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Camino de Santiago

2 octobre 2021

Govorit Radio Svoboda

Diario del Ampurdán, y 3

Que la playa de Pals es geográficamente un lugar de privilegio lo muestra sin ambages el hecho de haber sido escogida por los norteamericanos para instalar en ella durante la Guerra Fría una emisora encargada de emitir propaganda antisoviética, Radio Liberty.

En medio de una extensa playa despejada, las dunas de Pals representaban el lugar ideal para albergar la emisora que se proponía inundar de propaganda estadounidense los países del bloque soviético y el Mediterráneo operaba como un reproductor a gran escala para sus altas antenas dirigidas al corazón del Este. «Govorit Radio Svoboda (Habla Radio Libertad)» era el mensaje con que abrieron sus emisiones a diario durante décadas. Radio Liberty transmitía en 16 idiomas para decir en síntesis esto: que más temprano que tarde el Muro caería.

Cuando por fin el Muro cayó, Radio Liberty cayó a su vez en la redundancia y no llegó viva al cambio de siglo. Alcanzó un momento de gloria, eso sí, en esos años postreros cuando Gorbachev contó que durante el intento de golpe de Estado de Yeltsin, en 1991, él, encerrado en su habitación, se informaba de lo que pasaba en su propio país a través de Radio Liberty.

Pero si las instalaciones de una radio en una playa eran ya una incongruencia paisajística cuando operaba, esa impresión se multiplicó cuando cayeron en el abandono en el que están a día de hoy. La paradoja es que la presencia del adefesio por más de medio siglo permitió preservar la playa de Pals, su flora y a su fauna, en los peores años del desarrollismo. De modo que, integradas ahora en el Parque natural de las Islas Medas, las construcciones van siendo de a poco desmanteladas, los bañistas discurren por sus recovecos y la muchachada trepa a los altos muros a hacerse autorretratos que poner en Instagram.

El secretismo que rodeaba el funcionamiento de la radio, rodeada de alambradas y vigilada por los cuatro costados, hizo que los lugareños pusieran a circular una leyenda urbana según la cual cuando los trabajadores de la radio se jubilaban les daban una pastilla para borrarles la memoria. En cierto modo esa pastilla borramemorias la hemos ingurgitado todos porque la radio va desapareciendo de la memoria en la misma medida en que a sus construcciones se las va tragando la arena.

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Pintura de Marina Capdevilla sobre el techo de Radio Liberty, 2018

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22 septembre 2021

Un lugar en el mundo

Diario del Ampurdán, 2

Casas de indianos en Begur y en La Bisbal. Un indiano es un emigrante que regresó a España desde América. En las casas que construían cuando volvían, los indianos integraban el aporte de lo aprendido al otro lado del océano a la tradición local. Los del Ampurdán volvieron mayormente de Cuba.

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La clase alta en Chile es rácana y come mal. N recuerda haber tomado en la casa de los Vascongados de Castilla una sopa insípida con cuchara de plata y servida por una mucama con cofia.

Nada de eso ha cambiado, me cuenta. La agencia que lleva mujeres filipinas a trabajar como mucamas para las familias pudientes se ha visto obligada a integrar una clásula en el contrato según la cual además de su salario las trabajadoras recibirán un pollo y un kilo de arroz por semana. De lo contrario no tendrían qué comer a mediodía porque el patrón come en el trabajo, los niños en el colegio y la señora con las amigas en el gimnasio. 

Mientras comemos un bacalao delicioso, pienso en la vieja oposición entre comer para vivir o vivir para comer. Al opuesto de aquella sopa insípida, está esto que escribió alguien en un muro: «No entiendo la vida pero sigo aquí porque me gusta comer». Que me recuerda esto otro que escribí en un papel allá por el año de la pera: «Esgrime, amor, conmigo tu cuchara: Vivan las sobras de esta triste sopa».

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Me recuerda también el miedo de los niños a los muertos. Cuando murió su abuela y la velaron en el salón de la casa, la prima no se atrevía luego a entrar a ese salón, ni siquiera a pasar sola por el corredor adjunto, y nos pedía que la acompañáramos y nos apretaba la mano en el trance. Luego murió su padre y fue el turno de su hijo de temblar antes de entrar en la habitación en la que había muerto su padre.

Días antes del primero de noviembre, mi madre iba a arreglar la tumba familiar. (Habiendo sido una de las mejores del pueblo, cayó más tarde en manos de una hortera que la pintó de colores amarillos). Mientras mi madre ponía flores en la tumba de sus abuelos, mi padre nos tomaba de la mano y nos iba mostrando las tumbas de dos o tres asturianines que habían muerto jóvenes y solos, éste de tuberculosis, el otro de accidente.

Es a los vivos a los que hay que temer, nos decía mi padre, son los vivos los que pueden hacer daño. Los muertos no, a ellos cabe recordarlos, y eso hacía contándonos sus historias, por tristes y trágicas que fuesen. Así fue como recordamos al primo que vivía en Martínez y murió tan joven en La Plata en un lejano domingo de 1973, dejando a su madre sumida en el desconsuelo. Y al mellizo que murió más tarde a los 18 años en Cangas, y era la alegría de la huerta. Llegué yo por allí meses después y los encontré a todos hechos polvo.

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 Ventana en Begur

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Qué poco sé todavía de los iberos... La ciudad íbera de Ullastret, el Machu Picchu catalán. Puesta en un colina y junto a un lago ahora seco en pleno Ampurdán, en un entorno precioso, 24 siglos después de su fundación las piedras siguen intactas. Aprendieron de los griegos, se defendieron de los romanos y se pelearon entre ellos: fueron cabalmente nuestros semejantes. Rendían culto al cráneo de sus enemigos abatidos, que clavaban en el umbral de sus casas para protegerlas. También podían ser refinados: escribían en una lengua hasta ahora indescifrable, llevaban elaboradas joyas y adoraban el penacho del dios Bes, que los fenicios difundieron por todo el Mediterráneo.

Según la famosa prueba del algodón yo soy más celta que ibero pero si me llaman panadero no me quejo.

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Un lugar en el mundo, el jardín botánico de Cap Roig. Y, enfrente, las Islas Hormigas.

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De paso por el golf veo moverse un perro o un zorro pero no es más que un robot cortando el césped. Me cuentan que los erizos de tierra tienen ahora un nuevo depredador en la persona de esas tijeras móviles, de las que aún no aprenden a desconfiar.

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Cuentan que en La Palma cuando la gente tiene que evacuar sus casas a la carrera porque llega ya la lava ardiente coge fotos y cuadros, imágenes ligadas a los sentimientos. Yo estaba leyendo en la playa cuando me sobresaltó una ola que trajo el agua hasta mis pies. Mientras me levantaba a la carrera alcancé a pensar en qué salvar de mis pertenencias: ¿la billetera o este cuaderno? Milagrosamente el agua se detuvo justo delante de mis dedos.

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Escucho en las calles de La Bisbal a los hijos de los inmigrantes hablar catalán. En sus casas hablarán urdu, bambara o dariya pero entre ellos hablan catalán. Es completamente normal y sin embargo nunca deja de sorprenderme.

