Dos días en Amsterdam
Las noticias son amenazadoras y los lectores somos impresionables. Por fortuna, Sarkozy endereza cualquier entuerto con su tarjeta Visa.
Dos días caminando por Amsterdam, intentando no prestar atención a las noticias. A la entrada de la ciudad, impresiona el baile de las autopistas con los edificios metálicos, paleto que es uno. En la ciudad, por las calles que bordean y cruzan los canales, asombra el ballet incesante de las bicicletas.
Dos días caminando con zapatos nuevos. Aprietan los viejos pies dentro de los zapatos nuevos. A los viejos zapatos se les había abierto una vía de agua. Cuando yo era niño y mi padre vendía zapatos en la Zapatería La Reina, podía pagársele a alguien para que amansara los zapatos recién comprados.
Tres paradas en la caminata por Amsterdam: la Iglesia nueva, la Sinagoga portuguesa, el Mercado de las flores.
Los protestantes eran gente iconoclasta y la emprendieron contra las imágenes que a los católicos les había llevado siglos imaginar, confeccionar y venerar. Abajo con ellas. La última flecha, la definitiva, para San Sebastián. Muerte para cada una de las once mil vírgenes que acompañaron a Santa Úrsula. La Iglesia nueva (Nieuwe Kerk) fue católica hasta que la reforma protestante se la apropió. Ahora es lugar de exposiciones. Las imágenes están de vuelta. La exposición presente se llama Held (héroe).
La Sinagoga portuguesa fue edificada por los sefardíes, huidos de la península ibérica, en el XVII. Su interior es tan descarnado como el de una iglesia protestante. Tal vez la reforma protestante haya sido una fuga adelante de regreso al judaísmo, a la abstracción y al préstamo con intereses. Lo más próximo a una imagen en la sinagoga son los caracteres y los candelabros. Dios es invisible y su nombre impronunciable. Como el dinero, es inodoro, incoloro e insípido.
El Mercado de las flores permite el reencuentro con las formas, los colores, los olores. Como lo permitirían las imágenes del Rijksmuseum o del Museo Van Gogh, de no ser por esas filas tan largas que se forman a la entrada. Los colores del otoño quedan reflejados en el agua de los canales, en las plantas que trepan por los ladrillos de las casas, en los jardines entrevistos detras de las ventanas, como el Vondel Park se entrevé por los resquicios de las calles.
El Hortus Botanicus queda a la espera. I amsterdam, dice la chaperona.