Ô, ma patrie
Ô, ma patrie ! que tu es encore barbare ! exclama el joven Julien Sorel en su celda de condenado. Le importa menos morir que saber que hay un cura dando voces frente a la puerta de la prisión exigiendo que lo dejen entrar a confesar al prisionero.
Lo peor, piensa Sorel, es que repite mi nombre una y otra vez.
Quisera ser un personaje discreto el joven Sorel. «Espero que en dos semanas todos me hayan olvidado», se dice camino del cadalso. Y de eso nada, al contrario, su figura se convertirá en el emblema novelesco de su tiempo.
Pero a lo que iba es a la expresión que suelta Sorel en ese trance. Quién no se la dice a veces frente a lo que nos toca vivir. Qué más quisiera uno que vivir en una patria pacificada y civilizada que nos libre de toda vergüenza bárbara.
Pero claro, luego están los que medran con esas vergüenzas. Esos hijos de puta.