Camino de Santiago
Hoy es 25 de julio, Santiago.
Hace mil años la gente peregrinaba hacia el este, hacia Jerusalén y los santos lugares. Los peregrinos seguían la estela abierta por los cruzados. Esos cruzados eran gente de armas tomar. El primero de ellos, Godofredo de Bouillon, nació a dos leguas de aquí, de donde escribo. Una legua es el camino que se anda en una hora, 5,5 km más o menos, según el estado de la cojera.
Los godos, que le disputaban por esos entonces la península ibérica a los sarracenos, tuvieron la idea de de crear un lugar de peregrinación al extremo occidente del continente y equilibrar el mundo de entonces. Así fue como se inventaron una mistificación tremenda. Contaron que los despojos de Santiago Apóstol habían derivado en una barca desde Jerusalén hasta Galicia. Y levantaron una catedral en honor a tal prodigio. La piedra nace del relato. Y al revés.
Así se fue haciendo el Camino y las catedrales que lo jalonan. A muchas de ellas he llegado caminando (después de bajarme del auto). A algunas de ellas, a Vézelay, hecha de pura luz, volvería a diario si pudiera.
A Santiago se puede partir de cualquier punto de Europa, tirando al oeste, siguiendo el Compostela, el campo de estrellas, la Vía láctea. Todos los caminos llevan.
En Bélgica basta con echarse a andar para encontrar el Camino que lleva a Santiago. Algunos trechos están marcados por la concha, otros por dos líneas pintadas de amarillo y azul, a cada legua. El placer es doble caminando por una calzada romana, empedrada, hundida entre los campos, rodeado por una tierra plana y redonda como tonsura de monje, bajo un cielo pintado por los primitivos flamencos (atención a la tautología). Se ve que la tierra se ha ido llenando de polvo de estrellas porque todo lo antiguo ha ido quedando sepultado.
Dónde termina el Camino de Santiago. Parece una pregunta del tipo de la del caballo blanco de Napoleón. Pero hay muchos peregrinos que llegan a Santiago y continúan caminando hasta el Finisterre, donde cuelgan los zapatos.
Una vez creíamos estar en Querétaro, en el centro de México. Casi sin querer llegamos a una hacienda donde los tunos cantaban a Santiago. Venían de Santiago de Chile, del Estero, de Compostela, de Cuba, no sé de dónde más. Así fue como supimos que estábamos en Santiago de Querétaro.
No sé si voy o vuelvo de Santiago, escribió Gonzalo Millán. La única etapa del Camino que hemos hecho propiamente a pie mi hijo y yo fue en el sentido contrario, treinta kilómetros entre Dinant y Namur, siguiendo el Mosa. Se hace en un rato, silbando. Pero duelen los pies. Desde hace años arrastro una cojera de la que intento curarme con medicina para caballos. Cuando veo estrellas, literalmente, cierro los ojos, me veo caminando hacia Santiago y el camino se me hace menos largo.
Camino de Santiago. No soy santiaguino, soy sanvicentano, y los provincianos, como dijo Parra, nunca terminamos de llegar a Santiago. Siempre estamos a medio camino. Viví veinte años en Santiago y desde hace otros veinte vivo lejos de Santiago. Cuando escribí una columna para un diario de Santiago de Chile la llamé Camino de Santiago porque escribirla me acercaba a Santiago, me ponía en camino. Además, soy gallego de ultramar y Santiago siempre ha estado ahí, esperando. El Camino también, a campo traviesa, siguiendo las estrellas.