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Continuará...

19 septembre 2021

Once días en el Ampurdán

Diario del Ampurdán

La playa es extendida y desde hace algunos años una franja es para los nudistas. Pero como en esta época hay poca gente o casi nadie algunos nudistas se pasean por toda la extensión de la playa como Pedro por su casa. Auguro que en el futuro toda la playa será nudista. Así va una pareja, morenos de pies a cabeza. El lleva un mazo de plumas que ha ido recogiendo. Seguro que las lleva para ponerse unas alas.

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Estoy en la que llaman Costa Brava, entre Barcelona y la frontera francesa, que de brava no tiene nada y es suave por donde la mires. Pueblos medievales, caletas, limpias playas y jardines, islas al alcance de la mano. Incluso los arrestos de algún indepe en pleno 11 de septiembre, día de la fiesta regional, parecen más bravuconadas que actos de bravura.

Merino dice que estoy en un lugar indeterminado entre Lovaina, Menorca y el sur de Francia, y en cierta medida es verdad porque los lugares por donde uno se mueve se superponen en la gastada conciencia. Tan gastada que me duermo una siesta de obispo y cuando despierto veo que estoy delante de las Islas Medas.

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No parece buena idea leer historias de aviones caídos arriba de un avión pero siguiendo un impulso compro en el aeropuerto Tintín en el Tíbet para llevársela a C y no puedo dejar de releerla de principio a fin, imantado por el trazado de la línea clara. Visualmente tal vez sea el mejor Tintín y finalmente no es mala idea releerla junto al ojo del buey del avión por donde asoman los Pirineos.

El joven Tchang, el único sobreviviente de la caída de un avión de Air India en el Himalaya, es secuestrado por el abominable hombre de las nieves. Cuando Tintín rescata por fin a Tchang de sus manotas, el Yeti queda sumido en la melancolía. Nunca más, se dice.

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Ya en tierra me leo la Teoría general del olvido, de José Eduardo Agualusa. Una portuguesa se queda atrapada en Luanda durante la guerra de independencia, en 1975, se enroca en su casa y sobrevive durante años sin contacto con el mundo. La rescata un niño huérfano. La leo en español porque es lo que hay y no puedo evitar leer la traducción, que es muy mejorable. Leí años atrás en la mera Luanda la primera novela de Agualusa, que ya era buena.

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Leo también unos cuantos capítulos de El Escarabajo de Wittgenstein, de Martin Cohen. En el capítulo llamado El caníbal de Santo Tomás, Cohen presenta las disquisiciones del filósofo escolástico para dilucidar si un individuo comido por otro individuo puede resucitar el día del Juicio final y si el caníbal debería resucitar dos veces, una vez por él mismo y otra vez por el individuo que se comió. Concluye que quien tal vez mejor resuelve este asuntillo es Avicena, para quien lo que sobrevive a la muerte es el ego metafísico o psicológico, por lo que el cuerpo sólo es esencial para crear la identidad y cuando ésta ya no depende del cuerpo para existir tal vez tampoco sea deseable que tenga que habitar un cuerpo. Escribo unas líneas intentado prolongar esta idea pero las dejo para el blog que tampoco lee nadie porque ése ni siquiera lo escribo.

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Una mañana rescato de la piscina a una lagartija. Nadar, nada pero la forma del bordillo le impide salir y está exhausta. Se aferra a una hoja que le tiendo y cuando siente que está en seco corre como una loca a meterse en un agujero sin despedirse. Pero la buena acción del día consiste en no filmar el rescate y correr como una loca a ponerlo en Instagram. Lo cuento aquí, lo que sólo cuenta como peccata minuta. Mi balance kármico va mejorando aunque por la noche haciendo yoga a la luz de la luna para bajar la cuenta de la luz piso una pareja de caracoles y mi balance kármico hace plich... 
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El césped que rodea la piscina y a fortiori el césped del golf están hechos de bonsáis. Algunos tallos sobrevivan al paso de la podadora y en cuanto los jardineros se marchan y cae el rocío o la lluvia se levantan y abren unas flores de colores al calor del sol.

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Pasa una barca de pescadores. La barca se llama García Lorca y los pescadores son tres. Dos están enamorados y el capitán está celoso.

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De las historias que me cuenta N emerge la figura del estafador que abandona a la mujer y a los hijos y deja clavada a la gente que en él confía para reaparecer años más tarde amparado por la prescripción del delito, reclamando y a veces recuperando el espacio perdido.

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Otra historia que me cuenta y me hace reír es la del bisabuelito. Un primo encuentra su documento de identidad y una foto. Pasmo en el whatsapp familiar. El abuelito era bien parecido, tal como nos había contado la abuela. Pero la abuela también nos había contado que era mayordomo y en el documento dice en cambio que era gañán. Así hasta que alguien se atreve a formular la pregunta de este modo: ¿en qué sentido hay que entender lo de gañán? 

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Nunca hay nadie en la piscina salvo una mañana en que aparece una pareja de rubicundos holandeses. Ella despliega un colchón inflable y se echa a flotar sobre las aguas. El entra en el agua y se le adjunta y con el celular en la mano a la altura de su cara redonda comienza a despachar.

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Todo esto sabiendo que toda alegría es provisoria.

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Continuará...

31 août 2021

El río San Francisco

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En el plató de Heysel en Bruselas se levantó en 1958 un curioso monumento, a medio camino entre la escultura y la arquitectura: la representación de un átomo a gran escala, el famoso atomium. Allí, al aire libre, entre el atomium y el palacio de exposiciones, fue el concierto de Caetano Veloso anoche.

Al aire libre se sentía el fresco de Bruselas, pero las canciones de Caetano no tardaron en templarnos. Por el cielo surcaban los aviones y, por un efecto óptico, uno de ellos pareció inscrutarse en el atomium iluminado. La gente no prestó atención al fenómeno, pendiente como estaba de la aparición de Caetano. Éramos muchos, un poco de todo había y sobre todo brasileras jóvenes, movedizas y locuaces.

Caetano apareció en el escenario con la mascarilla puesta y, viendo que el público no la llevaba, se la quitó, al revés de lo que suele ocurrir cuando uno se da cuenta de que no lleva la mascarilla al ver la del prójimo. El protocolo permitía estar a cara descubierta por tratarse de un espacio abierto, por el pasaporte sanitario y los tests de antígenos.

Yo soy caetanista viejo y me conozco las canciones que Caetano canta siempre en los conciertos pero las que más me gustan son aquellas que no canta nunca, o muy rara vez. Esta vez fue el turno de O ciúme, una canción tremenda que habla desde el puente sobre el río San Francisco, que une las ciudades de Juazeiro y Petrolina y separa dos estados, Bahia y Pernambuco. Un puente sobre el que estuve alguna vez cavilando —supongo que es imposible estar allí y no cavilar. Aliento a quien quiera escucharla a seguir el texto: basta con saber que «o ciúme» son los celos y que «o velho Chico» no es otra cosa que el propio río San Francisco.

