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Camino de Santiago
24 août 2013

Superciudadanos en góndola

En cuanto cumplían 18 años, los chilenos solían inscribirse en los registros electorales y participar activamente en los periodos de elecciones. Como se sabe, en septiembre de 1973, hace ahora cuarenta años, el ejército chileno bombardeó el palacio presidencial y destruyó esos registros.

El país recuperó la democracia en 1989 y los registros electorales fueron reconstituidos. El derecho a voto reconquistado sólo han podido ejercerlo, sin embargo, quienes viven en Chile. Los chilenos del extranjero siguen sin poder votar.

Desde entonces, todas las iniciativas legislativas tendentes a reconocer el derecho a voto de los chilenos en el exterior -un derecho que ejercen, por lo demás, no sólo los ciudadanos de las democracias con cierta raigambre, sino también ciudadanos de países con menos tradición democrática que la chilena- han sido abortadas en el Parlamento: por tratarse de una modificación constitucional, ésta exige una mayoría cualificada, de manera que la capacidad de bloqueo está al alcance de un grupo parlamentario minoritario.

Las fuerzas políticas que han bloqueado esas iniciativas lo han hecho movidas por un cálculo electoral. Como la dictadura de Pinochet supuso la salida del país de miles de chilenos, el frente de los antivoto cree que de poder votar los chilenos del extranjero lo harían como un bloque contra los pinochetistas de entonces. También en eso se equivocan. El cálculo electoral es legítimo, lo impresentable son los argumentos con que lo presentan. El presidente del partido del presidente Piñera, Carlos Larraín, resumió una vez así su postura: ¿por qué van a tener que decidir los destinos de Chile los que se pasean en góndola por Venecia?

A tal solidez argumental se suma ahora este razonamiento expuesto por John Müller en el diario El Mercurio: si los chilenos en el extranjero pudiesen votar en Chile, se convertirían en superciudadanos, puesto que muchos de ellos ya votan en los países donde residen. Si votasen también en Chile votarían dos veces, o sea. Parece un argumento con más peso que el de la góndola, pero en rigor se trata de una actualización de la teoría de la navegación veneciana.

En los hechos, la mayoría de los chilenos de fuera viven en países como Argentina, Estados Unidos, Canadá y Australia, donde las condiciones de acceso a la nacionalidad son restrictivas, por lo que la capacidad eventual de ejercer el doble derecho a voto es muy limitada. De reconocerse alguna vez el voto a los chilenos en el extranjero, quienes podrían votar dos veces son aquellos que viven en países que aceptan la existencia de la doble nacionalidad. España y alguno más.

Por otra parte, la góndola ya no es lo que era y, a causa de algún gondolero cabeza loca, votar en un consulado resulta harto más seguro que pasear en góndola.

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Commentaires
S
Totalmente de acuerdo.
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M
La democracia consiste también en ampliar màs que en restringir la capacidad de elecciòn de los ciudadanos. Si la emigraciòn no priva de la nacionalidad de origen ni de la posibilidad de transmitir esta nacionalidad a los descendientes, no entiendo por qué tendrìa que privar del derecho a voto. Porque se pagan impuestos en otro paìs, dice Müller. Pero ligar el derecho a voto al pago de los impuestos equivale a volver al principio del voto censitario: votan los que poseen. Tampoco es verdad que los emigrantes no paguen impuestos en absoluto. Pueden (y suelen) comprar y vender en su paìs de origen, pueden (y suelen) heredar y legar.
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S
En efecto, el argumento del superciudadano es algo más atendible, pero sigue siendo flojo. Para mí su caso (el de los chilenos) basta para convencerme de que uno debería poder votar siempre en el país que le facilitó el primer pasaporte. <br /> <br /> <br /> <br /> Quizás en un futuro dentro de la UE sí que tendrá sentido lo de votar en sólo un país, porque creo que cuando te vas de Wyoming ya no votas al gobernador de Wyoming . Pero para eso aún queda.
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