Dos titanes
Conocía la historia de Prometeo, el titán que quiso hacerse con el fuego y pagó su osadía con una condena atroz. No sabía —o lo supe alguna vez y lo olvidé— que ese suceso es parte de un relato mayor. Lo cuenta Platón en uno de sus diálogos, Protágoras y los sofistas.
Como los dioses se aburrían en su mundo ferpecto, decidieron crear a los mortales, a los hombres y a los animales, a ver si les alegraban un poco la vida. Una vez creados los moldes, encargaron a dos titanes hermanos, Prometeo y Epimeteo, terminar el trabajo y dar vida a los modelos. Prometeo, cuyo nombre significa «el que piensa antes», aceptó que su hermano Epimeteo, cuyo nombre significa «el que piensa después», se encargase de repartir los dones. Así hizo hasta que al momento de dotar al ser humano de algún don, tardo como era, Epimeteo se dio cuenta de que ya no quedaban.
Para remediar lo mal obrado por su hermano lerdo, Prometeo robó el fuego y el arte a los dioses y se lo entregó a los hombres. Zeus lo castigó atándolo en lo alto del monte Cáucaso, donde día tras día un águila le devora el hígado. Por las noches, el hígado se reconstituye, de manera que la condena sea eterna.
Los mitos suelen dar de sí a la hora de traerlos al presente. Tal vez para eso estén. Nuestra época ha acuñado un palabro para señalar la máxima de las virtudes, el don supremo: la proactividad. El hombre de hoy ha de anticipar los acontecimientos para tener el control de las situaciones: programar, actuar y evaluar para volver a programar, actuar y evaluar y así sucesivamente, en un bucle recurrente y espiralado hacia la cima. Cima donde está encadenado Prometeo, con el hígado hecho polvo. Porque Prometeo, no hace falta decirlo, es proactivo, tanto como su hermano Epimeteo es reactivo: la realidad va por delante de él y él va detrás, intentando acomodarse como puede.
La paradoja es que el relato mítico invierte los papeles y pone al reactivo Epimeteo manos a la obra, mientras que al proactivo Prometeo lo condena a reaccionar. Por mor de la fraternidad, probablemente, o de la mera contigüidad. Porque el individualismo más radical se topa a menudo con los lazos de sangre y con la mera limitación del espacio: si tu hermano decide volarse los sesos, o tu vecino, allá él; mientras no te salpique, claro (y sobre este detalle tratará la próxima entrega de este blog).
Piero di Cosimo, Prometeo plasma l'uomo, 1515 - 1520