De regreso a casa por las autopistas belgas, el río de autos fluía como el agua por el río San Francisco. Dos horas de canciones de Caetano —que acabaron con los consabidos gritos de «Fora Bolsonaro»— nos habían puesto otra vez a cavilar desde ese puente en pleno río San Francisco y ya tan lejos de él. 

26 août 2021

Petrarcas de pacotilla

En Provenza sueles tener a la vista el más alto de sus montes, el Ventoux, y te entran ganas de subirlo, de subirlo por subirlo, como hizo Petrarca, para ver desde la cima la entera Provenza, la planicie que se estira por el oeste hasta los primeros contrafuertes del macizo central y los volcanes apagados de la Auvernia y, por el este, los Alpes y tras los Alpes Italia, la patria de Petrarca que, como se sabe, fue el primero en subir el Mont Ventoux por las ganas que tenía de subirlo y si no fue el primero al menos fue el primero que lo contó.

Subiendo hay que concentrarse porque el camino es sinuoso, los ciclistas movedizos y el paisaje tentador. Suben con esfuerzo los ciclistas y luego bajan con cara de velocidad. Estacionamos cerca de la cima y emprendemos el último tramo a pie, como Petrarcas de pacotilla. Llegados a la cima leemos en voz alta el capítulo que le dedica al Mont Ventoux el libro de Montano. Es precioso ese capítulo, con Petrarca, San Agustín y Duchamp codéandose con los ciclistas. Y a Diego le corresponde el honor de levantar el libro sobre la gorra y poner los dedos sobre el título. 

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En la cima hay flores diminutas, cagarrutas de conejo y un aire purísimo. Y con tres piedras alguien ha levantado una estatuilla. 

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Por la tarde bajamos el Ventoux y vamos a caminar por el lecho de uno de los ríos que lo rodean, el Toulourenc, otro ritual cumplido. Templos molidos bajo el agua, piedras arrastradas por el río, frases sueltas, versos perdidos.

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12 août 2021

Los mismos pájaros del aire pensativo

Pájaros

En el cercano más allá de las persianas
son esas sombras fatuas de los pájaros
los mismos pájaros del aire pensativo
que en el amanecer de la conciencia
contra el cielo empañado entre los árboles
dan la idea de algún ideograma.
Uno a uno en desdoradas ramas
en el silencio que el jardín decanta
entre acantos y astrales empedrados
parecen los llamados de un ausente.
Karma de los faroles encendidos
en la lluvia incipiente
y de las tapias de fondo indiferente
que ocultan lo perdido.

Birds

In the outerworld just beyond the blinds
these idle shadow-wisps of birds are
the same birds that with a pensive air
at the dawning of consciousness
against a sky blotted out between trees
bring to mind an ideogram.
One by one on tarnished branches
in the silence decanted by the garden
amid acanthuses and astral flagstones
they come like calls from the missing.
Karma of the lighted street lamps
in the rain now falling
and of the black-backed garden walls
hiding what is lost.

Des oiseaux

Dans le proche au-delà des rideaux
ce sont ces ombres infatuées des oiseaux
les mêmes oiseaux de l’air pensif
qui au réveil de la conscience
parmi les arbres contre le ciel brumeux
donnent l’idée d’un quelconque idéogramme.
Un à un sur des branches délavées
dans le silence que le jardin décante
parmi des acanthes et des pierres astrales
ont tout de l’appel d’un absent.
Karma des phares allumés
dans la première pluie
et des clôtures du fond indifférent
qui cachent ce qui a été perdu.

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Pájaros, un poema de Melancolía artificial, de Roberto Merino, traducido por Neil Davidson al inglés y al francés por mí mismo.

Sobre la experiencia de traducirlo diría que mientras se traduce todo son obstáculos. Pero si la traducción queda bien conseguida —hablo de la versión de Neil Davidson, no de la mía— tal vez permita volver al original y apreciar algún matiz.

Inútil ilustrarlo, el poema desprende sus propias imágenes. O bien se deja ilustrar por una imagen del autor junto a unas imágenes de Carlos Bogni.

(Por otra parte, tal vez de una traducción lograda se desprendan las mismas imágenes que de la versión original. Dependerá de la recepción del lector, claro, hablo de un lector que entiende ambas versiones).

De llevar banda sonora, pondría esta Rêverie de Debussy.

23 juillet 2021

Un chiste alemán

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Acabo ahora de leer este libro, Dos Vidas, de Vikram Seth. Curioso género el biográfico: cómo se cuenta una vida y hasta cuándo. Y la pregunta que sigue: cómo se vive y hasta cuándo. De la lectura de la biografía de Shanti Seth y Henny Caro, marido y mujer, tíos del autor, indio él, dentista de profesión, que pierde el brazo derecho combatiendo en el sur de Italia durante la Segunda Guerra y debe volver a aprender los gestos de su profesión usando en adelante la mano izquierda; judío-alemana ella, que pierde a toda su familia en el Holocausto, familia de la que nunca vuelve a hablar; de esta doble biografía, digo, desprendo que parece mejor evitar la decrepitud de los últimos años. Ella muere a los 80 de cáncer y él la sobrevive nueve años, los últimos de los cuales parecen estar de más. Aunque nunca se sabe, porque es en esos últimos años que el tío Shanti le cuenta a su sobrino esta estupenda historia buñeliana:

Durante la Guerra Shanti iba a África del Sur en barco, que es como se viajaba entonces, y trabó amistad con un simpático suizo con el que paseaba por la cubierta contándose en alemán chistes salaces. Para Shanti eran un alivio estos paseos por la cubierta porque compartía cabina con dos jesuitas que lo agobiaban con sus intentos por convertirlo. En uno de esos agobios, los jesuitas se quedaron perplejos cuando Shanti les opuso el argumento de que el cristianismo le debía todo al budismo porque Buda era anterior a Cristo. A lo que los jesuitas respondieron que como había un obispo a bordo a su autoridad se remitían. Fueron así en comitiva rumbo a la primera clase a llamar a la puerta del obispo. ¡Ah, pero entonces usted es el obispo! exclamó Shanti al comprobar con asombro que el obispo era el tipo con el que se paseaba por la cubierta contando chistes salaces.

21 juillet 2021

Julieta

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No sé por qué no había visto Julieta.

Es un melodrama, un almodrama, como alguien dijo, una historia, tomada de Alice Munro, en la que la mano de Almodóvar se encarga de cargar las tintas y de subrayar. Julieta conoce un drama por generación —la madre, el marido, la hija, el nieto. El drama es ella misma, claro, el drama en persona.

No es un filme pesado, sin embargo. Es un filme almodovariano, lo que significa que justo antes de caer en el patetismo es rescatado por la inteligencia de la forma.

