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Camino de Santiago
emmanuel carrere
4 mai 2015

Escriba lo que se le pase por la cabeza

Leo Limonov en español. El relato fluye como se debe. Me acuerdo de una entrevista a Carrère donde cuenta que sigue el consejo de Ludwig Börne: 

«For three successive days, force yourself to write, without denaturalizing or hypocrisy, everything that crosses your mind. Write what you think of yourself, your wives, Goethe, the Turkish war, the Last Judgment, your superiors, and you will be stupefied to see how many new thoughts have poured forth. That is what constitutes the art of becoming an original writer in three days.

I continue to find this excellent advice. Today still, when I’m not working on anything, I’ll take a notebook, and for a few hours a day I’ll just write whatever comes, about my life, my wife, the elections, trying not to censor myself. That’s the real problem obviously—“without denaturalizing or hypocrisy.” Without being afraid of what is shameful or what you consider uninteresting, not worthy of being written. It’s the same principle behind psychoanalysis. It’s just as hard to do and just as worth it, in my opinion. Everything you think is worth writing. Not necessarily worth keeping, but worth writing. And fundamentally, that’s what a large part of literature attempts to do—reproduce the flow of thought. Well at least the literature I love the most—Montaigne, Sterne, Diderot...».

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La socialdemocracia, dice Owen Jones, «asumió los presupuestos del thatcherismo, igual que los Gobiernos conservadores de los años cincuenta aceptaron los del laborismo de posguerra». Si la historia es esa trenza bien trenzada, es el turno de los conservadores de plegarse a algunas iniciativas socialdemócratas. No sé por qué tardan tanto.

Tiene un buen repertorio de formulaciones, Jones: La gente pobre trabaja, dice también. Se levanta por la mañana para ganarse su pobreza.

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24 avril 2015

La estepa

No se me ha perdido nada en Rusia. Sin embargo, Rusia me sale en la sopa.

Leo la Sonata a Kreutzer, de Tolstoi, y atravieso con un desdichado al lado la estepa, en carroza, en tren, exaltado y sofocado, sucesivamente.

Leo La Tregua, de Primo Levi. Cuenta su larga estadía en el campo soviético de Katowice, tras la liberación de Auschwitz por el Ejército rojo, la travesía de Polonia, de Ucrania, de Moldavia, a pie, en camión, en tren.

Leo Limonov, de Carrère, y vuelta a lo mismo, vuelta a los trenes a través de la estepa. A pensar en lo insondable del alma humana y en otros detalles menores. Vuelta a la exaltación y al sofoco.

Enciendo la radio y suenan Prokofiev, Shostakovich. No falla. Si suena Tchaikovsky, la apago, eso sí.

La lectura de Levi deja la imagen de los rusos como unos entrañables grandullones, caóticos, vitalistas. Es verdad que haber sido ellos los liberadores cuenta a la hora de hacer recuento. En contraste, los alemanes de entonces resultan antipáticos, por decir lo menos.

Ahora, desde mi ventana puedo ver a cierta distancia la terraza del piso de una familia de rusos. En cuanto la temperatura sube de ocho grados y hay un asomo de sol la familia entera comparece en ropa ligera a hacer la vida fuera. La madre con sus quehaceres, el hombre con su trabajo, los niños saltando sobre una cama elástica. Parecen napolitanos. Se ve que son inmigrantes recientes pero ya hablan francés con los niños, con su áspero acento.

Source: Externe

26 décembre 2014

Mapocho abajo

Diez años sin haber leído D'autres vies que la mienne. En cambio, me entero de que, seis meses después de la ola que barrió Banda Aceh, la tasa de matrimonios en la ciudad se disparó. D'autres vies que la mienne, literalmente.

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Cuando iba al mercado persa en busca de marcos viejos, en Munich, Paul Klee dejaba a su hijo Félix frente a un teatrillo de marionetas. Así, hasta que él mismo fabricó para su hijo un teatro casero y creó los primeros personajes. De las cincuenta marionetas que llegó a modelar Klee, unas cuantas desaparecieron bajo las bombas inglesas en Wurzburg, en el 45. Quedan treinta.

