Siete días en Bélgica
No hay muchos muertos en este cementerio, dice Ese. Estamos en el camposanto que rodea la iglesia del pueblo de F, acreditado como uno de los villorrios más bonitos de Valonia. Ese debe de tener diez años. Nos ha visto desde su casa y se ha acercado a hablarnos. Habla muy bien y es muy listo.
Son viejos muertos, respondo, lo que no quiere decir que todos hayan muerto de viejos.
Me pregunta por mi nombre. Su sonoridad le recuerda el de uno del pueblo, que se llama Robertino. Le digo que Robertino significa Petit Robert, como el famoso diccionario. Le sugiero que, para variar, a Robertino lo llame de vez en cuando Diccionario.
A Ese no se le va una. Sonríe con picardía y dice que lo hará, aunque no cree que Robertino pille la gracia.
En ese momento, asoma una niña algo menor pero igual a Ese. Apuesto a que es tu hermana, le digo.
Así es, admite. Y agrega, resignado: Es de una crueldad...
Cerca de allí una tropa de scouts flamencos toma helados entre las lápidas. Valonia entera está por estas fechas tomada por los scouts flamencos. Los flamencos mandan a sus hijos a pasar el verano en Valonia, al tiempo que votan a la separatista Nueva Alianza Flamenca, NVA. Tal vez no sea contradictorio. En lo sucesivo, enviarán por el mismo precio a sus hijos a pasar el verano en el extranjero. Es la mundialización, que la llaman.