Lo integro y actualizo la lista que figura en el libro de Montano

Los filmes de Almodóvar ordenados de más a menos (actualización)

  1.    ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
  2.     Hable con ella (¡El Amante menguante!)
  3.     Volver
  4.     La Flor de mi secreto
  5.     Dolor y gloria
  6.     Tacones lejanos
  7.     Mujeres al borde de un ataque de nervios
  8.     La Ley del deseo
  9.     La Piel que habito
  10.     Todo sobre mi madre
  11.    Julieta
  12.    Entre tinieblas
  13.    Laberinto de pasiones
  14.    Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón
  15.    Matador
  16.   ¡Átame!
  17.    Los Abrazos rotos
  18.    Carne trémula
  19.    La Mala educación
  20.   Kika.
12 juillet 2021

Tomás Marías, Javier Nevinson

El mejor libro de Javier Marías es el último. Lo digo cada vez que cierro una de sus novelas, y ya van unas cuantas. También porque Marías escribe una y otra vez el mismo libro y lo escribe cada vez mejor. Lo que no impide que más abajo actualice la lista de las mejores novelas de Javier Marías y la siga encabezando Mañana en la batalla piensa en mí, inamovible cima del novelista madrileño.

Tomás Nevinson es la continuación de la historia que se cuenta en la novela anterior, Berta Isla, y algunos de sus personajes y lugares ya estaban en la trilogía Tu rostro mañana. Algo ha cambiado, eso sí, con el paso del tiempo: «Ya no creo en la pulcritud de la democracia, ni en la asepsia del Estado, ni en nada, o tan sólo en la evitación de desgracias que recaen sobre la población inocente y desprevenida», dice el protagonista. Que por ese camino tiene que pasarse una temporada en una ciudad del noroeste peninsular, una ciudad con río, que Marías llama flaubertianamente Ruán, adonde nos lleva a conocer de cerca la fauna local y en particular a tres mujeres: Inés Marzán, Celia Bayo y María Viana. Una de ellas, doble militante ETA-IRA.

No pienso destripar la novela, descuiden, pero aviso de que hay un momento divertido y es más divertido aun si uno piensa que Marías no lo inventó. Están Nevinson y su jefe Tupra tomándose unas patatas bravas en una terraza madrileña un día 6 de enero, con frío, cuando se sienta en la mesa del lado un grupo en el que lleva la voz cantante uno de esos españolazos que propagan sus necedades dando grandes voces. Como éste desconcentra a Tupra, que lo tiene a sus espaldas, y está intentando convencer a Nevison de algo importante para él, decide hacer callar al vociferante apoyándole el tenedorcillo en las costillas y diciéndole al oído en inglés que si no se calla de una vez se lo enterrará hastas las entrañas. No he podido dejar de pensar que Marías haya podido presenciara algo similar protagonizado por su amigo Pérez Reverte en uno de sus conocidos encuentros.

Conté en Twitter el chascarrillo con la vendedora de la librería de un centro comercial en Las Palmas adonde fui a comprar el libro. Cuando le pregunté si tenía Tomas Nevinson de Javier Marías, se quedó pensando un momento, fue a buscar al ordenador y me preguntó a su vez: «¿Cómo me dijo que se llama el autor, Tomás Nevinson?».

El joven antes conocido como M puso entonces este comentario: «Javier Marías» de Tomás Nevinson, una boutade con trasfondo. Marías habla de sí mismo, claro, a través de Nevinson, que es su alter ego mejorado: oxfordiano, buen conocedor de Shakespeare y Baudelaire, considerativo pero volcado a la acción y, como buen alter ego, más joven, más guapo y con pelo —como el Gerard Philippe que fuma en la portada del libro. Porque mucho se fuma en estas novelas de espías de Marías. Berta Isla y Tomás Nevinson aparecen en sus portadas respectivas fumando y en sus páginas a menudo alguien tiene que sacudirse las cenizas que le han caído en la manga. 

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En los reconocimientos, en fin, Marías agradece «una mínima idea debida, creo, a John Le Carré». Sospecho que tan mínima no será. Pero no seré yo quien dé con ella. Dejo esa tarea a los finos Lecarreristas, que son muy buenos buscando y mejores encontrando.

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Lista de las últimas diez novelas de Marías ordenadas según la preferencia de este lector:

Mañana en la batalla piensa en mí 
Así empieza lo malo 
Tomás Nevinson 
Berta Isla 
Negra espalda del tiempo 
Tu rostro mañana 
Los enamoramientos
Corazón tan blanco
Todas las almas
El hombre sentimental.

30 juin 2021

Ocho días en Gran Canaria

Hay lugares a los que se vuelve y yo vuelvo a Gran Canaria. No me había subido a un avión desde el inicio de la pandemia. Ahora que ya tengo la vacuna en el brazo y unos códigos QR en la mano llega la hora. Todo llega para el que no sabe esperar. Durante estos largos meses he entretenido la espera repitiéndome como un mantra lo que me dijo una doctora: «Dites-vous que vous êtes là». Hay varias maneras de poner en español esa fórmula cargada de subentendidos. «Podría no estar contándolo». O sea que mejor lo cuento. 

Estoy en el puerto de Las Palmas, donde mi padre hizo escala rumbo a América. Me voy a comprar un racimín de plátanos para celebrarlo, también porque los canarios son los mejores del mundo. Él me contaba que fue en esa escala cuando conoció los plátanos. Se encontró con uno en el plato del postre, con piel, tal como Dios lo trajo al mundo. Iba a llevárselo a la boca pero prefirió esperar a ver qué hacían los demás. Luego, como si lo supiera de toda la vida, lo peló y lo saboreó. En los primeros días de navegación, todo el mundo estaba malo por el zangoloteo del barco y dejaba sin tocar el desayuno. Él se tomaba varios cafés con leche y sus correspondientes medialunas que habían quedado intactas sobre la mesa y luego subía a la cubierta a cantar Mucho me gusta la sidra. Era un plato, decía el tío Tomás, que hizo con él el viaje a América.

En el paseo marítimo me aprendo de memoria estos versos de Saulo Torón: «De tanto mirar el mar / voy creyendo sólo en él / y olvidando lo demás».

Los belgas y abelgaos llevamos la lluvia puesta. Camino de la catedral, la lluvia nos pilla sin chubasquero ni paraguas y en dos minutos nos empapa. Nos refugiamos en un café y nos secamos la camisa en el secamanos del baño. La catedral está cerrada.

En la librería del centro comercial: Busco «Tomás Nevinson», de Javier Marías... Eh... ¿Cómo me dijo que se llama el autor, Tomás Nevinson?

Vamos buscando un lugar en el que comimos una vez hace cinco años. Tardamos en encontrarlo. Estaba en el primer oasis bajando de norte a sur pero ahora vamos de sur a norte y creemos verlo en todos los oasis que asoman por el camino. Por fin llegamos, está en el último oasis, como es lógico. Estamos tan contentos de haber dado con él que nos sorprendemos apenas de que parezca no haber nadie. Entramos por la terraza buscando a alguien y en la cocina encontramos a un señor mayor sentado en la penumbra. ¿El restorán está cerrado?, le preguntamos. El restorán se quemó, responde. Ah, claro, ahora lo vemos, todo está carbonizado. El señor es el cocinero y es napolitano. Hablamos un poco y me dice que el plato de ropa vieja que me comí entonces la preparó él. Nos dice que podemos comer bien en Fataga, en El Albaricoque, y así hacemos. Esta vez no pido ropa vieja sino verduras salteadas con gofio y miel. Y el ventero me pone un pan de leña con sabor a anís. Y un chupito de ron y miel.

