumentar la imposición a los ricos, Sarkozy puso como ejemplo los casos de Carrère y de Jean Dujardin, el actor de The Artist, quienes, habiendo ganado más de un millón de euros, se sentirán tentados de exiliarse fiscalmente. Carrère replica que Sarkozy exagera sobre sus ingresos (con Limonov ganó en 2011 el premio Renaudot, lo que significa excelentes ventas), y que, en cualquier caso, le parece normal pagar más impuestos si se gana más dinero.

Más allá, en el stand de Gallimard se alinean sus libros. Antes de leer el Limonov me voy a leer Una novela rusa, que, por cierto, y ahí estará la gracia, no es una novela pero sí será rusa. Compro la edición de bolsillo, eso sí, no quiero ni por asomo aumentar abusivamente su carga impositiva bajo el próximo reino socialdemócrata.

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Sobre la Rusia eterna, me ca(b)e también una lágrima.

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