Los brasileros son gente muy oral y no hablar durante un viaje es imposible para ellos. Van contando la vida, su amor a Dios y a sus iglesias raras, los accidentes que han tenido, los hijos, los sobrinos, los nietos. Cansan un poco. Un señor sentado a mi lado me contó su vida entera, su trabajo en Venezuela, su religión. Y, cuando se bajó y vio que me venía a buscar una pareja de revolucionarios, me miraba asombrado. Se dio cuenta de que había perdido la posibilidad de saber a quién le había contado sus penas y milagros.
Después soñé que me daban un premio por revolucionaria y judía. Tú eras parte del jurado, lo que convertía mi premio en risible y sospechoso. La gente se reía, pifiaba y se retiraba de la sala. Yo me mandaba un discurso sobre el antisemitismo y sobre un único origen de todas las razas, pero el público ya no me hacía caso.
Catedral de Brasilia
Como aquí no ha parado de llover, me voy a la catedral. Parece estar cerca, a unos dos kilómetros apenas desde la torre de televisión, que domina toda la ciudad. Pero termina uno subiendo montículos de barro, corriendo para que no lo atrapen los autos y caminando por el costadito de una autopista donde no anda nadie. ¡Qué ciudad más mal hecha! Brasília es apenas unos años más antigua que Lovaina, pero la concepción está a años luz. Por suerte llueve porque hay que atravesar unos descampados donde, en julio, en pleno período seco y con sol, uno terminaría derretido como chicle en el cemento.
Para poder apreciar la catedral hay que asistir al culto. Aburre un poco pero, cuando cantan, uno se echa unos cantitos también, para entretenerse. La catedral es bonita y rara, con esa idea de modernidad que había en los años sesenta. Está semi enterrada (como la nueva Guadalupe, en México), se baja para entrar y alrededor hay agua, como los antiguos castillos. Supongo que eso refresca el edificio en períodos de calor intenso, porque no me imagino que los moros vayan a atacar por estos lados. Si uno está en medio de la sección de los fieles y mira para arriba, siente que está en el estómago de una estrella de mar y que en cualquier momento la estrella cierra sus tentáculos y te come, como la religión. Y, bien arriba, los vitrales-ventanas proyectan sombras que van moviéndose según varíe la posición del sol. Si uno se fija bien, las sombras que se proyectan en el techo parecen catedrales góticas europeas, que empiezan pequeñas y anchas, luego se estiran y desaparecen, para reaparecer por otro lado, por donde va el sol. Todo esto, a pesar de que está nublado y lloviendo. Es decir que cuando hace sol, las sombras deben de ser mucho más marcadas todavía. Aunque así como están, son mucho más sutiles. Es como la Alhambra, creo, donde sus habitantes cambiaban de habitación siguiendo el movimiento del sol.
La iglesia tiene la única réplica exacta (aprobada por el Vaticano, si us plau) de la Pietá. Está hecha en mármol y la expresión parece ser la misma. E a maior réplica do mundo. La misa es un chiste: el cura despotrica contra el gobierno porque está tratando de dejar el jueves santo como feriado optativo. O que é isso, meu Deus! Dios castigará a Lula por esa herejía. Al final de la misa, el cura anuncia que tiene una parcería con una compañía de teléfonos celulares. Si usted compra por cuatro reales al mes los mensajes diarios que llegan a su celular directamente desde el Vaticano (autentificados), contribuirá a una obra social y a arreglar la iglesia, a la que se le han caído algunos vitrales. Es verdad, en medio de la misa se pone a cantar muy fuerte un pájaro que ha entrado por uno de los vidrios rotos. Canta asustado y compite con la prédica, distrayendo al público. Unas chicas con ropas apretadas, con blusas abiertas hasta bien atrás por la espalda, van a recibir su comunión o a entregar la limosna. En las viejas iglesias europeas hay que cubrirse los hombros y en Sicilia no se entra en ellas con shorts. No sé si las cosas habrán cambiado en todas las iglesias del mundo, pero aquí para entregar la limosna se va adelante, donde todo el mundo pueda ver quien da y quien no da. Me imagino que así también se disminuye el riesgo de que alguien se tiente y recoja del plato lo que otros feligreses han entregado.
Cuando termina la misa y el cura nos dice que podemos partir en paz, una joven del coro, con guitarra en la mano, toma el micrófono y le agradece al cura todo lo que él hace por los jóvenes. Y como dentro de unos días será su cumpleaños, los jóvenes se ponen a cantar el parabens para vôce, nesta data querida.
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Trouble in Utopia