Una casa en Lisboa
A la economía la mueve la mímesis. A Madonna se le ocurre comprarse una casa en Lisboa y todo el mundo quiere comprarse una casa en Lisboa. O cuando menos ir a darse una vuelta por Lisboa para imaginarse comprando una casa en Lisboa, como hizo mi tío hace unos días.
Así que ya para salir del aeropuerto no cabíamos por la puerta.
Merecida la atención que le prestan a Lisboa madonnas y compradores, eso sí, muy merecida. Nápoles por suizos habitada, dijo el poeta, esa mezcla está muy bien conseguida. Y esa impresión de estar pisando el borde de algo e intuir que al otro lado también hay algo.
Es comprensible también el aumento del interés por Lisboa teniendo cuenta la turismofobia rampante en Barcelona, al otro extremo de la península.
En fin, que volví a caminar por un par de lugares entrañables. Y a comer bacalao cuantas veces pude. En un restorán normalito, en un restorán de un centro comercial (de ésos donde llega la gente en un Seat Ibiza con una pegatina que dice «Espero no conocerte por accidente», según Lobo Antunes) y también en un buen restorán, digamos que en El Rey del bacalao, donde me tomé unos petiscos de bacalhau de aperitivo y luego unas pataniscas de bacalhau de postre, todo regado por agua de la sierra y vino de los llanos.
Volví a Bélgica y al día siguiente se desataron en Portugal unos mortíferos incendios. Me ha pasado más de una vez irme de los lugares la víspera de una calamidad. No sé cómo se llama eso pero espero que dure.
Penélope en su isla madrileña
Justo antes de leer el desenlace de Berta Isla, cerré el libro y me dije que Marías podría haberse atrevido a terminarlo en ese punto, dejando a la protagonista sumida en la indefinición y la melancolía de la espera en su isla madrileña, como buena Penélope que es.
Cuando leí por fin el desenlace tuve que admitir que éste está bien llevado y que la novela, impecable hasta ese momento, se gana también el derecho de atar los últimos cabos y de cerrarse sobre ella misma.
Impecable conjunto, ya digo. Pero no hay que hacerme mucho caso, para mí la mejor novela de Marías suele ser, mientras la leo, la última. Con todo, he dejado pasar unos días antes de escribir esto, a ver si pasada la emoción asomaba la decepción. Y no.
Como otras veces, las abundantes citas que apoyan la historia no las malgasta Marías en epígrafes sino que las integra con bien en la propia narración. Como otras veces, también, en esta historia he vuelto a ver la vieja renuencia de los personajes masculinos de las novelas de Marías a asumir la paternidad, las vueltas que se obligan a dar para convertirse en padres.
El pan
El 1-O en un pueblo de la Alpujarra.
Al día siguiente por la mañana, a la hora en que pasa el panadero y los vecinos se reúnen en la placica a esperarlo, asoma una vecina escocesa y emite unas cuantas reflexiones en plan Bjork.
Los vecinos le responden copiosamente. Sin agresividad pero con contundencia.
La escocesa se refiere a una idea que ella se hace del mundo. Los alpujarreños, no. Hablan del lugar al que fueron a trabajar sus hijos y donde han nacido sus nietos.
Me despido de ellos, uno a uno. Y el pan me sabe a gloria.