Miro la playa de Maspalomas y veo a unos guanches mariscando. Pestañeo y veo que son bañistas. Un lugar siempre es ese lugar donde el tiempo va pasando.

El descubrimiento de este viaje está donde menos lo esperaba, en Arucas. Qué pueblo tan bonito. No sé que hago aquí habiendo como hay un pueblo como Arucas. Desde que lo vi, no tengo ojos más que para Arucas. Y mira que ver el Teide desde las alturas de Tejeda también tiene su qué. Y el Puerto de Mogán desde el mirador. Y el Jardín Canario y el barranco de Guiniguada. Y el Jardín del Huerto en Agaete. Pero Arucas, pero Arucas... Cuando te vuelva a ver no habrá más penas ni olvido.

La sensación de que estás en España y también estás en Sudamérica. Y no es sólo el habla, es el paisaje, la gente. Y la impresión de que en América todo pudo ser de otra manera si los ingleses no hubiesen metido la mano, que la tienen larga, ni los franceses la nariz, que también. Pero la Historia no es para el reconcomio sino para la altura de miras, que es a la que yo aspiro cuando dé el estirón.

En el taxi que nos trae de regreso del aeropuerto escuchamos por la radio el final del Bélgica-Portugal (1-0). Me parece que los locutores funcionan como esa gente que está cegada por la ideología y confunde la realidad con sus deseos. En su atropellado relato no se entiende si el árbitro le muestra tarjeta roja a uno o debería mostrársela. Ni si el partido acaba ya o va siendo hora de que acabe. 

Acabo de una vez por el principio: hay lugares a los que se vuelve y yo quiero volver a Gran Canaria.

Tejeda

10 juin 2021

Volver a los 17

Reunion

Stuttgart en 1932 no parece un mal lugar donde vivir. Cultura y natura al alcance de la mano bajo un cielo nórdico con un qué de italiano. El nazismo amenaza pero en el corazón de la Suabia la llamada de alerta suena aún algo lejana. El nazismo será una especie de enfermedad infantiloide de la que Alemania se curará rápidamente, piensan los bienpensantes. La vida parece ser inmutable, hasta que de pronto ya es tarde...

Hans Schwarz tiene 17 años, como su amigo, Conrad von Hohenfels. Hans es de origen judío aunque se siente íntegramente alemán: suabo, alemán y judío, en ese orden. Sabe que sus orígenes estarán remotamente en Kiev o en Toledo pero sus antepasados llevan al menos dos siglos siendo alemanes. Su padre es médico y combatió en la Primera Guerra, no pueden caber dudas sobre su alemanidad. Además, ¿por qué habría que cambiar el Rin por las aguas del Jordán? Conrad es un aristócrata, el producto más reciente de un linaje prestigioso que viene de muy atrás en el pasado alemán. 

La descripción de esta amistad juvenil en una Alemania anterior al nazismo recuerda las mejores páginas de Hermann Hesse, que en la materia las escribió buenas. Un amor sin sexo, sublimado, un assag consumado y hecho añicos por la Historia.

No pretendo destripar el relato, no hay para qué. Sólo digo que habiendo varios episodios sensacionales en el libro hay uno excepcional, y es cuando el padre de Hans, el doctor Schwarz, abre la puerta de la habitación de su hijo y les cuenta, a éste y a su amigo, a propósito de escopeta, una historia de chimpancés. No es que tenga que haber un mono en un cuento para que me haga reír pero, bueno, en éste también lo hay. La reacción del muchacho frente a la intromisión de su padre es un tratado de sicología de la adolescencia en dos párrafos.

Arthur Koestler —judío centroeuropeo convertido en ciudadano británico, como Freud, como Gombrich, como el propio Uhlman— dice que Reunión (Reencuentro en algunas ediciones) es una novela en miniatura, una obra maestra menor. «Los pintores, sostiene —y Ulhman lo era—, saben cómo adaptar la composición a la dimensión de la tela, mientras que los escritores, desgraciadamente, tienen una provisión ilimitada de papel».

Leí este librito hace años y me impresionó. Lo releí ayer y tanto más. Creo que Koestler tiene razón pero no en el hecho de sostener que un librito de cien páginas no puede llegar a ser una obra maestra. Ahora me entero de que Uhlman lo escribió a los 70 años, superando ampliamente la marca de Cervantes que escribió el Quijote con 57. Y que, como Cervantes, impelido por el inesperado éxito, escribió una segunda parte. O sea que continuará...

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Retrato de Fred Uhlman por Kurt Schwitters en 1940

4 juin 2021

La lechera de Bangalore

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EL CAMINO QUE recorre la autora de La Lechera de Bangalore a su regreso a la India, tras vivir más de veinte años en Nueva York, comienza con un encuentro en el ascensor de su edificio el día de la mudanza. Llama al ascensor y cuando éste llega ve que dentro hay una vaca. En contra de las apariencias no es una imagen surrealista sino puro costumbrismo, la prueba de que está en la India.

De ahí en adelante todo son desafíos: beber leche al pie de la vaca al desayuno no es fácil para quien ha bebido toda la vida leche pausterizada. Tampoco será facil beberse una cucharadita de orina de vaca concentrada para mejorar de algún achaque. Ni recoger bosta de vaca, secarla y espolvorear con ella el interior de la casa a manera de saneamiento y bendición.

Porque la religión de la India no es el hinduismo, es el bos indicus, dicen unos. Y si la bosta de vaca no fuera buena, la India no sería el país más poblado del mundo, dicen otros. 

Shoba Narayan rebosa simpatía y naturalidad contando estas cosas. Es una mujer moderna —periodista en un diario anglófono— que no renuncia a su originalidad. Es una Tambrahm —una brahmana tamil, una señorita andaluza, como quien dice—, le va bien en la vida y lo lleva con salero. 

En su inmersión por la India profunda, Sarala, la mujer que ordeña las vacas frente a su casa y vende la leche a los vecinos, le sirve de guía. Todo esto en pleno Bangalore, una ciudad de diez millones de habitantes a la que se conoce como la Silicon Valley de la India. Sarala es un modelo de sentido común popular y es un placer conocerla y verla moverse entre la gente y las vacas.

Además, te enteras de unas cuantas cosas leyendo este libro. Las vacas practican el autocultivo. En el sentido de que eligen el lugar de la pradera más desprovisto de hierba para hacer sus necesidades y así lo abonan y se aseguran de que el pasto crecerá allí más verde.

Y es muy probable que los indios sí comían carne hace miles de años, en la era védica. Se comían a las vacas que por una u otra razón ya no daban leche. ¿Por qué dejaron de hacerlo y convirtieron ese rasgo distintivo en una seña mayor de identidad de su cultura y de su religión? 

También, que cuando alguien cumple mil lunas llenas los indios celebran la llegada del último periodo de la vida, la ancianidad. La ceremonia se llama Sathabhishekam y dura tres días. ¿A cuánto equivalen las mil lunas llenas? Exactamente a 80 años, 8 meses y 8 días. ¿Y qué regalo suelen dar al festejado, al menos los que pueden hacerlo? Una vaca, faltaría más.

