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Diario de Faro
Viajar puede ser considerado una manera de perder el tiempo. O de cambiar de tiempo, malo por bueno de preferencia. Esta semana ha habido por momentos veinte grados de diferencia entre el Algarve y el Brabante. El anticiclón se estira a veces pero a menudo no alcanza para todos.
Viajar consiste también a menudo en perder algo. La Cenicienta perdió un zapato y mi tío perderá probablemente unos cuantos leuros por rayar la pintura del coche de alquiler contra uno de esos famosos postes de la realidad.
Por mi parte, cada vez que voy a Portugal hago lo mismo: primero voy a los sitios y después leo lo que escribió sobre ellos Saramago en un libro que se llama justamente Viaje a Portugal. Donde el Nobel portugués se llama a sí mismo «el viajante». Hostiga Saramago, campanudea y exagera con las comas.
Morra o viajante, mas morra mais adiante (muera el viajero, pero muera más adelante) escribe el portugués al final de su viaje, entre Tavira y Lagos (el pueblo del poste), lo que suena como un buen refrán conocido, aunque se trate de un giro de su cosecha. Bueno, además, porque está entre paréntesis y sólo tiene una coma.