La muchacha
Leyendo La Obra, de Zola. Llegué a ella, cómo no, por el morbo consabido: Zola y Cézanne eran amigos entrañables hasta que un mal día Zola publica esta Obra, donde pinta a Cézanne como un pintor fracasado.
Llegué al libro por eso, como digo, pero lo leo como se lee una novela. Me salto el prólogo y las notas de pie de página, o sea. Y tengo que decir que el primer capítulo funciona. A la buhardilla de un pintor más o menos misántropo llega de la provincia una muchacha perdida. El pintor la acoge, seca su ropa empapada de lluvia, le cede su cama —a la que tiene el buen cuidado de poner sábanas limpias, y él mismo duerme en un incómodo diván.
No me acuerdo ahora de cómo llama el mester de juglaría el trance de dormir junto a un cuerpo deseado y ser capaz de retener el impulso de ir hacia él para no perturbarlo.
Pues eso hace nuestro pintor cabe la muchacha, la escucha dormir y se duerme. Y a la mañana siguiente, mientras la mira dormir aún, la dibuja con fruición y luego, cuando ella despierta, la ve alejarse, sin más.
La manera de narrar de Zola es propiamente naturalista y no obstante lo que cuenta parece el argumento de un sueño o de una de esas ensoñaciones de las que se valen los solitarios para dejarse ir al sueño. ¿Y si llegara ahora a mi covacha una muchacha? Cualquier explicación para esa circunstancia resulta tirada de los pelos, y sin embargo se maravilla uno de lo inverosímil que puede ser a veces la realidad.
Óleo de Cezanne