Supe de ellas en Berna este verano y, hoy, 26 de diciembre, doble aniversario de Rodrigo Lira, cómo no recordar las marionetas de Lira -titiritero de por sí-, que conocí en la casa de la calle Hendaya y de las que nunca más tuve noticias. Me pregunto qué habrá sido de ellas, si estarán cubiertas de polvo en algún desván o habrán derivado Mapocho abajo.

K

Paul Klee y Galka Scheyer, 1922

1 décembre 2012

El tratamiento

Tras tantos elogios que he vertido aquí sobre la obra de Carrère, tengo ahora que confesar que se me está haciendo largo acabar Je suis vivant et vous êtes morts. No culpo a Carrère ni al formato del libro. Por culpar a algo o a alguien, culparía al protagonista, el tal Phil Dick, sobre todo al Phil Dick de su paranoia final. Yo suelo leer en la cama e ir a acostarse con un personaje así, como que cansa.

Después de enumerar otra de las innumerables trastadas de Dick, Carrère escribe, casi como disculpándose: nada de lo que cuento desgraciadamente me lo he inventado. La sentencia echa luces sobre su predicamento: lo que cuenta, sus personajes y sus circunstancias, suele ser tan excesivo que el único tratamiento que cabe darle es el apego a los hechos.

Además, si, como dice la presentación del libro, la pregunta recurrente de protagonista es saber si somos reales, mi respuesta es que sí, y a veces incluso demasiado. Como diría Parra, no tengo nada contra Phil Dick, a condición de que no exagere la nota.

P

4 novembre 2012

El contrato

L

Hablábamos de libros con S. y Sámuel cuando me acordé de que tenía un bono de compra por 15 euros en la librería y comprobé que vencía al día siguiente. Así fue como me hice con L'adversaire y Je suis vivant et vous êtes morts, pagué la diferencia (3 euros) y salí súper contento. Este último, Je suis vivant..., está en un formato rarísimo. Tan raro es que no me atrevo a tocarlo. Así que he comenzado por El adversario. Y bien, porque lo que en él se cuenta ocurrió mientras Carrère escribía Je suis vivant..., de manera que la lectura de uno anticipa la del otro.

El Adversario (El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres y luego intentó, en vano, suicidarse...) me ha recordado dos historias que se tocan. La primera ocurre en Santiago de Chile. Un coronel pinochetista, torturador por añadidura, cercado por la justicia, va y se suicida. Merecidísimamente. La cuestión está en cómo lo hace. Se acerca hasta un edificio en construcción en un exclusivo barrio de la ciudad y pide visitar el apartamento piloto en el ático. La estupenda vendedora lo pasea por las magníficas dependencias. El coronel se sienta en los mullidos sillones, apoya la palma de la mano en la amplia cama matrimonial, enciende y apaga luces, corre y descorre cortinas, se encierra un momento en el espacioso baño y luego sale a la gran terraza como si llevase una copa en la mano, respira el aire cordillerano y se lanza al vacío. La vendedora aún no se recupera de la impresión.

La segunda transcurre en la calle donde vivo, en la que, años atrás, un vecino mató a su mujer y a sus hijos, tras haber ultimado a su madre en su casa materna, y en seguida se colgó. Nuestro barrio es reciente. Cuando llegamos, hace catorce años, los vecinos, casi todos padres de familia con hijos pequeños o adolescentes, nos íbamos presentando entre los más inmediatos mientras que con los más distantes nos limitábamos a saludarnos. Este de la matanza era, para mí, de estos últimos. Lo veía pasar a veces con sus hijos pequeños camino de la escuela y poco más. Tras la matanza supe que era un hombre jovial, casi infantil de tan bromista y risueño. No tenía problemas conocidos, ni de trabajo ni de dinero. El hecho de que hubiese comenzado por matar a su madre nos ponía sobre una pista freudiana, por llamarla de alguna manera. El desconcierto que la masacre provocó en el barrio fue mayúsculo, pero lo vivimos como solemos tratar los asuntos vecinales en este civilizado país: disimulando. La civilidad, justamente. La matanza representaba una brutal ruptura de un contrato tácito entre vecinos: ¿No nos íbamos a ayudar los unos a los otros en la diaria tarea de hacer de esta calle un espacio vivible? ¿No éramos iguales?

