Las novelas del verano
Ahora que se acaba el verano se pueden sacar alegres cuentas. En materia de novelas, cero escrita, tres leídas. Una por mes, diez páginas por día. Julio fue el mes de Mauricio o las eleccciones primarias, de Eduardo Mendoza. Agosto, de Abril rojo, de Santiago Roncagliolo. Y este septiembre ha sido el turno de Las travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.
Mauricio presenta a tres jóvenes en la Barcelona de los años ochenta, aquélla de la transición democrática. Estos personajes, Mauricio, odontólogo, Clotilde, abogado y La Porritos, cantante de protesta, se asoman a una vida de adultos que hubiesen querido fuese de otra manera, pero que acaba por ser la que la novela describe. La realidad histórica , o la fuerza de las cosas, hacen de las suyas. El trabajo (los negocios) y el sida hacen el resto. El epílogo es una pieza maestra de un arte que Mendoza maneja a la perfección, la ironía.
Abril rojo, Premio Alfaguara 2006, por su parte, presenta el regreso, a su Ayacucho natal, de Félix Chacaltana Saldívar, fiscal distrital adjunto, ciudad andina en la que éste se ve cogido en tenazas entre el terrorismo de Estado y el terrorismo de Sendero Luminoso, o lo que queda de ambos, que, en la Semana santa del año 2000, está entre brasa y ceniza , pero aún quema. El relato se resiente un poco de una voluntad demasiado marcada por hacer de la novela un thriller y dejar al lector sin aliento. No había para qué, un ritmo ayacuchano bastaba para apunarnos.
Las travesuras de la niña mala es un relato espléndido. Un niño bueno, limeño, miraflorino para más señas, una niña mala, o más bien una niña fresca, arribista, que no se detiene ante nada para huir de la miseria material y consigue entrar de plano en la miseria moral, de la mano de un malo-malo, un japonés que no se llama Fujimori pero se llama Fukuda. Vargas Llosa escribe una consistente historia a partir de este esquema escolar : un niño bueno se enamora de una niña mala a quien un malo-malo acaba por comerse. Con ese predicamento, el relato se pasea por la sustanciosa médula de la segunda mitad del siglo veinte, y el lector sale de él contento de ver al protagonista sobrevivir a la aventura y, a la vez, triste de ver que no ha conseguido doblarle la mano a la fortuna. ¿Qué más se puede pedir a una novela?
Las tres deben de estar entre las novelas más leídas del verano. Las dos últimas, incluso, las regala el diario El País a quien contrate una suscripción por un año, bajo el rótulo de Novelas del verano. Soy, por lo visto, un veraneante promedio. Que venga el otoño y traiga otras.