21 mai 2021

Olor a piña y a tortillas de rescoldo

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Hay dos historias trenzadas en El sueño de la historia, de Jorge Edwards. La de Joaquín Toesca, arquitecto romano que a fines del XVIII, en tiempos de la Colonia, construyó la actual casa de Gobierno en Chile, la famosa Moneda, la misma que bombardeó Pinochet en 1973, y su mujer, la bella Manuelita Fernández.  

Y la historia de Ignacio, historiador que regresa a Chile en la fase final de la dictadura tras un exilio en Europa provocado precisamente por el golpe de Pinochet, y de su familia, su mujer, su padre, don Ignacio, y su hijo, Ignacito, Nachito.

La historia de Toesca se cuenta sola, mientras que la historia de Ignacio se cuenta a la moda del boom, en una especie de bucle retórico. En cualquier caso, hay algo en los protagonistas que los hace creíbles, al menos para mí: si dicen que van a hacer una cosa acaban haciendo la contraria. 

Me gustó más la historia de Toesca y la composición espacial del Santiago colonial que el libro dibuja, lo que no quiere decir que la historia del historiador me interesara menos sino que la conozco mejor. Me interesó también, cómo no, el lenguaje acriollado que Edwards pone en boca de sus personajes, lenguaje que «cumple la misma función que los porotos granados y los choros zapatos» para el amigo momio de Ignacio, el Cachalote Alcócer. Es curiosa y elocuente esa relación entre el habla y la comida: al escuchar hablar al joven chileno Vicente Pérez Rosales en París, un ilustre exiliado español diría que sus palabras tenían olor a piña. Las de la bella Manuelita tenían olor a tortillas de rescoldo, aventura el autor. Tanto así que en boca de la Manuelita «azúcar» es «azuquítar».

Hay también en este libro observaciones que tienen algo de intemporal o, al menos, que valen para los tres periodos comprendidos: el de Toesca, el de Ignacio y el del lector. Pongo algunas sin entrar en mayores explicaciones, porque huelgan: «Todo lo arreglaban en la provincia chilena con un alambrito. Y después, cuando se producía el derrumbe, quedaban de lo más sorprendidos». Por su parte, Toesca «pronto comprobó que sus interlocutores criollos al cabo de poco rato dejaban de atender a las historias del resto del mundo, y sólo se interesaban en habladurías de portones adentro, en chismes y pelambres locales».

En la invitación a una fiesta convocada por los hermanos Carrera, patriotas revenidos, en 1811, en los años del levantamiento de los criollos contra la Corona, se pedía que «las señoras principales, sus mercedes, fueran vestidas a la usanza araucana». A este respecto, y a otros, «los republicanos de Chile (del Chile de comienzos del XIX) ya comenzaban a sentir vergüenza por todo». 

También a propósito de los Carrera, se pregunta el historiador si la revolución y la jerigonza tienen que ir siempre de la mano. «¿Qué dices tú, Cristina?». E imagina una respuesta rabiosa de parte de su mujer, comunista simpatizante. Yo creo que no hay que esperar respuesta porque, como dicen los franceses, que de revoluciones y jerigonzas saben un tocho, «poser la question c'est y répondre».

Para volver a Pinochet —del que nunca se sale, como del horroroso Chile, que decía Enrique Lihn—, Nachito, el hijo de Ignacio y nieto de don Ignacio, después de pasar por la cárcel por manifestarse contra la dictadura escapa a Brasil, de donde vuelve convertido en un exitoso empresario vestido de verde y tocado por un sombrero de color lúcuma. La duda planea, sin embargo, en cuanto a sus actividades en el extranjero, porque si lo piensas dos veces el atentado que a punto estuvo de costarle la vida a Pinochet en septiembre de 1986 no se organizó solo. Después de todo, el muchacho se llama Nacho y «nacho» es uno de los nombres que el habla criolla da a los comunistas.

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PS/ No dejan de haber erratillas aquí y allá, en mi edición al menos (Tusquets, 2000). Si alguien quiere corregirlas, razón aquí.

11 mai 2021

El escupo en el pan

En medio de El Infinito en un junco, el libro que Irene Vallejo consagra a la invención de los libros, la autora cuenta —sin que parezca venir a cuento— el acoso al que la sometieron en la escuela, la violenta humillación de tener que tragar un pan en el que han escupido mientras te insultan: «empollona, hijaputa, ¿tú qué miras?, ¿quieres cobrar?».

Nunca antes lo había contado. «Por autoestima mal entendida, por vergüenza, obedecí la norma: ciertas cosas no se cuentan», escribe. Contarlo ahora en su libro es su rebeldía tardía. «La raíz de la escritura es muchas veces oscura. Esta es mi oscuridad», concluye.

Si a la empollona de tu clase cuando niño la entrevistan en los periódicos ¡y en la tele! porque le han dado el Premio nacional de Ensayo por un libro que ha vendido ya más de 150 mil ejemplares, por curiosidad tú lo compras y lo lees. Y de pronto —sin que parezca venir a cuento— te tienes que comer el pan con el escupo que tú la obligaste a comer. El escupo ahora te lo comes tú.

Y ahora hay testigos. Más de 150 mil.

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7 mai 2021

¿Qué hago yo aquí?

«Creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje».

Genialidad ésta de Nicanor Parra que merecidamente circula mucho e inevitablemente a veces circula mal. En este caso sí que viene al caso. Lo mejor de la pintura chilena —lo que me interesa, o sea lo que más me gusta— son los artistas que pintaron Chile en tanto que paisaje, Antonio Smith, Onofre Jarpa, Pedro Lira. 

La naturaleza en Chile, sobre todo en la cordillera y en la costa —y Chile es sobre todo cordillera y costa—, es áspera, abrupta, destemplada incluso. Los valles interiores están algo más domesticados, pero nunca tanto. Nunca tanto como el paisaje toscano, o borgoñón, o brabanzón, al que mis anteojos se han ido acostumbrando.

Su caracter destemplado le confiere al paisaje chileno identidad y belleza, le hace ser él mismo y diferir de todo lo demás. Y nadie lo ha pintado como Antonio Smith, quien nos pone frente al nacimiento de los ríos en la montaña o frente al océano en la costa y nos abandona en ese vértigo con esta pregunta: ¿Qué hago yo aquí? 

Jarpa y Lira nos ponen frente a la quietud del valle, nos instalan en él, en ella. El valle nos da un respiro pero no despeja del todo la interrogación existencial: ¿Y ahora qué?

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 Antonio Smith, Crepúsculo marino y Río Cachapoal, c1860

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 Onofre Jarpa, Vista del valle con palmas chilenas, c1920 

 Pedro Lira, Atardecer en el estanque, c1900

________________

Smith y Jarpa, y Lira en parte, pintaron la Historia de Chile en tanto que geografía. Se podrían decir unas cuantas cosas sobre esta afirmación y sus límites pero esa lata mejor la dejamos para otro día.

Smith fue, tanto en su vida como en su obra, propiamente un romántico, un intrépido aventurero y todo lo demás. Jarpa, en cambio, fue un señor razonable. Lira estuvo probablemente entre los dos.