Mi impulso me llevaba a querer saber más, a tratar de entender y a ponerlo por escrito. Pero intuí entonces que ir por ahí averiguando equivalía a otra forma de ruptura del contrato tácito, que comporta también una cláusula de privacidad. De manera que me limité a escribir una crónica y a publicarla en un diario que no lee nadie al otro extremo del mundo y lo dejé hasta ahí. Hasta hoy, en que la lectura del Adversario me ha traído la historia de vuelta.

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7 avril 2012

Yo, Carrère

C Que Una novela rusa no es una novela ni es tampoco enteramente rusa lo sospeché desde un principio, como decía el otro Roberto Bolaño. En las novelas modernas, en las buenas quiero decir, el protagonista suele ser el autor y los personajes secundarios sus novias y y sus parientes. Estos últimos no siempre quieren salir en la novela, pero así es la vida de los escritores.

El libro cuenta tres historias. La de un joven soldado húngaro, hecho prisionero por los rusos al final de la Guerra, perdido durante medio siglo en un sanatorio de una ciudad remota de la estepa. La segunda es la del abuelo materno del autor, que deja con su familia su Georgia natal tras la revolución bolchevique y se instala en Burdeos, donde colabora con el ejército alemán y es ejecutado por la resistencia. Y la tercera, la historia del propio Carrère contando ambas historias y su apego a la Rusia de su madre y a su lengua, que se le resiste, y su inevitable o evitable historia de amor durante esas idas y venidas y la consiguiente publicación de una nouvelle erótica en Le Monde, y la filmación de una película sobre todo lo anterior.

El libro se lee ávidamente porque Carrère escribe muy bien y consigue dar suspenso a un material que en manos de un escribidor torpón sería de una banalidad aplastante. Es lo que hace de él un autor que vende miles de ejemplares, que no millones, porque millones vende la ficción desatada, a lo Harry Potter. Los escritores que venden miles de ejemplares, como Carrère,  lo que suelen contar es su propia vida valiéndose de las técnicas de la ficción desatada, de manera que sus lectores se divierten mientras se enteran de asuntos interesantes.

Así, un libro sobre la vida de un escritor parisino la gente va y lo compra y lo devora incluso. Damiela Eltit* sostiene que este auge de la literatura del yo sería parte de un programa político antificcional para controlar el desborde de la imaginación y acaso prevenir el desorden. Yo creo que se va por la estepa rusa, porque hay un lazo querido y no necesariamente impuesto entre un autor y sus interesados lectores. Ese lazo, esa avidez por conocer una vida supuestamente trepidante y la gracia de saber contarla, (más aún si reina en ella la famosa trilogía sexo, poder y prestigio), funda en parte la literatura y pasa por ahora también por los libros.

*(en The Clinic 15 de diciembre 2011)

16 mars 2012

Mi tío Teo

Días atrás fue liberado el hombre que llevaba en España más años tras las rejas. Leyendo la noticia me acordé del ratoncillo de John Berger y también de Marcos Ana, de cuando lo entrevisté en una vida anterior. Ana estuvo 22 años preso en las cárceles franquistas, entre los 19 y los 41 años. Entró a la cárcel virgen como cuando vino al mundo y seguía estándolo cuando salió. De manera que en cuanto pudo se fue a buscar a una mujer. Como ésta se negó a cobrarle, Ana corrió a comprarle flores. Almodóvar piensa filmar la historia.

Ahora estoy leyendo Una novela rusa, de Emmanuel Carrère, que se abre con la historia del último prisionero de la Guerra en Rusia, un húngaro olvidado de todos en un pueblo perdido de la estepa. Tras la Guerra, el húngaro, un muchacho entonces, se encontraba en un estado catatónio, de manera que ya nadie le hizo nunca más caso. Andando el tiempo fue saliendo de su letargo pero nunca aprendió a hablar ruso ni reclamó nada, de forma que cuando unos periodistas húngaros dieron con él medio siglo después tuvo su cuarto de hora de fama tras medio siglo de olvido. Volvió a su pueblo, donde, hablando con la gente Carrère llegó a la conclusión de que nuestro húngaro era virgen al momento de partir al frente. Y lo seguía siendo cuando fue liberado, cincuenta años más tarde. El único hecho relevante en su hoja médica durante su cautiverio es que sólo había una mujer en el presidio, la dentista. Y nuestro prisionero, al que sólo le quedaban de bueno los dientes, se presentaba a diario a la puerta del consultorio, a ver si la doctora se los arrancaba.

