El último día de Hugo Claus
El último martes de noviembre suele ser uno de esos días como para quedarse en casa escuchando a Schumann y condoliéndose de la suerte que a uno le toca, según decía Hugo Claus [1].
Casualmente ayer, último martes de noviembre, el diario publicó una entrevista con su viuda, Veerle De Wit. Sabía que ella y su editora, Suzanne Holtzer, habían acompañado a Claus el día de la eutanasia. Sobre Claus ya he puesto unas cuantas líneas.
¿Qué hicieron en la víspera de su muerte?, pregunta la periodista. «Hugo quiso ir al cine a ver París, de Cédric Kaplisch (Si tú mueres primero, yo me iré a vivir a París, solía decirle Claus a Veerle). Sólo estábamos los tres en la sala, Hugo, Suzanne y yo. Habíamos debido correr para alcanzar el tranvía. Hugo me dijo: Qué cosas, hoy corremos tras el tranvía y mañana ya no estaré».
El día aquél, su último día, Hugo Claus repetía a la hora de comer el título de esa canción de Lou Reed: It's a perfect day.
[1] «Voyager, se dit Maurice, plus jamais, non, plus jamais. Rester à la maison. Entre quatre murs. Ecouter Schumann, s'attendrir sur soi même. Si on tient le coup quelques années, on se fabrique une carapace de croûtes parfaitement étanches. La perfection, un gros oignon comprimé. Mais les glandes, alors ? Ben, les pollutions nocturnes règlent le noble organisme, le premier regard matinal est chaque matin blanc comme neige, ébloui par la neige». Un cercle étrange, dans L'Amour du prochain (De Mensen Hiernaast).
[2] Coetzee sobre Claus: ¿Por qué le presta tanta importancia a sus maestros muertos?