Reconozco la autoridad en esta materia de Antonio Romera, murciano de Chile.

Para Lucio Anneo 

1 mai 2021

Al hijo del brahmán le irá bien en la vida

La India según Naipaul, y 4

Los brahmanes son la casta superior en el hinduismo. Los sacerdotes, los depositarios del saber ancestral asociado a la religión. La coexistencia inestable entre la tradición y la modernidad en la India contemporánea ha hecho con que muchos brahmanes hayan perdido sus privilegios y no siempre hayan sabido transformar su capital cultural en capital en metálico y vivan pobres de solemnidad en las ciudades superpobladas o en las aldeas confinadas de la India profunda. Otros no, claro. Entre los científicos e informáticos indios que descollan en el mundo moderno se cuentan muchos hijos de brahmanes.

Kakusthan es un brahmán del sureste de la India. Durante siglos sus antepasados oficiaron como sacerdotes en un templo rural. Hacia 1940 el padre de Kakusthan emigró a Madrás, la capital del estado Tamil Nadu, estudió inglés y aprendió un oficio que le permitió subsistir sin abandonar sus hábitos brahmánicos. La familia vivía en una colonia de brahmanes pobres junto a un templo. Los brahmanes tienen unos cuantos privilegios y también una cantidad de deberes que se pueden resumir en la exigencia de pureza: vegetarianos estrictos, no comen nada de origen animal, ni ajo ni cebolla y sólo comen con su propia vajilla lo que cocinan en sus casas después de ofrecérselo a su Dios. No beben alcohol ni café y en cuanto al agua ésta debe ser de pozo. En general los brahmanes deben mantenerse alejados de las fuentes de contaminación, lo que incluye el comercio con los intocables o impuros. Tradicionalmente un brahmán sólo defecaba al aire libre y nunca en el mismo sitio. Con el paso del tiempo y las exigencias de la vida urbana han tenido que adaptar sus estrictas costumbres pero se esfuerzan por mantener en alto el espíritu que los anima. Por eso suelen vivir en colonias junto a los templos, donde haya un pozo limpio y puedan cumplir con sus exigencias rituales.

Así creció Kakusthan. Paralelamente, en los años que siguieron a la independencia de la India, y sobre todo en el sur, surgió un movimiento antibrahmánico fuerte que consiguió debilitar aun más el poder tradicional de los brahmanes. Como suele darse, quienes más sufrieron el acoso del antibrahmanismo creciente fueron los brahmanes pobres. Así fue como cuando niño Kakusthan sufrió acoso escolar y más tarde vio su acceso al mercado laboral bloqueado por llevar las marcas en la frente, la coleta y el faldón ritual de los brahmanes. Kakusthan quería por cierto cortarse el pelo, ponerse un par de pantalones y transformarse en un joven moderno, pero su padre le recordaba sus deberes de brahmán y la fidelidad debida a sus tradiciones. Hay jóvenes brahmanes que consiguen conciliar vida secular y mandato religioso, le decía.

Pero un día Kakusthan no aguantó más y huyó a la casa de su hermana en un ciudad cercana. Allí no le fue mejor porque era una ciudad con población mayoritamiente musulmana y su aspecto de brahmán también era un obstáculo para conseguir un trabajo. Volvió a su casa sólo para tomar fuerzas y dar el gran salto hacia la capital. En cuanto llegó a Delhi se cortó el pelo —el peluquero se resistía y tuvo que convencerlo—, se compró unos pantalones, retomó los estudios, encontró un trabajo.

Andando los años, un día su padre recorrió los más de dos mil kilómetros que separan Madrás y Delhi y llegó a visitarlo. Estaba contento de verlo prosperar, aunque su alegría hubiese sido completa si Kakusthan hubiese conservado sus atributos brahmánicos. En guisa de reconciliación, Kakusthan le pidió que le enseñase los cuatro mil versos védicos en lengua tamil que su padre era capaz de recitar. Comenzamos ahora mismo, respondió su padre, pero en cuanto su viejo volvió a Madrás le llegó su hora. 

Kakusthan decidió entonces volver a su ciudad y recomenzar su vida en medio de la colonia de brahmanes pobres. A pesar de que tiene un buen trabajo como economista, prefiere continuar viviendo en la estrechez relativa de la colonia, en la que ocupa una posición de pater familias, el lugar que dejó vacante su padre. Allí lo encuentra Naipaul y lo entrevista en varias sesiones. El día anterior a la despedida, Kakusthan le pide que hable con su hijo adolescente y le diga que redoble sus esfuerzos con los estudios. Le gusta mucho salir y le dedica demasiado tiempo al cricket —deporte nacional en la India—, le explica Kakusthan y estoy convencido de que sus palabras lo convencerán de lo importante que es para su futuro que estudie ahora.

Cuando el muchacho trae el té y Kakusthan se eclipsa, Naipaul le pregunta si le gusta el cricket. La seriedad y el entusiasmo con que el hijo del brahmán le explica su interés por el juego convence a Naipaul de la inutilidad de soltarle cualquier sermón. Al hijo del brahmán le irá bien en la vida, concluye, a manera de despedida.

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Foto de Leklektik

30 avril 2021

La duda de Papu

La India según Naipaul, 3

Cuando uno viaja para escribir un libro como éste, no sabe qué busca antes de encontrarlo, dice Naipaul. Lo cierto es que allí donde va, Naipaul se entrevista largo y tendido con unos personajes que le ayudan a entender la India contemporánea. Además del placer de conocer gente interesante, seguirle el hilo a Naipaul permite pensar en asuntos que tomados en abstracto son un poco secos pero encarnados en personas singulares se entibian en seguida. 

Escribo estas líneas unas semanas después de haber cerrado el libro e intento no volver a abrirlo mucho porque más que unas referencias precisas prefiero compartir el poso que el libro deja, la imagen de la India con la que me quedo. Y me quedo con la historia de Kakusthan, un brahmán del sur de la India que se cortó la coleta brahmánica el día que emigró a la capital y la volvió a dejar crecer cuando volvió al redil, historia que sí vuelvo a leer a menudo, tratando de saber por qué la leo tanto.

Me quedo también con la duda de Papu, un analista financiero jainista de Bombay.

Papu tiene 30 años y lleva un lustro ganando un buen dinero, por lo que prevé que en una década tendrá lo suficiente como para jubilarse y dedicarse a la filantropía. Se pregunta, eso sí, si no será más eficaz en relación con su objetivo filantrópico continuar trabajando y ganando dinero para poder invertirlo en hospitales y escuelas. 

El jainismo es una antigua rama del hinduismo, anterior al budismo. Los jainistas llevan su interés por todos los seres vivos al punto de usar mascarillas para no respirar insectos y matarlos por la vía respiratoria. Estas consideraciones ne les impiden a muchos de ellos ser unos ases de las finanzas.

La duda de Papu —llamésmola la duda de Bill Gates— la zanjó el filósofo australiano Peter Singer con su doctrina utilitarista. Gana dinero e inviértelo en solidaridad. Fórmula que no estará libre de contradicciones pero ya me dirán qué está libre de contradicciones en este bajo mundo.