A los recordadizos todo nos recuerda Amarcord, el zio Teo subido al árbol. La mejor historia del cine. Por lo menos de las que yo me acuerdo.


Zio Teo

4 mars 2012

Nadie quiere asaltar el Kremlin

No se me ha perdido nada en Moscú y desde que escuché cantar a Gilbert Becaud se me fueron las ganas de asaltar el Kremlin. Pero ahí está Putin y hoy toca que lo reelijan, y en su mano está aparentemente la suerte de los sirios. Decidí entonces ir el viernes a la Feria del libro de Bruselas a escuchar a Emmanuel Carrère. A ver qué decía sobre Rusia. Carrère es un rusista de toda la vida y su último libro, Limonov, trata también de eso.

William Burton, de Le Soir, lo entrevista. Bien. Carrère dice en síntesis esto: En Rusia ya hubo una revolución y nadie tiene ganas de recomenzar. La exigencia actual es el respeto de las formas. El juego de las sillas entre Putin y Medvedev (a quienes los rusos llaman Dolce & Gabbana) fue percibido incluso en la Rusia profunda como insultante. Las elecciones parlamentarias de 2011 fueron seguidas atentamente por la población y las pruebas gráficas de los fraudes evidentes circularon por la Red, de manera que las manifestaciones tomaron cuerpo. Antes del otoño 2011, en una manifestación en Moscú había más policías que manifestantes y éstos eran reprimidos a lo bestia sin mayores consecuencias. Ahora, en cambio, los manifestantes han pasado a ser muchísimo más numerosos que la policía y el poder ha decidido contener en parte la represión, al menos en esta víspera electoral.

Así es como manifestar se ha convertido en un deporte muy practicado en Moscú, pero a fines de año pasado llegaron las sagradas vacaciones y todo el mundo se fue a la playa. Porque nadie quiere asaltar el Kremlin. Salvo el camarada Limonov. Lo cierto es que tal como el famoso bloguero Navalny parece ser el Cohn-Bendit moscovita, las manifestaciones anti Putin tiene un aire de mayo del 68. Esta generación de rusos que tiene hoy menos de cuarenta años, estas clases medias emergentes que se manifiestan, van a tomar el control del país en las próximas décadas, tal como ocurrió después del mayo francés. 

P

Habla mucho y bien sobre Rusia Carrère. Sobre Francia, en cambio, no quiere casi hablar. Soy un periodista de reportajes, no un editorialista, se defiende. Y es verdad que la política francesa, la elección presidencial, particularmente, es el coto de caza del editorialismo. Se le siente escéptico, sin embargo, frente a Hollande, no ve por dónde pueda llegar a hacer lo que promete. A un tiempo quiere que ser elegido, dice, y debe de cundirle el pánico ante la idea de serlo. Expone, de paso, la idea de Emmanuel Todd sobre la posibilidad de hacer desaparecer de un plumazo la famosa deuda de los Estados europeos, como se hizo después de la Guerra, siendo que ahora el resultado es mucho menos calamitoso. Todo el mundo se equivocó y ya está. Borrón y cuenta nueva. Cuenta de su estadía en Davos durante este invierno. Mientras más desconectadas de la realidad, más optimistas son las élites: leur trip est très new age, concluye.

En la semana, Sarkozy había mencionado a Carrère en una entrevista radial. Para criticar la medida propuesta por Hollande de aumentar la imposición a los ricos, Sarkozy puso como ejemplo los casos de Carrère y de Jean Dujardin, el actor de The Artist, quienes, habiendo ganado más de un millón de euros, se sentirán tentados de exiliarse fiscalmente. Carrère replica que Sarkozy exagera sobre sus ingresos (con Limonov ganó en 2011 el premio Renaudot, lo que significa excelentes ventas), y que, en cualquier caso, le parece normal pagar más impuestos si se gana más dinero.

Más allá, en el stand de Gallimard se alinean sus libros. Antes de leer el Limonov me voy a leer Una novela rusa, que, por cierto, y ahí estará la gracia, no es una novela pero sí será rusa. Compro la edición de bolsillo, eso sí, no quiero ni por asomo aumentar abusivamente su carga impositiva bajo el próximo reino socialdemócrata.

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Sobre la Rusia eterna, me ca(b)e también una lágrima.

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