Cherchez la femme
El 12 de febrero de 1541, pronto hará medio milenio, en una lengua de tierra entre dos brazos del río Mapocho, sobre una colina que los nativos picunches llamaban Huelén, un grupo de extremeños fundan Santiago de Chile. El cacique del lugar se llamaba Huelén Huala y de él obtuvo Pedro de Valdivia el acuerdo para poner la primera piedra de la que sería la capital de Chile.
En 1898, Pedro Lira pintó este óleo que fija ese momento. Cacique y conquistador indican el lugar donde se desplegará una ciudad que hoy tiene seis millones de habitantes. A lo largo de los años la imagen ha estado en varios billetes en curso y ha circulado abundantemente de mano en mano. Y, sin embargo, poco se la ha mirado de cerca, como afirma con razón Josefina de la Maza, quien centra su análisis de la pintura en una presencia-ausencia, la de la única figura que no es de indio ni de conquistador. Está junto a Valdivia, detrás de su lugarteniente, Pedro de Villagra, cubierta por un manto blanco.
Es Inés de Suárez.
La historia de Suárez no cabe en estas líneas. Pero ella sí cabía en el cuadro porque se había ganado el derecho a estar en él, ella más que ningún otro. Y, sin embargo, ¿qué hace que Pedro Lira, el gran pintor fin de siècle en Chile, la muestre à la dérobée, la señale y la esconda al mismo tiempo? «Ansiedad de género» diagnostica nuestra ensayista. Incapaz de encasillar a la pionera en un formato al uso, el pintor la disimula bajo un hábito de mercedario.
Claro que, como sea, la gestalt opera. Una vez que la ves, ya no puedes dejar de verla e Inés de Suárez se convierte en el punctum del cuadro.