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Suparshvanath, séptimo maestro del jainismo, sXIV

13 avril 2021

De la vida feliz

Estos cuatro poemas escritos en tiempos espaciados, el siglo I, el XVI, el XVIII y el XX, hablan de lo mismo, de la vida feliz. Se leen bien de corrido.

Epigrama 47  —Marcial

Las cosas que hacen feliz, amigo Marcial, la vida

Son el caudal heredado, no adquirido con fatiga

Tierra al cultivo no ingrata, hogar con lumbre continua

Ningún pleito, poca corte, la mente siempre tranquila

Sobradas fuerzas, salud, prudencia pero sencilla

Igualdad en los amigos, mesa sin arte, exquisita

Noche libre de tristezas, sin exceso en la bebida

Mujer casta, alegre, y sueño que acorte la noche fría

Contentarse con su suerte, sin aspirar a la dicha

Y finalmente no temer ni anhelar el postrer día.

 

Soneto   —Plantino

Tener una casa cómoda, limpia y hermosa

Un jardín tapizado de fragantes rosas

Buen vino, buena fruta, poco jaleo, pocos hijos

Poseer solo, sin hacer ruido, una mujer fiel.

No tener deudas, amores, pleitos ni querellas

Ni reparto que hacer con los parientes

Contentarse con poco, no esperar nada de los grandes

Acompasarse con un  buen modelo.  

Vivir holgadamente y sin ambición

Practicar la devoción

Dominar las pasiones, hacerlas obedientes.

Conservar el espíritu libre y el juicio firme

Repetir su rosario cultivando injertos

Y esperar en casa dulcemente la muerte.  

 

Para ser feliz   —Voltaire

Es preciso pensar, de otra manera el hombre se convierte, a pesar de su alma, en una bestia de carga. Es preciso amar, es lo que nos sostiene. Sin amor es triste ser hombre.

Es preciso hacer amigos, personas sabias, cultas, modestas. Y permitirse muchos placeres, de otra manera los días se hacen largos.

Es preciso tener un amigo a quien escuchar y consultar cada vez que sea necesario, para que disminuya los males e incremente el placer de nuestra alma tumultuosa.

Es preciso, de noche, hacer una cena deliciosa en donde sentirse libre, donde se pruebe a gusto la buena comida, los buenos vinos, la conversación amena y, sin llegar a estar ebrio, levantarse de la mesa.

Es preciso, de noche, sostener entre las sábanas el dulce objeto que nuestro corazón adora, acariciarlo y dormirse en sus brazos, y recomenzar por la mañana.

 

De vita beata   —Jaime Gil de Biedma

En un viejo país ineficiente

Algo así como España entre dos guerras

Civiles, en un pueblo junto al mar

Poseer una casa y poca hacienda

Y memoria ninguna. No leer

No sufrir, no escribir, no pagar cuentas

Y vivir como un noble arruinado

Entre las ruinas de mi inteligencia.

12 avril 2021

La madre patria

La India según Naipaul, 2

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La abuela materna de Naipaul, su madre y sus tías y tíos en la isla de Trinidad a comienzos del siglo XX

Naipaul nació en la isla de Trinidad, frente a las costas venezolanas, en 1932. Sus abuelos habían llegado desde la India a la isla caribeña, por entonces posesión colonial británica, hacia 1880. A los 18 años, Naipaul obtuvo una beca para estudiar en Oxford desde donde viajó a la India en 1962. Volvió en 1988 y escribió India, tras un millón de motines, publicado en 1990

El extracto de ese libro que pongo abajo define su relación con la madre patria. Uso deliberadamente este término porque es el que se suele utilizar en relación a los descendientes de españoles en América. A pesar de que mi relación con España es más directa e inmediata que la de Naipaul con la India y tambien porque antes de leer a Naipaul la imagen de un caribeño de origen hindú estaba bastante alejada de la idea que me hago de mí mismo, quiero decir que esa imagen representaba para mí una forma de alteridad radical, a pesar de todo esto que digo me impresionó leer en estas líneas una respuesta casi idéntica a la que doy cuando me preguntan por mis orígenes. La India en miniatura y la India como comunidad de pertenencia. Imágenes y sensaciones propias de los inmigrantes y a menudo desconocidas por los que se quedan en tierra. 

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Traducción de Flora Casas

29 mars 2021

El secreto del mundo

Un año sin viajes. Un año como uno de esos inviernos de la antigüedad en los que había que esperar el deshielo para poder moverse. Aparte de una escapada francesa en verano (Charleville-Bourges-Cahors), este ha sido para mí un año estático. Compensa compensatorum, también debe de ser el año en que he leído más libros de viajes. 

«L'Usage du monde», de Nicolas Bouvier, cuenta un viaje desde Ginebra hasta la frontera indo-afgana, pasando por Yugoslavia, Turquía e Irán allá por el viejo año de 1953. En español está traducido como «Los Caminos del mundo». Es verdad que «El Uso del mundo» sonaría raro pero en francés también suena raro y ahí está la gracia. Cuando Bouvier quiso publicarlo acumuló los nones de los señorones parisinos, de tal suerte que el libro pasó desapercibido durante muchos años en los que fue multiplicándose en ediciones más o menos marginales hasta convertirse en un clásico de la literatura de viajes.

Decía que se trata de un viaje de dos suizos jóvenes, Nicolas Bouvier, periodista y escritor, y Thierry Vernet, pintor e ilustrador, rumbo a Oriente en el Fiat de la foto. Con escalas donde cayesen, buscándose la vida en las ciudades y dejándose llevar por los paisajes y los caminos.

Nuestros suizos hablan francés, inglés y alemán, lo que les permite moverse en algunas ciudades pero no les sirve de mucho en las aldeas. Esta limitación evidente los obliga a explorar un tipo de contacto elemental, a intentar entrar en el «secreto del mundo», movimiento que Bouvier observa con detalle y describe con esmero. Describir, describe como respira y en todo momento deja pasar esa respiración que acompaña y acompasa el relato. Su escritura es de una naturalidad que se adivina muy trabajada, sin ripios, sin cursiladas, espléndida. Leo armado de un lápiz, cómo no, y suelo lanzar una flecha allí donde la cosa destaca. Hay páginas que parecen San Sebastianes.

Cuando elogia la experiencia sensible, el contacto directo, Bouvier puede colar con naturalidad una cita por la que asoman sus lecturas, como ésta del poeta sufí Hafez de Shiraz: «Si el místico ignora el secreto del mundo, me pregunto de quién lo habrá aprendido el tabernero» .

Esto como conclusión sobre el viaje: «El mundo pasa por ti como el agua y durante un tiempo te presta sus colores. Luego se retira y te deja frente a ese vacío que llevamos dentro». Y esto también, en la despedida de Teherán: «Me sorprende que el estado lamentable de los asuntos públicos afecte tan poco las virtudes privadas. Cabe preguntarse si en cierta medida no los estimula. Aquí, donde nada funciona, hemos encontrado más hospitalidad, benevolencia, delicadeza y ayuda que dos persas de paso llegarían a encontrar en mi ciudad, en la que, sin embargo, todo funciona».

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